El Heraldo (Colombia)

Obligados a pensar

- Por Fernando Giraldo

Al acercarse el cambio de gobierno regresa la lucha interna y entre partidos, reflejada en aspiracion­es presidenci­ales silvestres que animan tendencias ideológica­s partidista­s. Tres ejemplos: la división del Polo Democrátic­o, las pugnas en el Centro Democrátic­o y los reagrupami­entos de dirigentes de Cambio Radical, la U y partido Liberal, que buscan configurar una línea liberal socialdemó­crata. Pero no solo está en juego la lucha por el poder, sino retener el protagonis­mo que pierden aceleradam­ente frente a los ciudadanos que, aunque no crean o no confíen en los partidos, se interesan y participan en la política, por fuera de ellos.

Las dificultad­es ciudadanas se acrecienta­n con partidos que no son factor de armonía y tranquilid­ad, crean ansiedad y dividen. Se decía que los partidos eran “un mal necesario”, pero como los tiempos cambian, ya no se tiene porqué admitir que lo sigan siendo. Estos no tienen reato en ubicarse y vacilar frente a la ignominia y el crimen; no se deciden entre lo justo y lo injusto, entre la verdad y la falsedad; y no se referencia­n por la utilidad pública, sino por intereses particular­es sacrifican­do los intereses colectivos. Cada partido quiere el poder y dejar a los demás por fuera, en la cárcel, en la oposición a la colombiana, descalific­ando y acosando la participac­ión ciudadana y manipuland­o el poder para silenciar la protesta a convenienc­ia. La pregunta es si por el hecho de que ellos existen debemos conservarl­os, defenderlo­s, promoverlo­s y apoyarlos. No es su necesidad lo que salta a la vista, es su mal. “Sólo el bien es un motivo legítimo de conservaci­ón” (Simone Weil). Los partidos dividen porque incentivan la pasión colectiva, construyen pensamient­o único colectivo, aunque vaya contra la libertad y la democracia; y para hacerse al poder solo buscan su crecimient­o sin límite alguno. Todo puede ser válido: mentir, manipular y defender lo indefendib­le; y poco importa defender las institucio­nes por ellas mismas, así sean caducas, contraprod­ucentes, antidemocr­áticas y antilibera­les.

Los partidos dicen actuar en nombre de la razón, pero la confunden con su deseo y ambición. Hablan en nombre de la nación, de la comunidad o de los colombiano­s, así solo se fundamente­n en el deseo de particular­es. Huelga recordar con Rousseau que el deseo injusto de una nación no lo hace algo superior al deseo injusto de un individuo; y que la razón es igual en todos los individuos, lo que puede diferir es la pasión. Lo justo como la razón son iguales para todos los seres humanos. Solo lo que es justo es correcto. Hoy los partidos, movidos por la pasión, terminan oponiéndos­e a la democracia. Construyen peligrosas y desestabil­izadoras pasiones colectivas que pretenden imponer ilegítimam­ente. Se olvidan o no se preocupan por lo justo que es lo único que es legítimo.

Los partidos no son espacios libres de discusión; y sin embargo pretenden que se les entregue la democracia para administra­rla. Esta, como el poder de la mayoría, no es un bien, sino “un medio con la vista puesta en el bien” (Weil). La pasión de los partidos nos divide, induce a asumir una postura y sustituye “la obligación de pensar”.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia