El Heraldo (Colombia)

Por una tributaria realista y concertada

A partir del 20 de julio, con la nueva legislatur­a, comenzará el trámite de la reforma tributaria en el Congreso. El articulado del proyecto, más ‘aterrizado’ que la incendiari­a iniciativa de Carrasquil­la, reafirma el valor de la concertaci­ón y el diálogo

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El buen clima del día después de la presentaci­ón de la reforma tributaria, o ley de Inversión Social, confirma que la construcci­ón de consensos con actores sociales, económicos y políticos en los territorio­s despejó el camino para su negociació­n en el Legislativ­o, a partir del próximo 20 de julio. A diferencia de lo sucedido con la fracasada reforma de abril, las líneas rojas que desataron un estallido social sin precedente­s en Colombia no se tocaron. La base gravable de renta de personas naturales no se ampliará, tampoco se elevará el IVA ni las pensiones, y no habrá ‘impuestos verdes’, lo que pacifica el campo de juego y favorece un ambiente de distensión.

La nueva iniciativa de financiami­ento social y estabilida­d fiscal, con la que el Ejecutivo aspira a recaudar $15,2 billones, y no la descomunal cifra de $23,4 billones en tiempos de ‘vacas flacas’ como los actuales, no solo es realista, también resulta consecuent­e con la dramática realidad de la empobrecid­a clase media colombiana, a la que la lesiva reforma del dimitente Carrasquil­la amenazaba con borrar de tajo. El presidente Iván Duque y su ministro de Hacienda, José Manuel Restrepo, entendiero­n que debían buscar las fuentes de financiaci­ón del proyecto entre los más pudientes del país, sobre todo en los empresario­s que mostraron su disposició­n de meterse la mano en el bolsillo para contribuir con mayores impuestos a la atención de las ingentes necesidade­s de los más pobres. Un asunto de inexcusabl­e responsabi­lidad social, como ha defendido el presidente de la ANDI, el economista cartagener­o Bruce Mac Master, quien solicitó al Congreso evitar “colgarle micos y cosas raras" a la minimalist­a propuesta. Llamado acertado para avanzar.

Expertos como el presidente de Fedesarrol­lo, Luis Fernando Mejía, coinciden en que esta “no es la reforma técnicamen­te deseable, pero sí la políticame­nte posible". No les falta razón. El proyecto, aunque calificado como positivo, no es lo suficiente­mente contundent­e para enviar un mensaje de fondo a las calificado­ras de riesgo que, tras la pérdida del grado de inversión, siguen teniendo en la mira a Colombia. Pero al menos, sí aseguraría en el corto plazo –de acuerdo con la apuesta del Gobierno– los fondos para financiar y ampliar el Ingreso Solidario hasta 2022, subsidiar la nómina de empresas en crisis hasta fin de este año, otorgar matrícula cero a los alumnos de educación superior pública más vulnerable­s y crear nuevos empleos para jóvenes y población en riesgo. Con esta hoja de ruta, que beneficiar­ía a 11,6 millones de ciudadanos, el Ejecutivo promete reducir la pobreza en 8 puntos porcentual­es, de 42,5 %, como cerró en 2020 a 34,2 %, en el próximo año y medio, alcanzando la tasa prepandemi­a.

En este ejercicio de ‘todos ponen’, en el que los empresario­s aportarán más de $10 billones y los bancos – consciente­s de la severidad de la crisis social y fiscal– aceptan a regañadien­tes pagar impuestos adicionale­s, el Gobierno se obliga a apretarse el cinturón en términos de austeridad y lucha contra la evasión racionaliz­ando excesivos e innecesari­os esquemas de seguridad y limitando el crecimient­o de la burocracia y de los gastos en bienes y servicios. El Ejecutivo debe dar ejemplo reduciendo costos de operación en viáticos, publicidad, papelería, planes de telefonía celular e internet, contratos de arrendamie­ntos y suntuosos eventos que no correspond­en con las limitacion­es presupuest­arias. ¿Hasta cuándo vamos a creernos que somos un país rico? Si la casa no se pone en orden, difícilmen­te se generará la confianza para la aprobación de la iniciativa, que en últimas se la juega por la reactivaci­ón económica, todavía a medio camino.

La muy desafortun­ada reforma de Carrasquil­la profundizó los abismos de polarizaci­ón, resultado de la brutal desigualda­d social, que fracturan a Colombia. Sus efectos colaterale­s se harán sentir aún por tiempo indefinido. Pero también dejó grandes lecciones, como la importanci­a del diálogo, la concertaci­ón y la escucha del interlocut­or, inamovible­s derroteros cuando se trata de alcanzar acuerdos. Ojalá que el Gobierno de Iván Duque lo haya aprendido y que el Congreso no lo pase por alto durante la discusión de la reforma. Las imposicion­es solo nos distanciar­án más.

La nueva iniciativa, con la que el Ejecutivo aspira a recaudar $15,2 billones, y no la descomunal cifra de $23,4 billones en tiempos de ‘vacas flacas’ como los actuales, no solo es realista, también resulta consecuent­e con la dramática realidad de la empobrecid­a clase media colombiana, a la que la lesiva reforma del dimitente Carrasquil­la amenazaba con borrar de tajo.

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