Desnutrición devastadora
La ONG Nación Wayuu denunció que, en menos de una semana, dos bebés, de 17 y 24 meses, murieron en el municipio guajiro de Manaure, según las autoridades tradicionales de las comunidades de Muralen y Watsuamana.
La pandemia que desconcierta y provoca incertidumbre, también invisibiliza recurrentes tragedias a las que nadie, nunca, debería acostumbrarse. Hacerlo sería infame. La ONG indígena de derechos humanos Nación Wayuu denunció que, en menos de una semana, dos bebés murieron en el municipio guajiro de Manaure, según las autoridades tradicionales de las comunidades de Muralen y Watsuamana. Las niñas de 17 y 24 meses habrían fallecido de desnutrición. Sin embargo, como suele suceder en muchas de estas lamentables muertes de menores indígenas en La Guajira, frente a las cuales existe una indolencia lacerante, no habrá confirmación oficial de lo sucedido. Sin embargo, sin temor a equívocos, los decesos de estas dos criaturas están relacionados con lo mismo de siempre: “el hambre, la sed, la corrupción” y ahora “la pandemia que ya se asoció con estos flagelos para exterminar de una vez a la población wayuu”, como advierte José Silva Duarte, de Nación Wayuu. Mientras el país afronta el embate de la COVID-19 y la atención se centra en la disputa territorial por las UCI, que en varias regiones del Caribe siguen arrumadas en una esquina a la espera de ser habilitados los medios físicos, técnicos y humanos para su funcionamiento, después de calibrarlas, claro, es imprescindible que se sepa que en “La Guajira en lo que va corrido del año y, según el Instituto Nacional de Salud, han muerto 21 niños a causa de la desnutrición y 18 por Infección Respiratoria Aguda, IRA. El año pasado para esta misma época las muertes por desnutrición fueron 13 y 14 por IRA”.
No hay que ser un prestante epidemiólogo, infectólogo o virólogo para concluir que en La Guajira, lejos de los focos mediáticos centrados hoy en la entrega de cajitas de alimentos y tapabocas, los niños wayuu siguen muriendo de física hambre, enfermedades fácilmente prevenibles y, sobre todo, de abandono, negligencia y apatía. No hay quién vele por ellos. ¿Por qué siguen sin funcionar las rutas de prevención y acompañamiento dispuestas por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar?
La desnutrición que mata y frena el desarrollo de los niños wayuu no es exclusiva de esta comunidad. En el 41% de los municipios de La Guajira, Cesar, Magdalena y Córdoba existen factores que favorecen esta condición crítica en menores de 5 años, revela el Índice de Desnutrición Crónica 2020 de la Fundación Éxito. Menos dramática es la situación en Sucre, Bolívar y Atlántico, aunque también en estos territorios existen problemáticas muy complejas relacionadas con inseguridad alimentaria. Entre las variables analizadas están el bajo peso al nacer, los nacimientos de madres de entre 10 y 19 años con escasa formación académica, la falta de acceso a agua potable y la mortalidad infantil.
Si las autoridades de estos departamentos no concentran mayores esfuerzos en programas de nutrición seguirán condenando a sus habitantes a la vulnerabilidad socioeconómica. No se trata de ser un profeta de desgracia. Está comprobado que si un niño sufre desnutrición crónica antes de los dos años, en la edad adulta tendrá 14 puntos menos de coeficiente intelectual, 5 años menos de educación y 54% menos de salario, que uno que no la padeció. Crónica de un atraso anunciado, la triste historia de la costa Caribe.
Si no se invierte en capital humano, en políticas de primera infancia, salud y seguridad alimentaria para los niños, las consecuencias serán devastadoras a futuro y la desidia de los gobernantes terminará lastrando el desarrollo social y económico de sus regiones por generaciones. Es imperdonable el mínimo asomo de mezquindad y egoísmo de las clases dirigentes cuando se trata de garantizar el bienestar de los menores. Que nadie lo olvide cuando acuda a las urnas.
La pandemia, que aumentará la pobreza y la desigualdad social en el Caribe, amenaza con agudizar las ya precarias condiciones de desnutrición crónica y retraso en talla de los niños, especialmente de las zonas rurales. Son tiempos difíciles en los que se requiere liderazgo y acompañamiento del nivel nacional para fortalecer sistemas de vigilancia nutricional, priorizar intervenciones oportunas y focalizar acciones para atender las necesidades más apremiantes de grupos extremadamente vulnerables. Invertir en nutrición es, sin duda, la mejor decisión.
No hay que ser un prestante epidemiólogo, infectólogo o virólogo para concluir que en La Guajira, lejos de los focos mediáticos centrados hoy en la entrega de cajitas de alimentos y tapabocas, los niños wayuu siguen muriendo de física hambre, enfermedades fácilmente prevenibles y, sobre todo, de abandono, negligencia y apatía.