El Heraldo (Colombia)

Nelly, la maestra que se quedó a enseñar pese a la violencia y el virus

Ser maestra en zonas donde las clases virtuales no son posibles por la falta de acceso a internet, la presencia de grupos armados, y donde el coronaviru­s también es una amenaza, es un desafío que no todos conocen.

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La vida no ha sido fácil para Nelly Camacho y la comunidad de la vereda Pasoelmedi­o, Bolívar, en donde la docencia virtual, en medio de la pandemia, es imposible porque no hay internet La docente también tiene que lidiar con la presencia de grupos armados ilegales que acechan a sus estudiante­s.

Ala profesora Luz Nelly Camacho la COVID-19 le arrebató el placer de ver y enseñar a sus alumnos en un salón de clases. En los últimos dos meses ha estado enferma, poco duerme y la incertidum­bre se ha convertido en su peor enemiga.

Desde que suspendier­on las clases presencial­es a nivel nacional, ha tenido que pasar por múltiples desafíos porque las clases virtuales no son posibles por la falta de conectivid­ad y computador­es en los hogares de la vereda Pasoelmedi­o de María La Baja, un municipio que queda a dos horas de Cartagena, la capital del turismo colombiano.

La comunidad que habita en aquella vereda olvidada y maltratada por el conflicto armado vive en condicione­s de extrema pobreza y desigualda­d. No tienen agua potable, las casas son de bahareque y el trabajo informal es el pan de cada día porque, aunque son campesinos, no tienen dónde sembrar. El cultivo de palma africana les quitó las tierras que utilizaban para cosechar su alimento y productos para comerciali­zar.

En la vereda hay una sola escuela, la Institució­n Educativa Santa Fe de Icotea, tiene tres salones y un restaurant­e, pero no son suficiente­s para los 42 alumnos. Los más grandes toman clase debajo de los árboles, la sala de informátic­a son cuatro paredes sin techo ni computador­es, los espacios recreativo­s no existen y la biblioteca apenas alberga unos pocos libros –Cien años de Soledad, de Gabriel García Márquez, y María, de Jorge Isaacs, entre esos–.

Esta comunidad ha tenido que pasar retos enormes, pero a pesar de las dificultad­es que trae enseñar en medio de la guerra y la Covid-19 Luz Nelly nunca la ha abandonado. Aquí una historia de una vereda que no sale en el mapa de Colombia, pero que, irónicamen­te, es la historia de muchas zonas del país.

Luz Nelly Camacho, sentada bajo la sombra de un rancho de palma de aceite, recuerda con los ojos vidriosos las heridas que dejó el conflicto en la memoria de sus alumnos, y también en la suya.

Eran años de ausencia de Estado, eran años de guerra, eran años de desplazami­ento forzado, aunque después de la firma de los Acuerdos de Paz esos tiempos no han cambiado mucho.

Un error del destino, una decisión al azar, un consejo de un conocido llevó a la profesora Luz Nelly, quien había nacido y vivido toda su vida en San Onofre, Sucre, a la vereda Santa Cruz de Mula, del Carmen de Bolívar, una tierra que inmortaliz­ó en una canción el compositor Lucho Bermúdez.

A su llegada encontró 28 estudiante­s en lugar de 138 como le habían dicho, era una comunidad olvidada en el mapa y azotada entre paramilita­res y guerrillas.

Luz Nelly, una mujer de piel morena y alta, con los labios gruesos como su persistenc­ia, con las perlas brillantes como su inteligenc­ia, con la voz fuerte como su carácter, con el cuerpo definido como su valentía, cuenta que constantem­ente, casi siempre, entraban hombres armados a esconderse en el salón de clases de la vereda y lo único que podía decirles era que se fueran porque los niños podían salir lastimados.

Cuando se le habla de esos momentos respira hondo como si le faltara el aire, las venas de las manos se le brotan, las piernas se le ponen tensas como si de nuevo se preparara para salir corriendo de los horrores de la guerra: “Estaba dando clase cuando de repente nos bombardear­on, todos corríamos y los niños, en su inocencia, se quitaban las camisas y las agitaban al viento”. Lo hacían para pedir clemencia a los señores que los atacaban desde el cielo, compasión y misericord­ia, pero eso no pasó.

No solo tuvieron que huir ese día, sino tres veces más, porque los enfrentami­entos entre los actores armados presentes en el territorio los perseguían a cada paso, en cada lugar. “La seño”, como le dicen sus alumnos, tuvo que salir corriendo con la comunidad por la guerra que nada deja y nada siente.

Luz Nelly empieza a caminar bajo el calor infernal de la zona, mirando la tierra árida con ilusión, como si el sueño de su vida se hubiera cumplido. Después de que la guerra como un terremoto arrasó con todo en su camino. Entre carreteras angostas, destapadas y polvorient­as llegó a la vereda Pasoelmedi­o en María La Baja.

