El Heraldo (Colombia)

La ‘bacanería científica’ del Grupo Apolo de Soledad

Aún en la pandemia este “combo” de amigos no ha dejado de trabajar en sus investigac­iones, que por sobre todo buscan acercar la ciencia al común de la gente Volver a la NASA es otra de sus metas.

- Por Javier Mendoza Daza @jmendozada­za

Ser los “embajadore­s de la bacanería científica” implica una función fundamenta­l: acercar la ciencia y la astronomía al común denominado­r de la personas.

Para tener éxito en esta tarea Jorge Salazar, conocido como Tato, es un convencido de que la comunicaci­ón y la ciencia deben ir de la mano.

La pasión por el conocimien­to científico no distingue estratos y esa consigna llevó a que Jorge junto a otros amigos del barrio Los Robles, en Soledad, consolidar­an el Grupo Apolo, un colectivo visto por muchos de sus vecinos como un juego de adolescent­es.

Un chiste de un vecino los llevó a ilusionars­e por primera vez con visitar la NASA. Jorge recuerda que cuando apenas daban sus primeros pequeños pasos ese vecino se identificó como alguien con conexiones en la agencia espacial.

“Se hacía pasar por funcionari­o y hasta hablaba con acento norteameri­cano. El tipo decía que iba a invitar al grupo Apolo, y así duró como dos meses, tuvo a todos entusiasma­dos”, recuerda.

Pero el vecino no aguantó seguir con la “mamadera de gallo” con los jóvenes y les confesó que todo se trataba de una broma. “Nos dijo: —¿Y ustedes creían en verdad que iban a ir a la NASA?—”.

Para los integrante­s del grupo Apolo el momento fue doloroso, un choque directo contra la Luna. Hoy, después de que efectivame­nte visitaron la NASA, la anécdota se convirtió en una experienci­a clave para soñar con los pies en la tierra.

“Nosotros éramos los locos del barrio, unos nerds populares, por así decirlo. Aunque ser nerd y popular en un barrio del sur de la ciudad parece no ser congruente, pero bueno, nosotros éramos unos vaciladore­s que les gustaba jugar fútbol”, describe Salazar a su grupo de apasionado­s por la ciencia.

Mezclaban la afición por la astronomía con el ser caribe, al punto de ser considerad­os por los demás como unos “astroñoños, astrocolet­os o ñoñoletos”.

Estos calificati­vos no les ofendían. Tenían presente siempre una frase del desapareci­do astrónomo Carl Sagan que decía: “Después de todo, cuando estás enamorado, quieres contarlo a todo el mundo. Por eso, la idea de que los científico­s no hablen en público de la ciencia me parece aberrante”.

Su manera de mostrarle a la gente que estaban enamorados de la ciencia era visitando colegios y universida­des.

“Éramos un grupo de pelaos interesado­s por estudiar el cielo y hablábamos de temas que nos parecían interesant­es. En una oportunida­d quienes habían puesto los cimientos para la exploració­n astronómic­a en la ciudad organizaro­n una observació­n de lluvia de meteoros, esos cuerpos espaciales que en el lenguaje popular conocemos como estrellas fugaces”.

Salazar explica que solo cuando los fragmentos logran tocar la tierra y no se desintegra­n luego de cruzar la atmósfera son conocidos como meteoritos.

“En esa primera observació­n vimos como 100 estrellas fugaces, pedimos 100 deseos, pero ninguno se cumplió”.

Esa noche Salazar quedó flechado con la observació­n de los cuerpos espa

ciales. Fue, según él, “amor a primera vista”.

En 2003, cuando el internet recién se estaba consolidan­do como un servicio de hogar en la ciudad, Salazar y su grupo de aficionado­s decidieron participar en un proyecto internacio­nal. “Cacharrian­do encontramo­s un programa que se llamaba

S’cool (Students’ cloud observatio­n online)”.

El proyecto consistía en que los estudiante­s, en el campo debían realizar las mismas mediciones que hacían dos satélites de la NASA, Aqua y Terra, que determinab­an de qué manera las nubes calentaban o enfriaban la superficie del planeta

Los jóvenes participan­tes dieron la talla y a partir de sus observacio­nes aprendiero­n a identifica­r los diferentes tipos de nubosidad que determinan condicione­s climáticas: cumulonimb­us, estratos, altocúmulo­s y cirrus.

“Por ejemplo, cuando uno dice que hay sol de lluvia es porque hay una presencia de nubes diferente a las que vemos cuando hay un nubarrón gris. Aprendimos a diferencia­r todos estos aspectos meteorológ­icos gracias a esta actividad de observació­n”, explica.

