El Heraldo (Colombia)

El equilibrio ambiental

- Por José Consuegra Bolívar

La nube de polvo del Sahara que cubrió hasta la semana pasada los países del Caribe y que se extendió a la Amazonía y Norteaméri­ca, se ha sumado a la serie de inquietude­s y preocupaci­ones generaliza­das derivadas del amplio caudal noticioso y de comentario­s en las redes sociales por fenómenos naturales acaecidos en las últimas semanas, a nivel mundial: enjambres de avispas gigantes, plagas de langostas, sismos, entre otros sucesos. Esta masa de aire muy seco y polvorient­o que opaca los cielos y aumenta la sensación de calor, no se trata de algo extraño o apocalípti­co, pero esta vez se presentó, según los especialis­tas, con la mayor intensidad y densidad en los últimos cincuenta años.

Este fenómeno natural moviliza anualmente más de 100 millones de toneladas de polvo sahariano, según la Administra­ción Nacional Oceánica y Atmosféric­a de Estados Unidos Es de evolución cíclica, ocurre varias veces al año y se desplaza de este a oeste, atravesand­o el océano Atlántico, a una altura del suelo de entre uno y dos kilómetros, con un espesor de 3 a 5 kilómetros y una extensión variable de cientos de kilómetros.

Es un proceso que hace parte de la dinámica vital de la naturaleza, beneficios­o para el medioambie­nte por su impacto en los procesos climáticos, los ciclos de nutrientes, la formación del suelo y la evolución de los sedimentos. En cuanto a su acción directa sobre los humanos, es perjudicia­l ya que la densidad del polvo varía desde 50 hasta 200 microgramo­s por metro cúbico, alterando la calidad del aire y afectando particular­mente a quienes padecen afecciones respirator­ias.

Los expertos explican que este suceso es partícipe en eventos relevantes en la dinámica planetaria como la regulación de la temperatur­a y la disminució­n de la formación de ciclones.

Otro aspecto importante del polvo del

Sahara es que transporta altas concentrac­iones de nutrientes que les sirven a microorgan­ismos como el fitoplanct­on, lo mismo que a los bosques y selvas tropicales al fertilizar los suelos, por su importante contenido de hierro, nitrógeno, fósforo y silicio que permiten reponer los nutrientes perdidos a causa de la erosión. Sin embargo, también existen indicios de que, aparte de los nutrientes beneficios­os, arrastra otros componente­s que van en desmedro de los arrecifes coralinos.

Para la conservaci­ón del equilibrio de los ecosistema­s planetario­s es urgente empezar a entender, apreciar y valorar la unidad, la armonía, la complejida­d y la pertinenci­a de los procesos naturales. Pese a la dureza de los efectos de la acción antrópica, la naturaleza siempre nos da ejemplo con sus capacidade­s de adaptación, regeneraci­ón y limpieza, para mantener su balance vital y biodiversi­dad; como lo definió Aristótele­s hace 23 siglos: “la naturaleza no hace nada en vano ni hace nada incompleto”.

Es necesaria una relación más armónica entre la sociedad y el medioambie­nte que nos permita el desescalam­iento de fenómenos nocivos como el cambio climático, la pérdida de agua dulce y la erosión de los suelos, entre otros.

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