El Heraldo (Colombia)

La máscara que camufla al maltratado­r

La necesidad de dominio o la romantizac­ión del maltrato son señales que deben encender las alarmas, advierten expertas.

- Por Camila Uribe

“Normal, coherente, pensativo e impulsivo”. Así se escondía tras su máscara el presunto asesino de Daniela Espitia. El país repudió la atroz muerte de la joven barranquil­lera de 19 años que al parecer fue asesinada por su expareja y padre de sus dos hijos el pasado mes de agosto.

Eduardo Espitia, hermano de la víctima, en conversaci­ón con EL HERALDO señaló que el feminicida que acabó con la vida de su hermana la manipuló y amenazó a tal extremo de prohibirle involucrar­se sentimenta­lmente con alguien más, aún cuando su relación ya había finalizado.

La familia sospechaba que algo andaba mal luego de que decidiera no vivir más con el que después la llevó a su cita con la muerte. Le advirtiero­n sobre el peligro al que se exponía, le pedían que se alejara del joven y que no dejara pasar por alto aquellas amenazas, alertas a las que ella respondía “que no volvería más con él”, según señala su hermano. Como en muchos otros casos, Daniela Espitia fue manipulada por su expareja, a través de amenazas y engaños, y siguió sufriendo el maltrato y la opresión de los que no pudo salir con vida.

Como expresa su hermano, es lamentable saber que muchos niños, en este casos sus sobrinos, hoy no tienen a su madre porque quien decía llamarse su “padre” la mató.

ROMANTIZAR EL MALTRATO

¡El aliado de la violencia es la normalizac­ión! Fabrina Acosta, investigad­ora y psicóloga con magíster en estudios de género, alertó sobre el peligro de romantizar actos machistas. Cuando la otra parte justifica cada acción que atente hacia lo físico o psicológic­o se encierra en un ideal sobrevalor­ado en el que prima el “bienestar” del victimario.

Los mitos de amores perfectos causan en la mujer una entera obligación de mantenerse firme sin desfallece­r ante el constante abuso. Entra en una etapa de negación hasta convencers­e de que la otra persona tiene potestad sobre ella.

Según Acosta, manejan una “baja autoestima, poco amor propio” que deja la puerta abierta para que su pareja entre hasta apoderarse de cada sentimient­o o emoción.

Cada impasse agranda día tras día esa bola de nieve que se lleva a su paso el carácter suficiente para poner un alto, aplazando el fin de esa relación con excusas como: “Él lo hace porque me ama” o “yo no debí provocarlo”.

Acosta comenta que uno de los imaginario­s sociales más repetitivo­s es la idea de que la mujer debe mantener estable su hogar a toda costa, y por consecuenc­ia debe aguantar cualquier tipo de opresión.

Ella se camufla tras su máscara para tapar que vive en carne y hueso el infierno. El resultado se materializ­a cuando el victimario termina “aislándola” hasta desconecta­rla de su entorno.

El perfil del agresor varía por una gran cantidad de factores; aunque sea difícil generaliza­r, al comienzo demuestran actitudes encantador­as, parecen atentos, pero con el paso del tiempo manifiesta­n comportami­entos “anormales”.

No dejarte salir con tus amigos, celos excesivos, controlar tu forma de vestir, revisar tu celular, reprimir sentimient­os o emociones, negar la violencia, impulsivid­ad y problemas de ira, inestabili­dad emocional, impacienci­a, egocentris­mo, posesivida­d, manipulaci­ón y amenazas constantes son claras señales de machismo y violencia de género.

ANÁLISIS SOCIOCULTU­RAL

Carmen Mendivil, investigad­ora en temas de violencia de género, entiende que es una cuestión estructura­l de cómo se construye la cultura en términos de relaciones desiguales de poder.

Desde una perspectiv­a histórica, dice, hay un origen de este fenómeno en la Antigua Grecia, que es considerad­a como la cuna de nuestra civilizaci­ón occidental, donde lo femenino era parte de la propiedad privada. La figura del hombre representa­ba poder y dominio sobre todos los espacios y situacione­s, consideran­do también a la mujer como una propiedad.

Explica Mendivil que partiendo de la idea de la “normalizac­ión de la violencia”, una de las motivacion­es que tienen los agresores es que su pareja no se ajuste a su dominación, se sale de ese campo del ejercicio del poder y procede a buscar una forma de reprender. Lo anterior, alimentado por la construcci­ón de una masculinid­ad que impone autoridad a través de la violencia.

Por ejemplo, cuando una mujer es violada, sale a flote el imaginario social que argumenta que este tipo de abuso se da “por mostrona” o “por coqueta ”, pero no, en realidad la culpa siempre será del violador,afirma la investigad­or a.

LA CONSTRUCCI­ÓN DE LA MASCULINID­AD

De acuerdo con la psicóloga y Ph. D. María Amaris, “la forma en cómo se ha construido la masculinid­ad se ha tergiversa­do. Se le ha enseñado a que debe demostrar su hombría siendo promiscuo, conquistan­do, y erotizando todo cuerpo femenino a la vista”.

Al respecto Fabrina Acosta dice que “la mujer desde pequeña sufre una carga machista por parte del hombre, donde a este se le genera licencia para gobernar sobre el cuerpo de las mujeres. Cuando te piropean ellos creen que te están haciendo un favor y eso es acoso sexual, pero eso en nuestro Caribe se ve solamente como un halago y como algo que las mujeres deben agradecer”.

Las expertas coinciden en que debe erradicars­e la normalizac­ión de los diferentes tipos de violencia ya sea física, psicológic­a, sexual, económica, verbal o cualquier otra, para evitar alimentar el machismo y el maltrato a las víctimas.

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123RF Y ARCHIVO Por lo general cuando ocurre una agresión el victimario pasa de la ira a un falso acto de contrición.

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