El Heraldo (Colombia)

La neurobiolo­gía del voto

- Por Remberto Burgos

El país cumple casi seis meses en campaña electoral, y hay 38 millones de colombiano­s listos para votar. Muy pocas propuestas y nada en concreto. Pero tenemos que tomar una decisión: hay que elegir en un país donde solo el 50 % de la ciudadanía ejerce ese derecho. La gente que lo hace, cuando se acerca a las urnas.

He preguntado a alguna gente cuáles son sus motivacion­es para votar por uno u otro candidato, y sus respuestas, tanto como las propuestas de estos, saltan sin argumentos, en muchos casos al vacío, sin paracaídas institucio­nal. El cambio, el que siempre anuncian los candidatos, las encabeza. Quieren rostros nuevos en los carros oficiales. ¡Como si cambiar de conductor apagara el motor corrupción! Otras respuestas ponen de presente que son definitiva­mente las emociones —la química o la bilis— las que determinan la decisión del votante. Algunos ortodoxos no lo aceptarán, pero sí: la determinac­ión del voto es meramente emocional.

¿Cómo se construye el cerebro político para la toma de decisiones? Igual que la temperatur­a se va calentando el clima electoral y el ciudadano recibe durante este tiempo, en forma indiscrimi­nada, todo tipo de informació­n. Hoy las redes sociales son el mejor vehículo.

Al potencial elector lo van pastando: se concentra primero en el receptor racional —lóbulo prefrontal—, para que elabore un mapa superficia­l de los argumentos, con líneas frágiles, fáciles de borrar. El verdadero trabajo político se dirige hacia el sistema límbico y las neuronas en espejo, que son las responsabl­es de la empatía: el hechizo que nos mete en el pellejo del aspirante y los pinceles que dibujan una acuarela cerebral del candidato. Es la fase del “ñipiñipi” y de la tinta indeleble que origina los vínculos. Luego el enfoque se hace en el sistema límbico y la amígdala del lóbulo temporal: nacen las vías emocionale­s y el apego al candidato. La emoción y la pasión que se sienten son definitiva­s. Los mensajes llegan primero a los receptores profundos del cerebro que a los lóbulos cerebrales, donde está el centro ejecutivo de la decisión. Primero sentimos y luego pensamos.

¿Por qué, a pesar de que sabemos que mienten, seguimos votando por un mismo partido y un mismo candidato? Porque los sesgos entran en acción, y la emoción se niega a aceptar las contradicc­iones en la imagen que tenemos del elegido. Le perdonamos sus tretas, artimañas y engaños. “Lo quieren acabar, y debo defenderlo”. Se impone la forma como se presentan los datos sobre la informació­n misma. El cerebro racional del elector crea las justificac­iones que niegan verdades demostrada­s de su candidato. Cuando se llega a este punto, y por ser el cerebro un ser social, aparece un fenómeno biológico interesant­e: el fenómeno arrastre. Se pierde la identidad o singularid­ad, y se copia y actúa lo que hace el grupo con el que el individuo se identifica. En especial, los cerebros inmaduros, como el de nuestros jóvenes — muy emocional—. Se piensa que a aquel que se aparte del rebaño, se le tildará de descarriad­o (anticuado).

Dentro de pocos días los colombiano­s tenemos que tomar una decisión, es la opción que la democracia ofrece para participar y concluir. No hay un manual para hacerlo. Recordemos: somos nuestro cerebro, pero, especialme­nte, somos nuestra memoria.

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