El Heraldo (Colombia)

Ser mujer en Colombia

- Por Marcela García Caballero

Esta semana fue dura para las mujeres, pues lo que le pasa a una, lo que le duele a una, lo que sufre una, en teoría, lo debemos de vivir y sentir todas. Es como una regla no escrita, pero que no todas deciden cumplir. Es como un pacto que todas debemos hacer, pero que a algunas les cuesta compromete­rse con el.

Y es que aunque es cierto que ‘todo el mundo es inocente hasta probar lo contrario’, y que ‘sí ha habido casos en los que se ha difamado a gente que no ha cometido el delito’, uno como mujer tiene que al menos comenzar por escuchar la versión de la denunciant­e, uno tiene que empezar por darle el valor que se merece al escucharle la historia completa, y no salir, antes de cualquier cosa, a poner en duda su palabra.

Quizás por esta razón, cada vez son más los casos en los que las mujeres escogen mostrarse en redes sociales en su estado más vulnerable. Escogen salir con moretones, con sangre, con ‘evidencias visibles’ ante el mundo, porque saben que esta es la única forma de que todos les crean sin hacer juicios, y logren así ayudarla a salir de su infierno.

Tal fue el caso de Arelys Naranjo, la barranquil­lera de 20 años que el lunes pasado contó con desesperac­ión la tragedia en la que vivía desde hace dos años. Había denunciado varias veces a su expareja sin éxito, ya que, en sus palabras, ‘la fiscalía no le respondía nada’, y lo peor es que seguía recibiendo abusos por parte de él. Arelys, con un ojo morado y la cabeza fisurada por los golpes, tomó valentía e hizo un video contando su historia. Gracias a esto, las autoridade­s fueron hasta su casa y el caso está siento atendido con la atención que ha debido recibir desde el primer día.

Sin embargo, a veces una sola voz no es suficiente. A veces a muchas les toca esperar a que otras quieran hablar para que su palabra adquiera valor. Pues a veces el victimario es muy poderoso, y para que se haga justicia requiere de fuerza conjunta.

Tal fue el caso de la denuncia que hicieron, a través de una columna de opinión, ocho mujeres en contra del renombrado director de cine colombiano Ciro Guerra. A las víctimas les cambiaron los nombres porque tienen miedo de represalia­s, pero las historias coinciden. Hay ‘chats’, hay testigos y hay una misma forma de ‘acosarlas’. Y es que a pesar de que no todas tienen relación entre sí, y casi todos los hechos fueron en distintos años y en diferentes ciudades, los relatos tienen su parecido: todas decían que no, todas se sentían presionada­s, todas le tenían (tienen) ‘temor por el poder que tiene en la industria’ y a todas les tocó usar fuerza para quitárselo de encima. Y aunque no puedo actuar de jueza, y sí, bajo la ley es ‘inocente’ hasta ser encontrado culpable, hasta ver evidencias que demuestren lo contrario o escuchar la versión de el, les creo a ellas.

Pero nada fue más desgarrado­r esta semana que la tragedia de la niña de la comunidad indígena Emberá Chamí. La niña de doce años que fue violada por siete soldados colombiano­s. La niña que fue a recoger guayabas para un jugo, y terminó en un potrero completame­nte abusada por hombres que supuestame­nte tenían la la borde protegerla. La niña que no volverá jamás a serlo, porque siete monstruos le arrebataro­n su infancia. Qué semana. Qué dolor. Qué rabia. Qué duro es haber nacido mujer en un país como este.

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