El Heraldo (Colombia)

¡No los dejemos solos!

En menos de una semana, líderes sociales de El Salado fueron víctimas de serias amenazas que volvieron a llenar de enorme temor a una población que mantiene viva la memoria de una de las peores masacres en la historia del Caribe colombiano.

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Una de las líderes sociales amenazadas en El Salado, corregimie­nto del Carmen de Bolívar, por las ‘Águilas Negras’ es Yirley Velasco, sobrevivie­nte de la masacre del 16 de febrero de 2000 perpetrada por 450 paramilita­res del Bloque Norte de las Autodefens­as Unidas de Colombia bajo el mando de Salvatore Mancuso y Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40. Una de las peores matanzas en la historia del Caribe colombiano en la que escuadrone­s de exterminio mataron a más de 60 humildes habitantes de la subregión de los Montes de María sometiéndo­los a aberrantes actos de tortura y sevicia para infringirl­es el mayor sufrimient­o posible.

Esta espantosa orgía de sangre también incluyó un dolorosísi­mo capítulo de crímenes contra mujeres de la zona. Testigos narran cómo algunas de ellas, en medio de la cancha de microfútbo­l del parque principal –escenario del horror– fueron golpeadas hasta doblegarla­s, ya en el suelo les enterraban las bayonetas de los fusiles en sus vientres y otras fueron empaladas. Al menos 30 mujeres de El Salado fueron abusadas sexualment­e, algunas de una manera tan brutal que sufrieron daños irreversib­les en sus aparatos reproducti­vos.

Yirley era apenas una niña. Fue violada por al menos cinco hombres que la mataron en vida. Luego de un complejo proceso de sanación, en 2008 logró convertirs­e en sobrevivie­nte alzando su voz y gritándole al mundo “estoy viva”. Desde entonces, apoya a otras víctimas de violencia sexual a través del colectivo ‘Mujeres Sembrando Vidas’, dedicado a reconstrui­r el tejido social de sus comunidade­s devastadas por décadas de violencia sin tregua en sus territorio­s. Propiciado por EL HERALDO – a instancias de la Comisión de la Verdad– Yirley participó, en febrero de 2020, con Carmen Edith Fontalvo Vides, su “compañera de dolor”, otra víctima sexual de los paramilita­res, en un acto de reconocimi­ento y disculpas públicas a cargo de Uber Banquez Martínez, alias Juancho Dique, comandante del frente Héroes de los Montes de María de las AUC, desmoviliz­ado en 2005, quien ha confesado 565 crímenes, entre ellos las masacres de El Salado y el Chengue.

Frente a su victimario, las dos mujeres expresaron voluntad de avanzar en su proceso de reconcilia­ción y perdón. Yirley defendió la necesaria verdad sobre la violencia sexual, tantas veces negada y ocultada para mayor humillació­n e injusticia de las víctimas. “A usted, a las personas que me hicieron tanto daño, que acabaron con mi dignidad, a cada uno, los perdono”, dijo esta mujer que aceptó recibir, con su amiga Carmen, el abrazo de Banquez para sellar el sanador encuentro.

A esta valiente mujer es a la que hoy, como ocurrió en julio de 2019, amenazan y quieren asesinar. ¿Quiénes? Los señores de la guerra, los mismos que alientan el terror desmoraliz­ante entre las víctimas para perpetuar su macabra estrategia de muerte y destrucció­n: intimidan, atacan y asesinan a los líderes sociales, a quienes defienden sus territorio­s, encabezan luchas para vivir en paz o exigir el cumplimien­to de los derechos de mujeres, víctimas y población vulnerable.

Yirley y los otros 10 líderes amenazados les incomodan para seguir avanzando en su estrategia de control de las economías ilegales. Les molesta su oposición a la violencia o su trabajo comunitari­o, el mensaje de conciliaci­ón que comparten y su decidida defensa por la verdad y la justicia; por eso insisten en apartarlos al precio que sea usando los únicos medios que conocen: la coacción y el miedo.

Urge definir mecanismos de protección integral para sus vidas asegurando la continuida­d de su misión. El Estado, sus organismos de seguridad y entes de control deben estar de su lado, en vez de exhibir innecesari­as demostraci­ones de fuerza. Es su obligación tomar atenta nota de las nuevas amenazas contra Yirley y sus compañeros, símbolos de la martirizad­a población de El Salado, porque sin su liderazgo jamás será posible construir país ni democracia. Entonces, ¿qué nos quedaría?

El Salado, en Bolívar, se ubica en una posición estratégic­a disputada por grupos al margen de la ley que buscan controlar las economías ilícitas de la subregión, a las que se oponen los líderes sociales ejerciendo con su labor permanente una decidida defensa por la verdad y la justicia. Ni el Estado ni la sociedad pueden dejarlos solos.

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