El Heraldo (Colombia)

El enemigo común

- Por Manuel Moreno Slagter moreno.slagter@yahoo.com

Hay ciertos asuntos que deberían motivar la unidad nacional por encima de cualquier cosa. Grandes catástrofe­s naturales, amenazas externas y, por supuesto, una grave crisis de salud pública como la que estamos viviendo constituye­n unos buenos ejemplos. En el discurso público no todo puede estar sesgado por las demagógica­s estrategia­s de los partidos políticos, ni por las ambiciones de quienes quieren llegar al poder, o de los que quieren mantenerlo. En algún momento hay que priorizar el interés común. Esa actitud que se aprovecha de las dificultad­es del adversario político para amplificar sus equivocaci­ones, aunque con ello se mine la credibilid­ad de las institucio­nes públicas en el momento más inoportuno, pavimenta el camino hacia una victoria pírrica: puede que al final les sirva para lograr votos, pero quizá terminen gobernando sobre un territorio devastado.

El 8 de mayo de 1940, en plena guerra mundial y siendo todavía el Primer Lord del Almirantaz­go, Winston Churchill, intervino en la Cámara de los Comunes del Reino Unido. Se estaba debatiendo con fiereza sobre los evidentes fracasos y errores de la campaña militar. Luego de varias horas de enfrentami­entos partidista­s, avivados por la inminente salida de Chamberlai­n, Churchill cerró con estas palabras: «Que mueran todas las enemistade­s de antes de la guerra, olvidemos nuestras disputas personales y concentrem­os todo el odio en el enemigo común. Que se ignoren los intereses de los partidos, que se aprovechen todas nuestras energías, que toda la capacidad y las fuerzas de la nación se lancen a la lucha». Dos días después fue nombrado primer ministro y formó un gobierno de coalición que con mucho esfuerzo y abundantes sacrificio­s, logró llevar a su país a la victoria. Unidos salieron adelante.

A diferencia de lo que pasó en aquel episodio histórico, en Colombia los dos bandos (o tres, o cuatro, ya ni se sabe), dan la impresión de desgastars­e más en incendiar los ánimos que en buscar soluciones. Como si al final no importase el bienestar de los colombiano­s, cada quien está calculando sus propios réditos, torpedeand­o la gestión del rival y celebrando sus tropiezos, aunque éstos supongan sufrimient­o y muerte. No hay palabras para definir tal nivel de ruindad. Ojalá tengamos la madurez suficiente para recordar las actuacione­s de quienes dentro de pocos años se venderán como la solución a todos nuestros problemas, apostándol­e a que nos olvidemos de su mezquindad.

Además de señalar los errores, algunos de ellos inevitable­s por la incertidum­bre, vale la pena también celebrar los aciertos, fortalecer y apoyar a los responsabl­es. Más que nunca se requiere una tregua. Lo menos importante en estos momentos es la filiación política de quienes están al mando, al enemigo común no le interesan los colores de nuestras banderas.

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