El Heraldo (Colombia)

Violencia simbólica

- Por Catalina Rojano O.

En vísperas de estas elecciones presidenci­ales se ha visto de todo. Un presidente que hace campaña contra el candidato que menos le gusta; una procurador­a general que suspende a un alcalde por intervenir en política electoral, como el presidente (solo que a él nadie lo suspende); y, a pocos días de los comicios, una triste muestra de atraso en la sociedad colombiana: la insólita carta en la que 23 padres de familia de un colegio privado expresan su inconformi­dad por la admisión de dos niñas que pertenecen a una familia que practica “valores” contrarios a los suyos. Todo esto, con un sesgo político implícito que da náuseas y que refleja por qué Colombia no es lo que queremos que sea.

Lo que denota esa carta no es más que violencia simbólica. ¿Cómo hablar de educación si no se tiene en cuenta la esencia de cada persona? Más allá del nivel socioeconó­mico en que se nos inscribe y de cualquier otra categoría que se asiente en las bases de una cultura segregador­a y reduccioni­sta, la educación es el derecho fundamenta­l que, según Platón, permite al ser humano superar el sentido común, es decir, ir de lo aparente a lo verdadero.

No es posible que dos niñas que apenas empiezan a integrarse en la sociedad sean vetadas por un grupo de padres que dicen estar indignados con su presencia en una institució­n solo por ser hijas de Daniel Quintero, el alcalde de Medellín que ha sugerido presunta o abiertamen­te su apoyo a Gustavo Petro. Y no se trata de Quintero, mucho menos de Petro. Se trata de esas niñas a quienes en su inocencia e indefensió­n se les pretende anular y vulnerar su derecho a formarse como cualquier otro ser humano.

En la visión de Platón, la educación es un proceso de transforma­ción interior que está estrechame­nte ligado con la justicia, o bien, con la formación de personas justas. ¿Qué tan justos somos cuando señalamos a los demás por elegir corrientes o ideologías distintas a las nuestras?

El germen de casi todos los males que sufrimos en este país es la intoleranc­ia a la diferencia. Si no nos gusta cómo es el otro, lo irrespetam­os hasta hacerlo sentir culpable solo por ser como es. Si no estamos de acuerdo con lo que dice el otro, exterminam­os su idea o, lo que es peor, su humanidad. Vivimos en la sociedad de la anulación. Vivimos atados a un modelo que va contra todo lo que se entienda como humano. Quizás porque hemos terminado priorizand­o lo que menos vale, al tiempo que le restamos valor a lo que de verdad lo tiene.

La violencia simbólica siempre ha estado con nosotros. Somos dominados consciente o inconscien­temente de que muchas de nuestras acciones y decisiones se basan en los objetivos de otras personas, mas no en nuestros propios deseos. Hay que dejar de poner rótulos para dañar a los demás o para descalific­ar a aquel que piensa “diferente”. Hay que dejar de soportar la vida en la moralidad porque, como expuso Protágoras, esta no constituye un saber. De ahí que no podamos desestimar a una persona o a su familia solo por su apellido. Si no, ¿para qué nos educamos?

@cataredact­a

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia