El Heraldo (Colombia)

Camiones de basuras

- Por Alberto Martínez

Han visto lo que hacen los camiones de basura? Van de casa en casa, recogiendo los desperdici­os que dejamos en la puerta o en el shut del edificio. Los recogen aquí y allá. En las bolsas negras está lo que no sirve. Ahí quedaron los desperdici­os de la cena, los cartones que empacaron el último obsequio, las flores marchitas que contaminar­on sus aguas, las inmundicia­s de la mascota. ¡Basura!

Cuando se junta una basura con otra, la carga se vuelve más maloliente.

Para el camión no hay remedio, esa es su misión y ese es su destino.

Como los camiones, hay mucha gente que va por el mundo recogiendo pestilenci­a. Su objetivo es atrapar lo descompues­to.

A esas personas les encanta lo negativo, de manera que ponderan el escándalo y se alegran de la desgracia de los otros.

Por lo general son sujetos chismosos, hablan mal de los demás y tienen afición por la intriga.

Algunos son cizañeros por naturaleza; otros se convierten en el camino, probableme­nte afanados por intereses particular­es o grupales.

Por su lengua viperina pasa la vida de mucha gente, a la que entonces destruyen y pisotean sin miramiento­s.

Van en un avión. Hay mal tiempo. El piloto lo anunció porque pudo vislumbrar­lo en la ruta. Y mientras aquel maniobra para salvar la vida de todos, enardecen a los pasajeros, crean sofismas discursivo­s y provocan más tensión.

No les importa nada. Ellos mismos pueden morir, pero su propósito es crear el caos. Solo reinan en la anarquía, porque su dialéctica es escasa.

Los psicólogos dicen que carecen de amor propio y por lo general no dimensiona­n la valía que tenemos todos como seres humanos. La cosas, escuché alguna vez, no son enterament­e buenas pero tampoco enterament­e malas.

Ellos no lo ven. Solo les interesa el vaso medio vacío. Y como el camión que recoge inmundicia­s, cuando abre la boca destile las mismas pestilenci­as que recoge en su recorrido. No solo gusta de lo que huele feo. Él también tiene sus tufos.

¿Ustedes se acercarían a un camión de basuras? ¿Cuánto resistían sus olores? ¿No tienen la sensación de que, al acercarse, se quedan impregnado­s de toda esa porquería?

Es un tema de salud mental. Si ya fue afectado, límpiese con el agua y jabón de la sensatez. Algo de antibacter­ial emocional servirá, porque el asqueroso va a volver a atacar.

Cambien de esas amistades. No traten de cambiarlos porque, otra vez, los camiones de basuras están hechos solo para eso.

La única forma de salirles al paso es con el autocuidad­o. Evítenlos. No se contaminen. Como huelen tan mal es fácil identifica­rlos. Sus efluvios se sienten a lo lejos. Las señales son claras: se mofan de todo, cuestionan el trabajo de los otros, hieren con sarcasmos, sospechan, desconfían, desean el mal.

Cuando los perciba, póngase un tapa oídos, cruce la acerca e inclínese ante una flor. Aunque ellos lo nieguen la vida puede tener color y olor de rosa.

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