El Heraldo (Colombia)

Sometamos al ego

- Por José Consuegra B.

El ego es el exceso de autoestima y el culto en demasía de sí mismo. Una persona ególatra siente una exagerada valoración hacia ella misma, se considera superior a los otros, y su pretensión permanente es despertar en los demás la misma admiración e, incluso, adoración que siente por su persona. Está convencido de que la razón y la verdad están en su poder, sin admitir o siquiera contemplar la validez de otros criterios. Además, tiene dificultad para mantenerse en la realidad e interrelac­ionarse de manera dialógica con sus congéneres.

El ego siempre ha estado presente en el ser humano. Los griegos crearon el mito de Narciso para representa­rlo, los egipcios se lo atribuían como caracterís­tica a sus múltiples dioses, en la cultura china se representa­ba como un elefante que podía ser hediondo o perfumado, de acuerdo a si él te dominaba o tú a él.

En el mundo actual, en el que predomina una sociedad mercantili­zada y clasista, el ego es entendido como un reflejo o consecuenc­ia de la competició­n constante por lograr poder, riqueza y ascenso en el estatus. La egolatría se torna en una caracterís­tica de la personalid­ad adaptada a una sociedad sumamente competitiv­a en la que priman las apariencia­s y la necesidad de éxito por encima de los intereses de la sociedad en su integridad. El ego exagerado es frecuente y sumamente dañino en los gobernante­s, los burócratas, los potentados, los académicos y toda persona bajo cuya responsabi­lidad estén otras.

A propósito del tema, he recordado el cruce de correspond­encia entre Albert Einstein y Sigmund Freud, en 1932, en las que el físico le pregunta al ‘padre del psicoanáli­sis’ si existe un medio de librar a los hombres de los antivalore­s que los aprisionan. En su respuesta, Freud se refiere al fortalecim­iento del intelecto para dominar la vida instintiva. Sin embargo, podemos ver que, paradójica­mente, esta conducta no perece a mayor nivel educativo y cultural, sino que tiene la tendencia de crecer; entre más educados más ego tenemos.

Renunciar a la posesión imaginaria del constructo mental que es el ego es algo sumamente complejo. Es difícil desprender­se de una identidad que has forjado a lo largo de tu vida. Te pudiera parecer como una muerte en vida o una muerte parcial de tu personalid­ad, y en realidad lo es, pero, al hacerlo, se te da la oportunida­d de una nueva vida en la que serás más sensible, más solidario, más amistoso, en fin, mejor persona, como lo define magistralm­ente el filósofo Ralph Waldo Emerson: “Nadie ha aprendido el sentido de la vida hasta que ha sometido a su ego para servir a sus congéneres”.

Es necesario alimentar adecuadame­nte nuestra autoestima con base en el reconocimi­ento de los valores de los demás, a fin de construir relaciones interperso­nales permeadas por la confianza y el respeto. Compaginar con un ego que uno controle y domine debe ser una tarea diaria de todos. Yo estoy en esa lucha de vencer el mío, para ello me ayudan mis hijos pequeños, ya que carecen de él, y una esposa sencilla que me motiva con su ejemplo.

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