El incansable trabajo realizado por los voluntarios
Audis Munive y Marinela Fontalvo son dos nombres desconocidos para los ciudadanos del común, a pesar del arduo trabajo que han realizado desde el inicio de la pandemia en beneficio de los más necesitados.
El confinamiento no fue impedimento alguno para seguir con su labor, por la cual no reciben remuneración alguna. La satisfacción del deber cumplido se convierte en su mejor recompensa.
Ellos son dos de los 1.500 voluntarios que la Defensa Civil tiene en el Atlántico y que durante el último año han “puesto el pecho” en medio de una complicada situación a causa de la pandemia.
“Ha sido una responsabilidad asumida por cada uno. El hecho de interactuar con personas nos convertía en un vector de contagio para nuestras familias. Hubo voluntarios que decidieron no salir por la situación, mientras que otros pudimos ayudar desde el inicio de la pandemia”, asegura Marinela, una mujer de 43 años, de los cuales, 26 ha dedicado a esta labor altruista.
Con su característico traje naranja, los integrantes de la Defensa Civil se convirtieron en el apoyo de las autoridades para extender un mensaje de prevención y autocuidado en medio del momento más duro de esta coyuntura, –quizá– la más compleja que se ha vivido en el último siglo.
“Nos dedicamos a ayudar a que la población entienda la información, porque en redes sociales circularon muchas noticias falsas que crearon más pánico. Eso fue vital. También nos dimos cuenta que existe una realidad económica fuerte”, sostiene Marinela, quien es contadora de profesión.
Sin duda, su aporte ha sido valioso. El esfuerzo desplegado por los barrios de la ciudad fue clave e impidió el colapso de la sociedad en medio del acelerado avance de este desconocido virus.
“Ha sido una tarea ardua. En los primeros meses era muy impactante llegar a algunos sectores con las ayudas de alimentos y ver la angustia de estas personas. Fue un reto que pudimos sobrellevar de buena manera”, dice Aduis, integrante de la Defensa Civil desde hace 15 años.
Los voluntarios no han sido ajenos al flagelo de esta enfermedad. Por ejemplo, Audis sufrió los embates del virus y aún desconoce el sitio en que pudo haberse contagiado.
“Me contagié, a pesar de cumplir con todos los protocolos. No es claro si fue cuando estaba en mis labores, incluso, mis hijos se contagiaron. Es la hora y no sé si yo les llevé el virus a ellos, o por el contrario, ellos me contagiaron a mí”, agrega.
Incluso, un compañero suyo no pudo superar los embates del virus, un golpe muy duro que ha servido como reflexión para los integrantes de esta organización, que ha brindado apoyo a la ciudadanía colombiana desde 1948.
Pero su labor no se detiene. En esta nueva etapa de la pandemia se han enfocado en el desarrollo de una estrategia ambiental para evitar que los tapabocas sean desechados de forma incorrecta en las calles, sin dejar de lado la asistencia pública a aquella población que sea víctima de calamidades.