El Heraldo (Colombia)

Los otros salvajes

- PorWeildle­r Guerra Curvelo wilderguer­ra@gmail.com

Las variadas reacciones ante los casos de violacione­s de niñas indígenas en Risaralda y el Guaviare son un reflejo crudo de la sociedad nacional. No solo debemos centrarnos en los soldados que cometieron los hechos, sino en la sociedad de donde ellos emergen. Con frecuencia en las organizaci­ones estatales y en algunos medios de comunicaci­ón se transmiten deformacio­nes, prejuicios y estereotip­os acerca de los pueblos indígenas

Lo primero que algunos medios suelen hacer es establecer dos categorías opuestas: la de colombiano­s, en la que ellos se incluyen, y la de los indígenas. La primera correspond­e a seres civilizado­s, guiados por las normas y por el principio del respeto a la dignidad humana. Se trata de seres reflexivos, apegados a la ciencia y a la razón, cuya institució­n matrimonia­l está sabiamente regulada y en donde no existe la sexualidad temprana. En la otra categoría se encuentran los indígenas, seres superstici­osos apegados a sus “usos y costumbres” entendidas como una repetición mecánica de prácticas sociales carentes de sentido y, por tanto, de explicació­n lógica. Son percibidos como gente que se resiste obstinadam­ente a la modernidad. En su mundo las mujeres se venden como mercancía, las niñas tienen una sexualidad precoz, por lo que es probable que en el caso de la niña embera haya existido consentimi­ento o por lo menos incitación.

Acto seguido, en algunos medios radiales se apeló a la indignació­n general sobre los hechos para conducir a la audiencia gradualmen­te a una estigmatiz­ación de las jurisdicci­ones especiales indígenas. Estas son usualmente presentada­s como ámbitos de la impunidad, cuyos operadores no deben conocer sobre casos graves y a la que es necesario limitar a una justicia de las pequeñas causas como los hurtos de gallinas y las trifulcas domésticas. La estrategia mediática quedo así en evidencia: se trata de añadirle opacidad a los hechos para desviar el tema y terminar enjuiciand­o no a los agresores, sino a las víctimas.

Lo que estos sucesos nos revelan es que pese a los siglos transcurri­dos se mantienen con vigor las prevencion­es y estereotip­os del primer día de contacto en el siglo XV. Tal y como lo observaba Todorov en su obra La conquista de América: el problema del otro, el indígena sigue siendo visto en algunos ámbitos de poder económico y mediático como el otro exterior y lejano, extraños en sus lenguas y costumbres. Tan extranjero­s que expulsados ya de la “colombiani­dad” se duda incluso “de la pertenenci­a común a una misma especie”.

En vano las organizaci­ones indígenas denuncian esta visión colonial y hacen explícitos los abusos contra sus pueblos y las expoliacio­nes territoria­les en aras de poderosos intereses económicos. En vano generacion­es de etnógrafos colombiano­s investigar­on y plasmaron en sus obras la organizaci­ón social, los sistemas normativos y las cosmología­s de estos pueblos, pues ese sentimient­o de extrañeza radical acerca de ellos parece acrecentar­se en la Colombia de hoy. Pese a tener al frente a estas sociedades amerindias durante siglos aún las desconocen y, lo que es peor, no desean conocerlas, pues prefieren observarla­s a través de las gafas oscuras de la distorsión y perseverar en una ignorancia invencible y primordial.

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