El Heraldo (Colombia)

La tristeza se da cita en el pueblo de pescadores

tragedia sobre tragedia en Tasajera

- Por Luis Rodríguez Soto

Los habitantes de este pueblo olvidado del Magdalena viven una de las semanas más difíciles por la muerte de más de treinta personas Al dolor que sienten se le suma una forma de vida llena de pobreza.

La profundida­d de una herida abierta, acuosa y sangrienta que inicia desde la cutícula de un pie lleno de barro se convierte en un lugar más que atractivo para un enjambre de moscas que, en cuestión de segundos, invade el agujero. Los insectos que siguen volando sin patrón alguno se filtran por las fosas nasales, alcanzan a fastidiar en la córnea de algún ojo y otros, simplement­e, recorren cualquier parte del cuerpo sin mayor resistenci­a.

Para cualquier otro foráneo la situación se tornaría desesperan­te y asquerosa en cuestión de segundos, pero para ellos, que toda la vida han convivido entre los restos de sus propias heces, entre ciempiés, mosquitos grandes, y a veces ratas, la escena es casi normal, una cotidianid­ad que no les ha afectado en lo más mínimo pues, a su juicio, tienen problemas mayores.

Es el 9 de julio del 2020 y en los caminos de tierra, piedra y aguas empozadas de Tasajera, esa tierra de nadie que solo aparece en el mapa cuando ocurre una tragedia, todos tienen cara de angustia y sufrimient­o. Todos parecen haber perdido un primo, tío, hermano, papá o abuelo. Todos tienen evidentes signos de haber llorado en los últimos días. Todos se quejan de lo mismo: de vivir en un especie de bucle maldito donde a la desnutrici­ón, miseria y casi nulas posibilida­des de prosperar en la vida se le sumó un infierno desatado por 5.900 galones de combustibl­e que encadena más de treinta muertos, un fortísimo golpe al maltrecho corazón de un pueblo que sigue atrapado en el olvido, a un costado de la Ruta del Sol.

Los únicos que – a lo mejor por su inocencia o tan poca edad– parecen ajenos a la delicada situación son los más pequeños. Los niños, con los deformes juguetes que tienen, pasan las horas de los días corriendo por un ‘mar rojo’ que a veces es marrón o negro, un cuerpo de agua lleno de todas las porquerías imaginable­s y de donde, en su mayoría, provienen las moscas y cualquier otro bicho que encuentra atractivo un lugar lleno de desechos de animales, materias fecales y diversos materiales orgánicos en descomposi­ción, todo un cóctel de inmundicia que se extiende por varios kilómetros.

Es por eso que muchos de los más pequeños sufren graves infeccione­s causadas por la invasión de huevos de moscas en sus heridas, una infestació­n de larvas que solo es contenida en algunos casos derramando creolina, acpm o algún menjurje casero en el sector afectado, una ayuda improvisad­a que cura, pero que quema la piel.

“No sé por qué tienen al pueblo olvidado. Mi esposo y mi hijo cuando van a pescar no traen nada y aquí tenemos muchas necesidade­s. A veces no tenemos ni para comer y vivimos muy mal. Los niños se nos enferman por las condicione­s malas en las que vivimos”, expresó Hilda Ayala.

AGUA TURBIA

En Tasajera los habitantes están aburridos de decir lo mismo. Les desanima el hecho de siempre contar las miserias de sus vidas y que las ayudas, que en su momento les prometiero­n, se las lleve siempre el viento. Los noventa, esos años prósperos donde la pesca era el principal sustento de las familias, hace mucho que pasaron y ahora los pescados escasean y el hambre abunda. Para colmo de males, el agua, un recurso vital que debe ser garantizad­o para todos, es un anhelado líquido que solo llega en carrotanqu­es dos veces al día, pero por lo general en forma turbia y más oscura que cristalina.

“El agua la compramos por 1.500 o 2.000 pesos, pero muchas veces llega negra o con muchas cositas. A veces es salada y se nota que no es tratada, pero uno no se puede quejar de eso porque la necesitamo­s. Toca sobrevivir como sea porque es la vida que tenemos”, contó la señora Lourdes, en el barrio Las Flores.

“Nos gustaría que al menos tuviéramos agua siempre y que nos hicieran un acueducto para nuestras necesidade­s, pero sabemos que no va a ser así. Nosotros solo pedimos que nos tengan solo un poquito mejor. Es feo que uno se enferme hasta por tomar el agua que uno cree que está buena”, agregó.

SIN TEMOR AL COVID

Hay una especie de creencia en Tasajera de que vivir en la física mierda los ha hecho más fuertes. Los ancianos consideran que tienen más cuero que cualquier otra persona y que un virus recién aparecido, por más mortal que sea, no les va a hacer más daño que el sumar varias décadas viviendo entre las condicione­s menos dignas que se puedan encontrar.

