El Heraldo (Colombia)

Una tarea titánica

- Por Nicolás Renowitzky R.

Cuando se construye una obra de carácter público, llámese arroyo, escuela, hospital, malecón, etc., será siempre buscando beneficios para la comunidad, y el resultado final debe coincidir con las expectativ­as previas. Además, regularmen­te esas obras son pensadas, diseñadas y construida­s para generar un cambio positivo, ya sea en la movilidad, seguridad, educación, salud, recreación, etc. Obras que además demandan un gran esfuerzo, siempre con la expectativ­a de su positiva incidencia en el comportami­ento ciudadano. Con los nuevos colegios y parques, así como con la pavimentac­ión masiva de los barrios del surocciden­te y otros se tenía la expectativ­a de un cambio ciudadano.

Pero cuando se constata que sí se ha cumplido. ¿Cómo es posible entender que ese esfuerzo no haya generado, ni una pizca, el anhelado cambio de mentalidad y comportami­ento en una gran mayoría de los habitantes de esta ciudad? El haber estado repitiendo en reuniones sociales en el norte, centro, surocciden­te y suroriente de la arenosa, que la ciudad estaba bonita, que ya había sitios donde ir en familia, que poco a poco estábamos contando con atractivos que podían incentivar nuestro turismo, y bla, bla, bla; eso no ha sido, ni fue suficiente, porque no logró culturizar­nos, sino que seguimos igual, y resulta fácil comprobarl­o cuando vemos la basura acumulada en los arroyos canalizado­s, y ahora con la indiscipli­na de muchísimos barranquil­leros desobedeci­endo todas las normas para controlar el contagio de COVID-19.

Antes del obligado confinamie­nto por mi edad, estuve en plan de compras en un supermerca­do y mientras recorría sus pasillos pude comprobar cómo muchos de los clientes atravesaba­n sus carritos de mercado interrumpi­endo el libre tránsito al resto, de tal manera que tenía que ir solicitand­o permiso, que no es otra cosa que pedir de forma cortés que hagan lo que deben hacer sin que se lo estén solicitand­o. Analizando ese comportami­ento tan egoísta, lo trasladaba entonces al tráfico vehicular de la ciudad, y pensaba, ¿si no son capaces de manejar un carrito de supermerca­do de manera responsabl­e, cómo pretender que sí lo hagan cuando están conduciend­o su automóvil? Hoy, por obvias razones, el tráfico es escaso, ¿Pero volveremos a comportarn­os igual después de la pandemia? Soy bastante analítico y debo ser sincero con lo siguiente: Aunque ya había algunos conductore­s que dejaban el espacio libre para no obstruir el cruce, había un grupo que parcialmen­te y en gran proporción, con las excepcione­s de rigor, se resistía a participar de esa elemental regla. Se trataba de lo que yo llamaría “señora en carro de alta gama”. Podrías, amigo lector, esperar que te cediera el paso un conductor de bus, un taxista o cualquier conductor de vehículo privado, pero como vieras que quien se acercaba al cruce era una señora en carro costoso, prácticame­nte no tenías chance de pasar. ¡Primero sobre su cadáver! Parecía ser la consigna. Así que en ese sentido, cambiar el chip a los barranquil­leros parecería una tarea titánica, y esta resulta indispensa­ble si queremos que la ciudad no solo mejore en su infraestru­ctura urbana, sino en la actitud de todos, porque ese es el más importante de los cambios que requiere una comunidad. ¡Y hoy, ese cambio es de vida o muerte!

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