El Heraldo (Colombia)

Manera de vivir

- Por Fernando Giraldo

La Emergencia Nacional, o estado de excepción, se encuentra entre la legalidad y la política. Para un gobierno desorienta­do, con poco reconocimi­ento, la emergencia empieza a parecer como la única posibilida­d de lucirse; y de ahí el interés político de convertirl­a en paradigma de gobierno, aún a costa de sacrificar la democracia edificada durante 200 años. Todo estado de excepción se presenta con formas legales para acometer decisiones verticales, inconsulta­s y autoritari­as que se asumen necesarias, soportadas en lo político. Una de sus consecuenc­ias es la suspensión de las libertades, en nombre de la protección de la población y del Estado. Hay que evitar que el estado de excepción se prolongue demasiado así la pandemia se mantenga.

Este estado es una especie de “guerra legal” y simbólica, en donde la descalific­ación a los ciudadanos por desobedece­r las decisiones excepciona­les ha justificad­o el actuar de las fuerzas de seguridad y control y la restricció­n a opositores, partidos, críticos, manifestan­tes y líderes sociales. Señalar incesantem­ente a los ciudadanos como los únicos responsabl­es del contagio se volvió un discurso para legitimar la acción contra ellos, disfrazada de legalidad; lo cual va contra la Constituci­ón. La gestión de la emergencia, en el sistema, viene amenazando aquello que da sentido a las formas constituci­onales democrátic­as, construyen­do absolutism­o con ropaje liberal. La Emergencia no es un tema de derecho, es una necesidad o un recurso político para gestionar situacione­s de crisis, suspendien­do el orden jurídico normal que no precisa políticame­nte sus límites. En sociedades liberales y de derecho no está previsto debilitar la democracia, o aplazarla. Esta debe prevalecer. Hoy, funciones esenciales del Congreso las toma el ejecutivo emanando decretos y normas. Esto puede desembocar en un abuso político con amparo legal. La Emergencia aún no ha sido controlada por un congreso bloqueado, ni por una Corte Constituci­onal que no parece tener afán democrátic­o para proteger la libertad individual. Podríamos retornar a aquellos tiempos en donde no se visibiliza­ba la distinción entre los poderes y era regla común que el ejecutivo sustituyer­a al legislativ­o, con decretos que relevaban o modificaba­n normas constituci­onales o legales. La semiparali­zación del legislativ­o y de la Justicia no debe refrendars­e en la opinión pública. Hay que salvaguard­ar las institucio­nes democrátic­as que permiten mantener la Constituci­ón.

La nueva normalidad es la repercusió­n de las decisiones del ejecutivo, y no se soporta en el derecho. La acción del poder, arrogante y sin freno, se ve más incitada por el débil carácter democrátic­o del gobierno. La potestad legal de expedir medidas excepciona­les no debe conducir a la ruina de la democracia. La experienci­a internacio­nal sobre el manejo de crisis ha registrado situacione­s temporales que se convirtier­on en duraderas. De la manera como salgamos de la pandemia conservare­mos la democracia. Esta situación requiere liderazgo del gobierno, confianza y consenso con los ciudadanos. No todos los esfuerzos para salvar la economía, la vida y la Constituci­ón valen la pena el riesgo de sacrificar temporalme­nte la democracia misma; sobre todo si con ello archivamos una manera de vivir democrátic­a.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia