Pensar en los demás
Pensar en los demás exige construir democracia; lo contrario es la ruta segura hacia la extinción democrática. Colombia es un país donde la mayoría de la población no tiene tiempo ni motivación para acercarse a la política; y pareciese que tampoco para pensar y preocuparse por los demás.
Nuestra democracia ha retrocedido años, quizás décadas. Nos encontramos como estábamos cuando se aprobó la Constitución de 1991. Ha habido un debilitamiento del control del poder legislativo al ejecutivo, una desmedida capacidad de influencia negativa de los medios de comunicación sobre la opinión pública y un alejamiento cada vez mayor de la verdad. Por esto el mantenimiento de las restricciones impuestas por la pandemia puede ser peligroso; sobre todo cuando se han acelerado las tendencias autocráticas en el nivel subnacional. De ahí que se deberían suspender, tan pronto sea posible, las medidas justificadas hoy por la pandemia. En un contexto universal tan complejo, y cuando llegamos tarde al mundo de los sistemas democráticos contemporáneos, el modelo de gobierno colombiano restringe o cierra la expansión de la democracia. Esta parece que llegó a su límite o al final de su desarrollo. Hoy ni siquiera puede contener el autoritarismo cuasi estructural ni la violencia. Estamos entre el siglo XVIII (de gobiernos medianamente representativos) y el siglo XIX (con una versión simulada de democracia representativa).
Siguen al orden del día el uso de la violencia como recurso político, la descalificación de la protesta, el desconocimiento creciente de la participación ciudadana y su impacto, la manipulación de las instituciones, la soledad de la política y el abandono acelerado de la Constitución y la ley. Así mismo, se legitima el linchamiento a través del lenguaje a quienes osan criticar la debilidad democrática, el gobierno, las élites y los sectores económicamente más poderosos. Y como un mal no llega solo, tenemos un gobierno que solo es eficaz con propaganda.
Se ha ido anulando la democracia en un lento pero consolidado proceso hacia el autoritarismo desde lo local hacia lo nacional y desde el ejecutivo nacional hacia los ejecutivos subnacionales; y por la violación flagrante, abierta y desafiante de los derechos humanos. Es ya recurrente el aplauso de multitudes y seguidores populistas que acolitan el poder para quedar bien con él. Y toda la política se ha ido reduciendo a un espectáculo para legitimar un vocabulario agresivo y excluyente que niega, oculta o neutraliza la verdad. Desde el poder se inventan mentiras, que se repiten hasta la saciedad y posteriormente se convierten en mensajes o slogan de moda. Quien denuncia la mentira es puesto en tela de juicio y se crea un manto de duda sobre quien la confronta, para luego perseguirlo impunemente. Descalificar a alguien para quitarle fuerza a su argumento entraña el peligro de debilitar las instituciones esenciales.
Una de las expresiones de la extinción de nuestra ya precaria democracia es que no pensamos en los demás. Por ello la actual situación social, agravada por la pandemia y la forma como el gobierno la gestiona, es catastrófica y no logra desatar una verdadera solidaridad social.