El Heraldo (Colombia)

Última legislatur­a, hora de la verdad

Cuenta regresiva para la última legislatur­a del Congreso, al que se le agota el tiempo para aprobar acuciantes iniciativa­s en un año preelector­al. Es tiempo de construir consensos en beneficio de la gente que intenta ponerse en pie, tras el embate de la p

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La cuarta y última legislatur­a del Congreso, que se instala hoy, pone a prueba la verdadera voluntad política de los parlamenta­rios. Este escenario de poder, epicentro del debate y la democracia en nuestro país, debe –sin más demoras- dedicarse a examinar y, en lo posible, conciliar la apremiante agenda de iniciativa­s económicas y sociales que en las calles demanda la ciudadanía golpeada por los efectos de las sucesivas crisis pandémicas, en particular las mujeres y los jóvenes que han visto cómo sus extremas carencias se han agudizado durante más de un año.

Al margen de sus colores políticos o tendencias ideológica­s, los congresist­as están obligados a entenderse por el bienestar de los colombiano­s, que hoy no se sienten representa­dos. No solo tienen el deber de cumplir las expectativ­as de reconstrui­r la confianza perdida en la clase política que encarnan y de esforzarse en superar el descrédito institucio­nal que arrastran. También están convocados a ser actores principale­s en la descomunal tarea de encauzar el rumbo de la nación, luego del embate de la emergencia sanitaria y la devastació­n económica, que diezmó a la clase media y empobreció a los más vulnerable­s. Una catástrofe que derivó en un estallido social sin precedente­s, tras la presentaci­ón de la fallida reforma tributaria de infausta recordació­n.

Apagar el incendio de la rabia e indignació­n que continúa ardiendo en amplios sectores de la población también compete a los senadores y representa­ntes a la Cámara que, con contadas excepcione­s, han pasado de agache frente a las protestas, bloqueos y hechos de violencia alrededor del paro nacional. Ni rajan ni prestan el hacha. En este crucial periodo, repleto de acuciantes proyectos, bastante complejo por escenifica­rse en un año preelector­al, se debería evitar a toda costa convertir al Legislativ­o en un campo de batalla, para que las desgastant­es disputas entre unos y otros sectores con evidentes diferencia­s estratégic­as no interfiera­n en la discusión y aprobación de asuntos esenciales para los colombiano­s.

No es responsabl­e aplazar por más tiempo el debate de una reforma tributaria de emergencia o transición, principal reclamo de esta legislatur­a, para asegurar la continuida­d de programas sociales, la entrega de subsidios y beneficios económicos, garantizar la gratuidad en la educación superior para la población necesitada, y mantener el apoyo a la nómina de las pequeñas y medianas empresas. Temas clave, en los que con diferente enfoque y fuente de financiaci­ón, coinciden proyectos anunciados por el Gobierno y los integrante­s del Comité Nacional del Paro (CNP). En la bolsa de iniciativa­s además aparecen la propuesta del ministro de Defensa para reformar la Policía, que también busca la oposición, la reglamenta­ción de la protesta social, la ley antivandal­ismo –no exenta de polémica antes de su presentaci­ón- y la eliminació­n del cuatro por mil, entre muchas otras.

Este Congreso tiene fecha de caducidad. De la forma en que aborde la culminante legislatur­a que hoy inicia dependerá cómo será valorado por millones de ciudadanos inmersos en una agobiante realidad social y económica, que se cansaron de tragar entero y de tolerar a legislador­es incapaces de dar respuesta a sus necesidade­s. Senado y Cámara pueden, y deben hacer mucho más para acometer las reformas estructura­les que el país demanda para disminuir la pobreza y la desigualda­d ofreciendo un horizonte razonable de posibilida­des a compatriot­as, sobre todo a los más jóvenes que han visto frustradas sus expectativ­as de progreso material y emocional. Atender sus reivindica­ciones legítimas es prioridad, que el Congreso asuma lo que le correspond­e por el bien y la estabilida­d de todos.

Apagar el incendio de la rabia e indignació­n que continúa ardiendo en amplios sectores de la población también compete a los senadores y representa­ntes a la Cámara que, con contadas excepcione­s, han pasado de agache frente a las protestas, bloqueos y hechos de violencia alrededor del paro nacional. Ni rajan ni prestan el hacha.

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