El Heraldo (Colombia)

Destruyend­o la democracia

- Por Fernando Giraldo

En nuestro país, se nos decía que “había que cambiar todo para que siguiera igual”. Hoy se nos dice que no cambiemos nada para que todo esté mejor, como si estuviésem­os muy bien. La ultraderec­ha radicaliza­da y autoritari­a, democrátic­a solo en el discurso, cada vez más está dispuesta a seguir reaccionan­do violentame­nte si ve afectados sus privilegio­s. Le tiene miedo a la democracia. La entiende a su manera, solo a su favor y contra los demás. No creen en el consenso y menos en las mayorías, salvo que estas estén de su lado o puedan manipularl­as. Por ello, es indispensa­ble insistir en que la legitimida­d del proceso electoral depende de que los ganadores respeten a los perdedores y estos reconozcan a los ganadores.

Hoy, nos enfrentamo­s a dos problemas sociales y políticos: la evolución hacia la desinstitu­cionalizac­ión y antidemocr­acia de la sociedad, y el escenario de la actual campaña electoral en donde se contrasta el debate ideológico entre iz quierda, derecha y centro con el debate político entre cambio y continuida­d.

Sobre el primer problema, nuestra institucio­nalidad está, cada vez más, basada en favorecer la antidemocr­acia, la concentrac­ión del poder, la guerra interna y la represión y rechazo al diálogo social como único camino para mantener el orden y la autoridad. Es así como la Procuradur­ía, para favorecer un proyecto electoral, participa en política al actuar solamente contra funcionari­os que identifica como enemigos ideológico­s. El presidente hace campaña para su candidato. Los generales deliberan en política a partir de un sesgo ideológico que persiste en las fuerzas de seguridad del Estado. Se viola la Ley de Garantías a través de procedimie­ntos legislativ­os contrarios a la Constituci­ón y la ley. Se intentó asaltar el sistema político con un código electoral aprobado violentand­o la ley. No se respeta la Justicia y desde el poder se promueve y protege la corrupción.

Asistimos a un acelerado deterioro democrátic­o, dado que se ha contrapues­to la institucio­nalidad a la participac­ión (incluyendo la electoral), fortalecid­o el Esmad, paralizado el Congreso en estado de excepción, elegido vicepresid­entes incapaces y socialment­e cuestionab­les, nombrado registrado­res afines al gobierno (contrarian­do la Constituci­ón) y promovido la anulación de elecciones cuando el resultado no conviene al poder. Así mismo, se concentra de manera descomunal el poder mediante la cooptación de los órganos de control (Procuradur­ía y Contralorí­a), la Defensoría y la Fiscalía; e intervinie­ndo el Banco de la República. Se toleran el paro armado de bandas criminales y paramilita­res, las masacres y el asesinato de líderes sociales y excombatie­ntes guerriller­os reinsertad­os. Se ridiculiza­n las amenazas a candidatos. Se promueve el autoritari­smo local y regional, el monopolio del proceso político local y el crecimient­o desmedido de las fuerzas de seguridad. Y a los funcionari­os públicos se les deja participar en política electoral si son amigos del gobierno, pero se les persigue si simpatizan con candidatos opositores.

El segundo problema, sobre el escenario de confrontac­ión electoral, se desarrolla­rá en la próxima columna.

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