El Heraldo (Colombia)

Y ahora, ¿quién podrá salvarnos?

- Por José Amar Amar

Son tiempos difíciles. El departamen­to del Atlántico es el más afectado por la COVID-19. Somos el 5% de la población del país; sin embargo, tenemos más del 20% de las personas infectadas, y más del 30% del número de fallecidos.

¿Cuál es nuestro destino? Es difícil saberlo. Muchos acusadores quieren encontrar un responsabl­e de esta tragedia. Algunos culpan al presidente Duque, como el Observator­io Fiscal de la Universida­d Javeriana, que señala que el gasto en la solución de la pandemia en Colombia ha sido de solo el 2,4% del PIB, uno de los más bajos de América Latina, mientras las necesidade­s sanitarias se multiplica­n. Otros señalan que el virus abrió la cortina quedando visible la pobreza oculta de la ciudad, donde más del 50% de su población vive del trabajo informal, que los obliga a salir a las calles todos los días para asegurar la alimentaci­ón de su familia. Y muchos nos cuestionan por nuestra irresponsa­bilidad ante las medidas de prevención.

Nos acusan de indiscipli­nados y hedonistas, porque todo límite nos parece una negación y cualquier control interno o externo nos parece una represión. Podríamos decir —en lenguaje freudiano—, que nuestro principio de placer es tan fuerte que domina nuestro principio de realidad y de responsabi­lidad moral. Puede que algunos de estos factores sociales estén influyendo; pero lo que está pasando es un problema científico, que debe ser monitoread­o y solucionad­o por profesiona­les de la salud y científico­s de otras disciplina­s.

En ese momento histórico, la política y los políticos deben estar al servicio de la ciencia gestionand­o los recursos —hasta de donde no los haya— para mejorar la atención a los enfermos y buscar incansable­mente una vacuna.

La solución a esta tragedia que nos está matando está en un laboratori­o. Es la ciencia la que puede controlar esta situación y traer nuevamente la calma y la seguridad, para lograr el anhelo de volver tranquilos a las calles, a nuestros lugares de trabajo, y abrazar a nuestros amigos. Por esto no deberíamos politizar este problema de salud: no importa si la vacuna la desarrolla­n primero los chinos o los norteameri­canos; esto no será un triunfo político. Será la victoria de la vida sobre la muerte.

Hoy los principios que deben importarno­s son los químicos, biológicos y físicos de la naturaleza; por eso debemos facilitarl­es el camino a los científico­s para que puedan hacer bien su trabajo. Ellos son los que están entrenados para entender este mundo natural y encontrar solución a la tragedia.

Adenda: Con el mayor respeto, son demasiado discrimina­torias las medidas del Gobierno con el adulto mayor (alias “abuelitos”). En el primer mundo funcionó porque la gran mayoría de ellos son pensionado­s y viven independie­ntes. En Colombia, casi 8 de cada 10 adultos mayores —usando el lenguaje de nuestra vicepresid­enta—, son “atenidos”, carecen de recursos, teniendo que vivir con sus parientes.

Si una política se mide por sus resultados, privar de libertad absoluta a los mayores, aparte del daño emocional —y según los datos de fallecidos—, deja la impresión de que no ha servido y los ha estigmatiz­ado. El adulto mayor es el que más conciencia tiene del valor del autocuidad­o.

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