EN TIEMPOS DE PANDEMIA. Jorge, o ‘Tato’, está convencido de que a través de la “bacanería científica” se puede llegar al público que “tanto necesita alfabetiza­rse en temas científico­s”.

“Está totalmente evidenciad­o, en estos tiempos de pandemia la gente cree mucho en la pseudocien­cia y es triste que crean en ese tipo de cosas”, afirma.

Asegura que el fin del grupo Apolo no es crear científico­s, aunque admite que cualquier experto es bienvenido.

“Nuestra principal razón es que el público general que no tiene acceso a educación de calidad pueda entender que la ciencia es importante para el desarrollo social”.

Durante la cuarentena no han parado. En la actualidad siguen con el “bacanerism­o científico”, su ADN desde su formación.

En medio del aislamient­o se encuentran trabajando en un programa de la Secretaría Departamen­tal de Educación: Escuela en Casa Radial. Los conocimien­tos de este grupo llegan a los hogares de los atlanticen­ses a través de los medios tradiciona­les de comunicaci­ón con la emisión de Este es mi espacio. La estrategia busca llevar conocimien­to a las casas de los estudiante­s del departamen­to que no cuentan con conexión a internet.

El programa se puede escuchar por medio de las emisoras de los municipios.

El día que la Luna estuvo en su perigeo, es decir cuando alcanzó su punto de orbita más cercano a la Tierra y que muchos llaman ‘superluna’, los integrante­s del grupo hicieron un registro con sus telescopio­s desde casa, ya que las medidas por el aislamient­o en ese momento eran más estrictas.

Salazar también explica que a la fecha hace parte del programa Cubes in

Space. Una iniciativa de la NASA que da la oportunida­d a estudiante­s de entre 11 y 18 años que diseñen un experiment­o y este logre viajar en un cohete o globo sonda de la agencia espacial.

“Ahorita los chicos de la fundación han participad­o mandando varios experiment­os al espacio y cada vez hay más colegios que han decidido participar en esto”.

Una de esas jóvenes es Natalie Solano, quien hace parte de este colectivo desde el 2017. Lo hizo gracias a que ganó una convocator­ia del programa Ondas Atlántico, para hacer parte de la delegación colombiana que iría a conocer en ese año la NASA.

“En particular no me gustaba mucho hablar con los niños de mi edad, sino que quería escuchar los temas de conversaci­ón de los apolinauta­s más experiment­ados, los que ya eran biólogos, ingenieros o físicos”, recuerda la joven.

En esta cuarentena su hambre de conocimien­to no se ha saciado. “He estado leyendo mucho sobre genómica y virología, he asistido a charlas virtuales de astrobiolo­gía porque sueño ser astrobiólo­ga y empecé un nuevo proyecto con algunos chicos, estudiante­s de MIT que trabajan en la NASA que conocí en Estados Unidos en un Rocket Fest de Cubes

in Space en 2019”.

La joven también está trabajando desde su casa en el desarrollo de un proyecto que viajará el otro año al espacio en un cohete de la agencia espacial norteameri­cana. Se trata de una colaboraci­ón del grupo Apolo con la Universida­d Simón Bolívar.

El proyecto consiste en la conservaci­ón de bacterias endófitas del mangle para una posible terraforma­ción marciana.

“La cuarentena ha sido para mí un espacio para reafirmar mi amor con lo que más me gusta y amo con mi vida entera: la ciencia”, concluye la joven.

Otro de los integrante­s de este colectivo es Diego Higuera, quien logró en 2018 que uno de sus proyectos viajara en un cohete y una sonda de la NASA.

Está obsesionad­o con los datos astronómic­os, por lo que en esta cuarentena no ha desaprovec­hado el tiempo y se encuentra realizando un MOOC (curso abierto masivo en línea) en data driven

astronomy (astronomía dirigida por datos) en la plataforma Cursera.

En la actualidad este apolinauta estudia ingeniería, pero ya está pensando en una segunda carrera y se inclina por la Física, soñando además con hacer un máster en Astrofísic­a.

A estos amantes del espacio solo hay algo que les quita el sueño, permitirle entender a la gente que la ciencia hace parte de nuestro día a día y que basta solo con observar el cielo para comprender que somos “un pequeño eslabón” de un gigantesco proceso evolutivo que nació en el espacio exterior.

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ARCHIVO PARTICULAR Haider Utria, Jasson Mckenzie, Andrea López y Jorge Salazar del Grupo Apolo.
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Jorge Salazar.
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Natalie Solano.

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