“Nosotros en verdad no le tenemos miedo al coronaviru­s porque lo que nos está acabando es el hambre. Ahora pasan estas tragedias y es por eso que necesitamo­s mucha ayuda. Aquí pasamos muchas calamidade­s y eso nos duele porque estamos pasando unos momentos muy difíciles tras la muerte de nuestros jóvenes. Ellos han llegado a esos casos por la misma necesidad. La verdad está dicha y nos falta educación y falta de (sic) vida porque pasamos mucho trabajo”, aseguró Placina Llerena De la Hoz.

“Tenemos mucha tristeza en nuestro corazón y toda esta tragedia sucedió porque tenemos mucha hambre. Aquí nadie tiene una casa buena y vivimos en un estado en el que no tenemos dónde comer. Tengo solo 500 pesos para darles de comer algo a mis tres hijos. Dirán muchos que vivimos en la basura, pero eso es el relleno que tenemos para poder subsistir (proteger) las casas. Estamos tan mal que no tenemos ni para

comprarnos un tapaboca, nosotros también somos humanos”, manifestó con la voz entrecorta­da Osiris Riquett Fontalvo.

A pesar de lo fuertes que se sienten los habitantes de este pueblo del Magdalena, las estadístic­as del Instituto Nacional de Salud (INS) reflejan que Puebloviej­o hace parte del top 10 de territorio­s con mayor tasa de mortalidad por el nuevo coronaviru­s.

NO HAY DE OTRA

Si alguien se detiene a mirar fijamente las partes traseras de las casuchas, muchas veces levantadas con tela, madera vieja o cualquier otro material, puede observar una lluvia de bolsas o papeles periódicos que caen por todo el lugar. La razón es simple: al no tener alcantaril­lado o fosas sépticas, los lugareños hacen sus necesidade­s fisiológic­as y luego las envuelven para deshacerse de ellas, una maniobra que en periodos invernales los golpea fuertement­e con olores nauseabund­os o ríos de sus excremento­s que se cuelan en sus hogares.

Pero –por más crudo que sea la situación anterior– los habitantes de Tasajera consideran tener angustias mucho mayores que esas porque, para ellos, es mejor haber conseguido algunos pesos en algún trabajo y comer otra cosa que no sean pescados pequeños y arroces ‘boludos’, a vivir con los dolores y los llantos de los hambriento­s bebés recién nacidos en “medio de olor a popó”.

Quizás por eso es que cuando reciben la llamada o el ‘pitazo’ de que algún camión o carro particular sufrió una avería en la carretera es que los cabezas de hogar, en su mayoría pescadores, mototaxist­as o vendedores ambulantes en los peajes, salen raudos a intentar ver qué pueden rescatar de los accidentes en la vía.

“Hermano, si tú tienes hambre y tu familia también y ves que un camión de pescados se volteó y se cayó todo, tú obvio que vas a salir a recogerlos y conseguir algo de comida. Es mejor a que las cosas se pierdan en la carretera. La gente dice que somos delincuent­es y la verdad es que sí hay mucha gente mala, pero la mayoría solo intentamos conseguir algo para vivir”, contó Álvaro, quien aseguró que estuvo en el lugar donde un camión cisterna explotó y causó la muerte de algunos de sus conocidos.

INFIERNO

Todo transcurrí­a de manera normal en la mañana del 6 de julio, en la Troncal del Caribe. El volcamient­o de un camión cisterna cargado de combustibl­e no era ninguna novedad. Siempre han sucedido accidentes de este tipo en la vía Barranquil­la-Ciénaga y, por lo general, siempre aparece uno que otro curioso que se acerca a la zona del siniestro. Esta vez nadie –como aseguran la mayoría de los habitantes– pudo anticipar la tragedia que estaba por ocurrir.

El camión cisterna empezó a derramar combustibl­e a varios kilómetros antes del peaje de Tasajera, en un sector desolado donde no hay casi ninguna actividad, pero la noticia de que el hidrocarbu­ro se estaba desperdici­ando por todo el lugar llegó rápidament­e al pueblo con el llamado de pescadores y vendedores que estaban en la zona.

Y, luego de la llegada de un gran número de personas al vehículo, se desató un infierno que pudo ser peor. “El camión no explotó, solo se incendió. Donde de verdad explote mata a todos los que estaban por ahí. Me da tanto dolor haber sido incapaz de decirle a mi hijo que no se fuera para allá. Las madres siempre nos quedamos con el dolor de que ellos se vayan primero que nosotros”, dijo una matrona que prefirió omitir su nombre.

Los siguientes minutos son ampliament­e conocidos y, un vistazo actual por el pueblo, refleja la crudeza de lo que pasó esa mañana. Hay muchas esposas en estado de shock, muchos jóvenes con la carne viva luego de que los coletazos del fuego les haya derretido la piel, muchos heridos acostados en colchoneta­s sucias en las entradas de las casas, muchos abuelos con las miradas perdidas, muchas madres llorando, muchos amigos extrañando a sus compañeros, muchas tragedias en medio de la tragedia de siempre.

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FOTOS JEISSON FERNáNDEZ Un menor de edad juega en uno de los caminos de tierra de Tasajera, un pueblo fuertement­e golpeado por el incendio de un camión cisterna.
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En un día cualquiera es normal ver la cruda realidad en la que viven los habitantes de Tasajera.
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