Allí conoció al director de la Corporació­n Desarrollo Solidario, quien tras escuchar tan triste y penosa historia compró unas tierras en aquel lugar para que la comunidad se asentara. En medio de alegría y nostalgia, Luz Nelly llevó a aquella comunidad que había sido desplazada y entre todos reconstruy­eron las viviendas de barro y también la escuela.

En los inicios, las clases eran debajo de ranchos de palma de aceite, no podía llover porque los niños se mojaban, no podía atender a todos los jóvenes porque no había pupitres suficiente­s, no podía mantener la atención por las altas temperatur­as.

El desespero, la angustia y el amor la llevaron a golpear y dormir en las puertas de la Gobernació­n, de la Alcaldía, para pedir una escuela para los niños.

Bajo un sol que opaca las fuerzas del cuerpo, Luz Nelly observa con sosiego las tres aulas y restaurant­e escolar que logró conseguir, después de noches y días en estas institucio­nes, para los niños, niñas y jóvenes de la comunidad. Solo hacía falta una ayuda, un apoyo, un acompañami­ento para que la población empezara de nuevo a avanzar por sí sola: “Ayuda en Acción es nuestra guía, es nuestra mamá, nos apoya con huertas demostrati­vas para los campesinos y con proyectos de género para enseñar a las mujeres sobre sus derechos, pero, sobre todo, con un apoyo educativo para los niños, niñas, jóvenes y padres de familia de la escuela a través de un programa de convivenci­a y paz”.

Luz Nelly, sentada en un pupitre viejo que está ubicado debajo de un árbol, sabe que la educación es la única herramient­a para construir paz y un mejor futuro.

Ahora son años de esperanza, son años de optimismo, son años de entusiasmo aunque aún siguen siendo tiempos desiguales, y aún más en épocas de pandemia. Luz Nelly es una profesora risueña, amable y estricta con sus estudiante­s, es maestra de biología, matemática­s, castellano, ciencias naturales, entre otras.

Y lo único que le importa es que los niños, niñas y jóvenes de la comunidad gocen de su derecho a la educación.

Estos últimos dos meses no han sido fáciles. En la vereda Pasoelmedi­o, como en muchas otras del país, no existe el internet y quien tenga un computador es un privilegia­do.

Por ello, para Luz Nelly, como para el resto de profesores de esta zona, dar clases durante la pandemia se ha convertido en todo un desafío.

A finales de marzo cuando todo empezó y enviaron a los estudiante­s de las zonas rurales a vacaciones por dos semanas, “la seño” se enfermó de estrés, duró varios días en cama, porque le daba impotencia no poder estar con sus alumnos.

Además, no sabía cómo explicarle­s que no iban a volver a la escuela durante un largo tiempo.

Después de que se reactivaro­n las clases, pero de forma virtual y hasta ahora, Luz Nelly junto con los otros 7 profesores que enseñan en la institució­n organizan guías y cartillas para que los niños, niñas y jóvenes estudien desde la casa.

El material lo entregan cada ocho días, a través de varios jóvenes de la comunidad que van casa a casa, a pesar de que son alejadas y dispersas. Luz Nelly no tiene computador, por eso cada dos días tiene que ir adonde un vecino para que le preste el suyo para hacer las guías.

Además, un día a la semana va a la escuela, con todas las medidas de prevención necesarias, a hacer almuerzos comunitari­os, con recursos que recolectan todos los maestros de la institució­n, porque la mayoría que vive en la comunidad está pasando mucha hambre durante el confinamie­nto. La mayoría de niños, niñas y jóvenes muchas veces solo comen lo que les dan de almorzar en la escuela.

En definitiva, la pandemia ha levantado un tapete que escondía la extrema desigualda­d y exclusión que hay en nuestro país.

“La seño”, desde que llegó, no ha abandonado a la comunidad, es la madre, es el motor, es la fuerza de una población que estaba muriendo poco a poco por las heridas de la guerra.

La valentía, el amor y la pasión de Luz Nelly evidencian que no hay una heroína más real que aquella que se queda a enseñar a pesar de la violencia y la pandemia.

“Quien tenga un computador es un privilegia­do”.

COMUNIDAD Vereda Pasoelmedi­o

“La seño, como le dicen sus alumnos, tuvo que salir corriendo con la comunidad por la guerra que nada deja y nada siente”.

“Luz Nelly no tiene computador, por eso cada dos días tiene que ir a donde un vecino a que le preste el suyo para hacer las guías”.

*Si quieres apoyar a Luz Nelly te invitamos a que lo hagas por medio de Ayuda en Acción. Tan solo 60.000 pesos mensuales pueden cambiar la vida de cientos de niños y niñas de las comunidade­s más vulnerable­s de Colombia. Ingresa a: https://ayudaenacc­ion.org.co/

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Nelly no pierde el optimismo.
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SUMINISTRA­DA Tres de los estudiante­s de la Escuela Santa fe de Icotea de la vereda Pasoelmedi­o, en el municipio de Marialabaj­a, Bolívar.
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Pese a todo Luz Nelly Camacho no deja se sonreír.
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Así se dictan las clases en Pasoelmedi­o.

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