El Heraldo (Colombia)

Ética y política

- Por Fernando Giraldo

Las sociedades de hoy ya son del pasado. Es lo que Alain Tourain, en 2014, señaló como el fin de la sociedad. Esto lo puso en mayor evidencia la pandemia en Europa y sus consecuenc­ias que empezamos a percibir y prever en América Latina. Ya ni la categoría democracia parece tener sentido, o suficiente fuerza. Entonces solo quedaría “confiar en la resistenci­a ética, única capaz de devolver un sentido al vivir y al actuar colectivo”.

Lo anterior se siente incluso en el mundo de los académicos. En los espacios de los docentes universita­rios e investigad­ores la prioridad es la relación consigo mismo, no con el otro. Lo cual no es necesariam­ente negativo si construimo­s una dimensión social con valor ético que no pase por la degradada política o por aquellas creencias religiosas que impiden liberar a la sociedad de sus vicisitude­s. Hoy no basta indignarse. Por eso el fallo de la justicia sobre la tutela de “las canas” que reafirma los derechos y el resta peto a la libertad e igualdad de las personas mayores de 70 años, frente al abuso del gobierno, es la mejor prueba de que el derecho a tener derecho está por encima de las leyes y las institucio­nes (impuestas al amparo del estado de excepción y en la ausencia de valores democrátic­os). Existen valores y derechos fundamenta­les como la libertad, igualdad, dignidad y confianza; los cuales no se pueden limitar, ultrajar o utilizar políticame­nte para el ejercicio de gobierno. El gobierno, las institucio­nes y organizaci­ones privadas deben respetar nuestra independen­cia de la política manipulada por quienes tienen algún poder para su provecho, en detrimento de los lazos sociales. La política debe renacer basada en el pudor; es decir, no admitir la política de un grupo en contra o en detrimento de los otros. Debemos aceptar la política si nace de la ética; si no, deber ser rechazada. No es aceptable la política ejercida en nombre de la nación para aplastar al individuo. Tampoco lo es el orden y la autoridad si está al servicio de intereses particular­es en detrimento de los demás. Debemos negarnos a retroceder. La democracia nos da la posibilida­d de contener, limitar y frenar el poder de pocos.

La pandemia permitió verificar que la gestión política en nombre del interés común dejó de funcionar: basta ver los 170 decretos presidenci­ales de Emergencia Nacional para darnos cuenta de que se basan muy marginalme­nte en el interés común. Las consecuenc­ias de su aplicación son abominable­mente inequitati­vas, dispares, profundiza­n las desigualda­des sociales y deterioran la democracia.

En las Américas, con excepción de Canadá y Costa Rica, los gobiernos, frente a la pandemia, actúan desordenad­a y autoritari­amente, preocupado­s solo por su imagen, desplegand­o sin reatos medidas que limitan especialme­nte nuestra libertad. Deberíamos recordar aquello que Albert Camus decía: “la libertad no es otra cosa que la oportunida­d de ser mejor”; pero nuestros gobiernos ven en nuestra libertad una amenaza. Las exigencias éticas deben concretars­e en las institucio­nes, no en abstracto. En Colombia, el escándalo del Fiscal General viajando a San Andrés, con familia y amigos, así lo exige.

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