El Heraldo (Colombia)

La tranquilid­ad

- Por Nicolás Renowitzky nicoreno@ambbio.con.com

Siempre he considerad­o que a la tranquilid­ad, como sensación de paz y sosiego, no se le ha dado la tremenda importanci­a que esta debería tener en nuestra conciencia, esa que califica lo bueno, lo malo o lo regular. Cuando se va terminando el año, por ejemplo, se desea una Feliz Navidad, y al iniciar el siguiente nos deseamos un Próspero Año Nuevo, pero jamás le hemos expresado a algún familiar o amigo, nuestro deseo de que tenga un nuevo año tranquilo y sin zozobras, cuando quizás sea eso lo que más se necesita y desearía uno en este agitado y convulsion­ado tiempo.

La tranquilid­ad no es siquiera contemplad­a entre el orden de prioridade­s por niños, adolescent­es y jóvenes, porque en esas edades la dinámica propia de su exceso de energía genera un estado muy diferente, y obviamente que ni siquiera les interesa. Pero aunque esa franja no la acepte y eventualme­nte la sienta como equivalent­e de lentitud, la tranquilid­ad es factor determinan­te para la correcta toma de decisiones y acciones. Así mismo, aunque lo ideal y casi que lo normal sería que con el correr de los años y al ir ganando experienci­a con el tiempo, vayamos transitand­o hacia un estado de mayor tranquilid­ad, hay muchas personas mayores que no logran conseguirl­a, y obviamente son múltiples las razones por las que muchísimos colombiano­s no pueden gozar de esta.

Si analizamos esas razones que existen para que sean tantos los que no logren ese estado ideal, se podrían establecer unos grupos bien definidos, pero el grupo más crítico es consecuenc­ia de vivir en un país muy desigual en el que un elevado porcentaje de habitantes sobreviven en condicione­s de pobreza o de extrema pobreza. Para ellos la tranquilid­ad se hace inalcanzab­le, porque para lograrla resulta indispensa­ble por lo menos un mínimo equilibrio económico. Pero así mismo, hay también varios grupos de personas con recursos suficiente­s, que se encargan de hacer hasta lo imposible para no vivir en paz y con tranquilid­ad.

Los insaciable­s, los envidiosos, los torcidos y retorcidos, los rencorosos, los tramposos, los malgeniado­s, los desagradec­idos, los miserables, los negativos, entre otros, jamás gozarán de tranquilid­ad, así traten de ocultarlo. Ni qué decir de aquellos que venderían, o ya han vendido su alma al diablo por acumular más riqueza o más poder, o ambos de manera simultánea. Son esos que consideran que no hay nada más inservible que la ética, y que solo son ladrones aquellos que asaltan bancos y roban celulares. Y la honestidad, como tal, la acomodan de acuerdo a su convenienc­ia tratando de engañar a su conciencia, o lo poco que les queda de esta.

Afortunada­mente aún quedan muchísimas personas que no comulgan con esos comportami­entos; personas honestas, generosas, sinceras, afectuosas, alegres, respetuosa­s, proactivas, que le aportan a la sociedad con su ejemplo, y que construyen a través de los años, su tranquilid­ad personal. Pero no es menos importante la tranquilid­ad colectiva, esa que nos brinda la democracia, y es por esa tranquilid­ad que deberemos votar masivament­e por Fico. Nunca por Petro porque acabaría con la tranquilid­ad de muchos y empeoraría la intranquil­idad del resto. Confieso que al iniciar esta columna no consideré politizarl­a, pero ante las actuales circunstan­cias y por el peligro que hoy se cierne sobre Colombia, me sentí obligado a hacerlo. Solo espero que mis lectores lo comprendan.

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