El joven de las verduras y las frutas
El confinamiento me ha acercado a la realidad de muchos vendedores ambulantes. Mientras frente a mi ventana —que tiene barrotes gruesos que se confunden con algunas plantas y el enrejado de mi terraza— tecleo y llevo a cabo mi jornada laboral, los audios que escucho a través de mis audífonos para redactar mis notas periodísticas por momentos no son suficientes para aislar el sonido ambiente de la calle y mi propio hogar.
A lo lejos empiezo a escuchar el pregón: “Veciiiina, patroooona, lleeeeeguéééé. Llevo la verdura y las frutas, a la orden”. “Mami, ya viene el mono”, grita mi hermana. El mono, como le dicen por su color de cabello amarillo oxigenado, es un joven de 24 años. Se llama Eliander González.
A diario se detiene en el frente de mi casa, bate su mano derecha, sonríe detrás de un tapabocas negro y saluda a mi mamá. A una distancia prudente la atiende.
En él veo las esperanzas vivas y el espíritu laborioso de un joven que, como muchos, en chancletas y bajo las altas temperaturas de Barranquilla arrastra una carretilla de la que cuelgan paquetes pequeños con verduras, tubérculos y frutas que vende para conseguir el sustento diario de su familia que, en su caso, está conformada por dos personas. Así se la “rebusca”. Dice que su labor no es sencilla, después de todo, “hay días buenos y malos”.