El parque que se quema
Cerca de las 5 de la mañana escucho una sinfonía. No es de Beethoven, no necesita electricidad para sonar, la entonan pájaros que vienen y van. Una familia de ardillas se comunica entre dos árboles de almendra a través de cables de alta tensión. Debajo de ellas circulan pocos carros en esa calle que hace las veces de triple frontera, ya que allí limitan los barrios Bellavista, La Concepción y San Pachito.
Debajo de esas ardillas, pájaros y por temporadas cotorritas, también pasan personas, muchas, creyendo que pasean a sus mascotas cuando en realidad es al revés. Obreros de construcciones y domiciliarios de las tiendas de esquina alimentan el paisaje desde mi ventana, en el quinto piso de un edificio viejo de pocos apartamentos.
Uno de los domiciliarios es Luis Miguel Meza Díaz, o Lucho. Tiene 26 años, es de Chimichagua, Cesar, y el grosor de sus lentes aumenta visualmente el tamaño de sus ojos. Hace ocho años llegó a Barranquilla y trabaja en la tienda Los Cristales hace casi cuatro. En el día se hace unos 80 domicilios. “Con esta pandemia tiro más pedal”, dice.
Desde mi ventana la vista es privilegiada. Se aprecia el río Magdalena y después de este el Parque Isla Salamanca. Ver ese templo natural alegra y entristece, sobre todo cuando se le ve arder por más de 15 días seguidos sin que nadie haga nada, a la espera de una milagrosa lluvia que lo salve.
El humo es insoportable, aleja los pájaros, las cotorras y las ardillas. El parque se quema y mi ventana lo sabe.