Fin, inicio y fin
Cada día que pasa estamos más cerca del fin y a la vez del inicio. El último domingo de mayo y muy probablemente el tercero de junio se abrirán los puestos de votación para esperar, ojalá mayoritariamente, a los colombianos que aún creemos en que es posible la democracia en un país que a cada rato intenta demostrar lo contrario. Una sociedad cooptada por el narcotráfico, el atajo y la corrupción no nos hace viable como entidad autónoma políticamente hablando, aunque si nos podamos reconocer como similares en historia, lengua y costumbres. La paradoja está precisamente en que las características comunes que nos permiten reconocernos como nación imposibilitan que funcionemos como país; y para corregir eso falta el trabajo abnegado de generaciones que se consagren a lograrlo. Con nuestros antecedentes de cortoplacismo, arribismo y acomodo, el camino se torna culebrero.
Y como suele pasar, estamos apuntando a empoderar a las vísceras para que tomen las decisiones que le atañen al cerebro; lo que se mal acompaña del borreguismo con que se hace fila para recoger la camiseta, la gorra y la bolsita con el refresco y el tamal. Nada que no se haya visto antes y no por ello deja de provocar arcadas. A lo anterior, y como se ha reiterado tanto en este mismo espacio en ocasiones anteriores, tenemos dolorosamente que sumar el reiterado uso del miedo y la rabia como cayados. El “votar berracos” hizo carrera en el frenético y fanático devenir político y se ha regado a muchos estamentos de la sociedad. Gane quien gane, el o la que asuma el 7 de agosto recibirá una sociedad fragmentada y revanchista. Todo eso se trata con paciencia, y de eso es precisamente lo que no hay.
Esta en general fue una campaña de poco debate argumentado alrededor de propuestas sobre temas fundamentales. Nos quedamos con ganas de saber más, de enterarnos más, de comparar a partir de datos objetivos y verificables lo que cada candidato ofrecía. De ataques personales, escudarse en las encuestas o excusarse por la agenda no pasaron. Faltó igualmente que la prensa privilegiara preguntar por propuestas antes que amplificar los citados ataques. Nos la pasamos viendo cómo se movían los capotes de un lado a otro para bravear al toro; y aunque vivimos rodeados de información a la que acceder, igualmente se necesita filtro y ayuda para entenderla. Poco hubo de eso, la verdad. Nos toca entonar el mea culpa.
De este ambiente enemistado, pesimista y oscuro tiene mucha, pero mucha culpa, el actual gobierno. Al presidente Duque le ha faltado grandeza y madurez. Se porta como candidato antes que como mandatario, a lo que tenemos que sumar las preocupantes injerencias de su ministro de defensa y el comandante de las fuerzas armadas con las mentadas y destempladas declaraciones que se han vuelto pan diario. Sumemos la poca o nula confianza que en la mayoría de la ciudadanía producen los entes de control para que el fuego siga calentando cerca del polvorín.
Y todavía falta…