El Heraldo (Colombia)

Daniela, como Barranquil­la

- Por Alberto Martínez

Ya Dani está en casa. Y ahora empieza una vida. Venía corriendo. Sin tregua. El mundo que había conquistad­o estaba, literalmen­te, a sus pies.

Todo lo que se había propuesto estaba hecho: ser reina, presentado­ra, empresaria, influencia­dora. Estuvo donde quiso: Miss Universo, noticias de entretenim­iento, un reality show, una campaña presidenci­al.

La simpatía que envolvía las risas más lejanas se fue imponiendo.

Brillaba diferente. Reía silvestre.

Bogotá era toda suya. Allí le ponía a su traje de costeña en apuros un toque de distinción que abría las calles como pasarelas.

La Costa Caribe, ni se diga. De regreso traía esa donosura de niña perdida, que volvía a su esencia cuando mamá llamaba a disfrutar los platos del comedor.

Daniela era un baile acompasado que sus pies seguían en la tierra como golpes de tambor.

Hasta que vino la masita en el estómago, y una operación, y otra, y otra. Nadie lo podía creer. Lo simple se había vuelto complejo en una vida que era solo sencillez.

La sangre, en efecto, se volvió terca y abandonó su carrera.

Con la obstinació­n de su dueña, hizo lo que se antojó y le puso freno al ritmo. Bueno, eso creyó.

Porque Daniela ya está en la casa. Y ya hace los ejercicios para aprender a andar, como si fuera la primera vez.

Hoy sus pasos son lentos, pero tienen la firmeza de su carácter.

A veces se enoja. Llora. Levanta la cabeza y pregunta por qué. Pero la baja y allí están ellos, sus padres y sus hermanos, y sabe que tiene sostén.

Entonces acepta una entrevista y le da ánimos a los colombiano­s que la escuchan estupefact­os al otro lado del dial. Y al cabo mira a la cámara para llenar el Instagram, en segundos, con una energía que uno no sabe de dónde es.

Sus seguidores preguntan por la fortaleza. Salir así, tan campante, a decir que mañana le amputarían un pie, fue, por decir lo menos, admirable.

Evidenteme­nte protagoniz­aba un drama, el peor de su existencia, pero agradecía y nos hacía agradecer, porque Dios le estaba dando una nueva oportunida­d para vivir.

Ella es así, como Barranquil­la, su ciudad inmarcesib­le. No se amilana.

Es posible que las circunstan­cias que afronta sean las peores. Como en Daniela, nadie quiso lo que tenemos. Tampoco nadie lo esperó.

Pero tuvimos que aprender en el camino, de la mano de una voluntad férrea y el compromiso irreductib­le de una generación con su destino.

De repente le lloverán piedras, como caen sobre la ciudad nativa. Los necios se valen de cualquier excusa para desplegar la mezquindad de la suya, así de por medio lo que esté sea la vida.

Pero ambas son resiliente­s y saldrán adelante.

Dani pronto caminará con soltura. Y va a bailar champeta. Y será ejemplo de inclusión. Y será la reina de su nueva población e impondrá su moda con un solo pie.

Y Barranquil­la volverá a ser la ciudad sensual que extrañamos todos.

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