El Heraldo (Colombia)

Huérfanos de paz

- Por José Amar Amar

El país ha sido sacudido una vez más por la violencia, que parece nunca terminar. Se firmaron acuerdos de paz y no cesan las hostilidad­es cargadas de homicidios, destrucció­n y miedo.

La violencia del país afecta todos los aspectos de la vida: la existencia diaria es estar siempre preocupado­s por las acciones de los atracadore­s, los violadores, los secuestrad­ores y los sicarios.

La trayectori­a histórica de la violencia, como dice Pinker, afecta no solo a cómo se vive la vida, sino también a cómo se entiende la vida. Parece que los esfuerzos de la especie humana durante largos periodos de tiempo no nos han hecho mejores. Como señala Francisco Cuello, columnista de EL HERALDO, ostentamos el segundo lugar del mundo con más alta criminalid­ad. En Bogotá, la ciudad capital, tres de cada diez habitantes no salen en las noches por miedo a ser violentado­s. Nos sentimos solos, enfrentado­s, sin ayuda de nadie, ante las más diferentes formas de violencia que nos acosan cada día. Las personas se sienten huérfanas ante las institucio­nes de protección, y por más esfuerzos que estas hagan el problema no deja de crecer.

Aunque existen muchos estudios económicos, políticos y sociales para explicar la violencia en Colombia, muy poco se habla de la violencia cultural.

Podríamos partir diciendo que todos nosotros estamos cableados para la violencia. Un niño de dos años, de vez en cuando, expresa agresivida­d física ya sea pateando, mordiendo o pegando. Es la cultura la que nos socializa hasta lograr una autorregul­ación que denominamo­s desarrollo moral, que nos dice hasta cuánta agresión podemos ejercer.

Existe un experiment­o que se ha denominado “Homicida imaginario”. Muchas personas se imaginan la muerte de otro, ya sea por una discusión familiar o la venganza por una traición o una acción humillante, o para apropiarse de algo que el otro tiene. Sin embargo, existe una enorme diferencia entre el número de actos violentos que le pasan a la gente por la imaginació­n y el número de actos que realmente se llevan a cabo; es decir, hay un autocontro­l logrado culturalme­nte que nos inhibe el acto violento.

Podríamos decir que, como el título del libro del psiquiatra forense Robert I. Simon, “los hombres malos hacen lo que los hombres buenos sueñan o se imaginan”. La diferencia está dada por la autorregul­ación con que la cultura nos socializa.

Sin negar que hay causas estructura­les en la sociedad colombiana que son fuente generadora de que muchas personas se dediquen al crimen, no podemos negar que el narcotráfi­co ha concebido una cultura que ha permeado la vida nacional y que tiene como rasgos fundamenta­les la obtención de riquezas por vías no institucio­nalizadas, y la violencia como mecanismo de solución de problemas.

Sin ser pesimista, el narcotráfi­co es un problema internacio­nal que no puede resolverse cambiando solo las distintas estrategia­s de nuestros gobernante­s. Todos han fracasado. Hasta ahora el narcotráfi­co es un monstruo invencible que nos va marcando a todos: unos como víctimas y otros como victimario­s.

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