Los datos son sagrados
Un anuncio del DANE hizo saltar todas las alarmas frente al momento de la primera muerte por COVID-19 en Colombia y generó enormes interrogantes sobre la llegada de la enfermedad al país.
Inexplicables errores en las cifras de contagios y muertes por COVID-19 en Chile, así como fortísimos cuestionamientos a su gestión frente a la pandemia en este país, uno de los más golpeados por el virus en América Latina, le costaron el cargo al ministro de Salud, Jaime Mañalich, quien presentó, hace varios días, renuncia a su cargo, señalando que había llegado la hora de nuevos liderazgos. Esta entidad, que desde el inicio de la crisis ha cambiado en tres ocasiones la metodología para contabilizar el número de fallecidos, reajustó recientemente los datos, incluyendo 31 mil nuevos casos que no estaban registrados, lo que disparó el consolidado nacional que hoy alcanza 263 mil contagios y más de 5 mil muertes.
En una crisis de salud pública de tan profundo calado, los datos son sagrados. Resultan claves para definir acciones destinadas a frenar la expansión del virus. Está demostrado, en Barranquilla y el Atlántico se puede dar fe de ello, que los retrasos en la realización de pruebas y notificación de resultados impacta cualquier estrategia de identificación de casos positivos, rastreo y aislamiento de pacientes.
Un anuncio del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas, DANE, en la entrega de su reporte sobre nacimientos y defunciones del primer trimestre de 2020, hizo saltar todas las alarmas frente al momento de la primera muerte por COVID-19 en Colombia y generó enormes interrogantes sobre la llegada de la enfermedad al país. Juan Daniel Oviedo, director de la entidad, anunció, en rueda de prensa virtual, que el primer fallecido por el virus no se registró, como había indicado el propio Ministerio de Salud el 16 de marzo de 2020, sino el 26 de febrero, es decir, 19 días antes de la muerte del taxista de Cartagena, Arnold de Jesús Ricardo Iregui, identificado como la primera víctima mortal en el territorio nacional.
La noticia cayó como un baldado de agua fría en el Ministerio de Salud, que consideró que el dato no se ajustaba a la realidad, teniendo en cuenta que, según su base de datos, el primer caso de coronavirus confirmado en Colombia se notificó el 6 de marzo. Algo no cuadraba. ¿Sería posible que en febrero ya se hubiera registrado un primer fallecido por COVID-19? Había que buscarlo. Lo encontraron en Barranquilla, pero esta persona no murió el 26 de febrero de 2020, sino el 26 de mayo de 2020. Revisando el certificado de defunción, se identificó a un paciente de 79 años, con antecedentes de hipertensión arterial, que ingresó a la Clínica Mediesp, el 3 de mayo, con síntomas de gripa y tos. 10 días después le notificaron que era portador del virus. 13 días más tarde falleció. El personal de la IPS ingresó la información de esta persona correctamente a su acta de defunción, pero cuando la cargó al Registro Único de Afiliados, RUAF, cometió un error y la muerte quedó registrada como si hubiera sido el 26 de febrero. Hoy la equivocación ya está subsanada.
El DANE se limitó a comunicar el dato, no a cuestionarlo, y por eso hizo el anuncio, que fue aclarado horas después por el Ministerio de Salud y la Secretaría de Salud de Barranquilla, luego de su averiguación. Pero aún hay muchas más preguntas sobre lo dicho por el DANE, que habló de al menos 30 muertes confirmadas por el virus y 94 sospechosas, personas con síntomas a las que nunca se les hizo la prueba. Datos que contrastan con los del Ministerio de Salud, que contabiliza 16 decesos por coronavirus entre enero y marzo.
Adicionalmente, el documento reporta 2.135 defunciones por neumonías e influenza, que representan el 3,7% del total del trimestre. En total, en los tres primeros meses hubo 56.972 defunciones en el territorio nacional, incluidos los casos confirmados y sospechosos de COVID-19, que no representan aún un número significativo.
En un momento complejo en el que la curva sigue en dramático ascenso, la claridad y transparencia en el manejo de los datos se debe fortalecer para evitar imaginarios que atenten contra las inaplazables tareas de reducir las tasas de contagio y letalidad. Cualquier error en materia de comunicación se puede pagar muy caro, cuando lo que se busca es generar confianza, a diario, en una ciudadanía cada vez más exhausta por los esfuerzos que demanda la pandemia, escéptica frente a los resultados que se obtienen y hasta reticente a acatar los protocolos sanitarios. Ahora cuando se vienen los tiempos más duros, es imprescindible reforzar las acciones interinstitucionales para evitar distorsión en los datos, subregistro de casos de contagios y fallecidos que desencadenen una irrecuperable pérdida de credibilidad.
En una crisis de salud pública de tan profundo calado como esta, los datos resultan claves para definir acciones destinadas a frenar la expansión del virus. Nadie se puede dar el lujo de equivocarse porque se corre el riesgo de perder credibilidad.