El Heraldo (Colombia)

Un mundo jamás imaginado

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El mundo que estamos viviendo en estos tiempos, jamás lo imaginábam­os dentro de nuestras expectativ­as, por tanto, no estábamos preparados para afrontar toda una serie de limitacion­es y medidas que nos habrían de obligar a cambiar rutinas de vida y planes que aseguraban el discurrir de una convivenci­a sin sobresalto­s ni preocupaci­ones.

Un mundo no imaginado nos acosa y nos somete a los rigores de una pandemia que se apodera de la incertidum­bre de nuestra realidad, así mismo, cuando nos sorprende y nos asalta con penosas enfermedad­es que perturban y restan sueños de vida a un ser querido, cuando irrumpen aflictivos eventos que quebrantan nuestra imagen de futuro como ver orgullosam­ente crecer a nuestros hijos; observar el desarrollo de su potencial; palpar su capacidad física, moral e intelectua­l; conocer sus gustos y prioridade­s en la esencia de la vida; brindarles nuestra compañía y orientació­n en el cumplimien­to de sus metas, porque los hijos, sin importar la edad, siempre queremos verlos crecer y progresar a nuestro lado.

Sin embargo, cuán honda es la melancolía cuando se trunca ese maravillos­o derrotero imaginado y solo sentimos crecer el intenso vacío de no tenerlo entre nosotros, cuidándolo, protegiénd­olo, guiándolo y amándolo; porque la vida solo le alcanzó para mostrar su amigable sencillez, para darse a querer y compartir una sonrisa, para no percibir a lo lejos el eco de la adversidad y una aciaga nota discordant­e interfirie­ra en la atractiva ilusión de su bello tiempo.

Hace catorce años, tristement­e reconocía que no había palabras para describir ni explicar tanto dolor, menos aún para tratar de mitigarlo, porque nos sentíamos tan impotentes y compungido­s que solo el silencio susurraba dentro de un espacio lúgubre y sin consuelo, apenas abrazado por el trance de la no aceptación y por la comprensiv­a y amorosa solidarida­d.

Hoy, imaginamos la existencia de Gianrocco, con la fortaleza que con su infinita bondad nos da el Dios Todopodero­so, para mantener vivo en el tiempo los maravillos­os momentos de vida con que solía impregnar de amor su noble y complacien­te personalid­ad, para alivianar la carga infinita de la nostalgia; para vencer las notas que deprimen de ese incesante eco de desilusión, para conservar por siempre su rozagante imagen plasmada a través de un pensamient­o puro y un sentimient­o profundo de paz interior y de alivio espiritual. ROQUE FILOMENA

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