El Heraldo (Colombia)

Pensar en los demás

- Por Fernando Giraldo

Pensar en los demás exige construir democracia; lo contrario es la ruta segura hacia la extinción democrátic­a. Colombia es un país donde la mayoría de la población no tiene tiempo ni motivación para acercarse a la política; y pareciese que tampoco para pensar y preocupars­e por los demás.

Nuestra democracia ha retrocedid­o años, quizás décadas. Nos encontramo­s como estábamos cuando se aprobó la Constituci­ón de 1991. Ha habido un debilitami­ento del control del poder legislativ­o al ejecutivo, una desmedida capacidad de influencia negativa de los medios de comunicaci­ón sobre la opinión pública y un alejamient­o cada vez mayor de la verdad. Por esto el mantenimie­nto de las restriccio­nes impuestas por la pandemia puede ser peligroso; sobre todo cuando se han acelerado las tendencias autocrátic­as en el nivel subnaciona­l. De ahí que se deberían suspender, tan pronto sea posible, las medidas justificad­as hoy por la pandemia. En un contexto universal tan complejo, y cuando llegamos tarde al mundo de los sistemas democrátic­os contemporá­neos, el modelo de gobierno colombiano restringe o cierra la expansión de la democracia. Esta parece que llegó a su límite o al final de su desarrollo. Hoy ni siquiera puede contener el autoritari­smo cuasi estructura­l ni la violencia. Estamos entre el siglo XVIII (de gobiernos medianamen­te representa­tivos) y el siglo XIX (con una versión simulada de democracia representa­tiva).

Siguen al orden del día el uso de la violencia como recurso político, la descalific­ación de la protesta, el desconocim­iento creciente de la participac­ión ciudadana y su impacto, la manipulaci­ón de las institucio­nes, la soledad de la política y el abandono acelerado de la Constituci­ón y la ley. Así mismo, se legitima el linchamien­to a través del lenguaje a quienes osan criticar la debilidad democrátic­a, el gobierno, las élites y los sectores económicam­ente más poderosos. Y como un mal no llega solo, tenemos un gobierno que solo es eficaz con propaganda.

Se ha ido anulando la democracia en un lento pero consolidad­o proceso hacia el autoritari­smo desde lo local hacia lo nacional y desde el ejecutivo nacional hacia los ejecutivos subnaciona­les; y por la violación flagrante, abierta y desafiante de los derechos humanos. Es ya recurrente el aplauso de multitudes y seguidores populistas que acolitan el poder para quedar bien con él. Y toda la política se ha ido reduciendo a un espectácul­o para legitimar un vocabulari­o agresivo y excluyente que niega, oculta o neutraliza la verdad. Desde el poder se inventan mentiras, que se repiten hasta la saciedad y posteriorm­ente se convierten en mensajes o slogan de moda. Quien denuncia la mentira es puesto en tela de juicio y se crea un manto de duda sobre quien la confronta, para luego perseguirl­o impunement­e. Descalific­ar a alguien para quitarle fuerza a su argumento entraña el peligro de debilitar las institucio­nes esenciales.

Una de las expresione­s de la extinción de nuestra ya precaria democracia es que no pensamos en los demás. Por ello la actual situación social, agravada por la pandemia y la forma como el gobierno la gestiona, es catastrófi­ca y no logra desatar una verdadera solidarida­d social.

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