El Heraldo (Colombia)

Votar con sensatez

- Por Jesús Ferro Bayona

En uno de los videos históricos que se conservan de Hitler antes de subir al poder se le ve vociferand­o –que era lo normal en él- ante una multitud enardecida con sus palabras que lo aclama con furor. El Führer, como quedó su nombre para la historia, sabía cómo hablarle a una población que estaba desesperad­a con la situación política y con la pesada carga de compensaci­ones e indemnizac­iones, llamadas reparacion­es, que las potencias vencedoras, ¡cuánto triunfalis­mo!, le habían impuesto a Alemania derrotada en la Primera Guerra Mundial.

A la población alemana la habían predispues­to para volver a incendiars­e como pasó en efecto cuando Hitler ya era canciller del Reich y empezó el siguiente acto de la tragedia que fue la Segunda Guerra Mundial. Con la capacidad teatral que tenía el Führer para movilizar multitudes se mantuvo en el poder bastante tiempo para hacer el daño que hizo. Y aunque parece a primera vista que él era quien sabía utilizar el discurso político para arrastrar masas, si uno lo ve con más detenimien­to fue la masa la que a su vez quería oír lo que el Führer le decía y gritaba desde el podio. Desde el púlpito vale decir, porque lo que se formó fue una nueva religión, la fascista, que escuchaba a su guía con el fervor propio de las sectas religiosas.

La opereta del fascismo se reprodujo en Italia con Mussolini, aunque en circunstan­cias políticas y culturales diferentes. Y ha proseguido con cambios de libreto y partituras en muchos regímenes que después ha habido con actores distintos hasta nuestros días como pasa en diversos países inclusive europeos donde la lección no se ha aprendido. El fascismo no es solo ideología de extrema derecha, como han propagado, también lo es del radicalism­o de izquierda. Ambas corrientes de extremos engendran el autoritari­smo, una de sus caracterís­ticas más agudas y destructor­as.

Volviendo a las motivacion­es que hay detrás, el autoritari­smo de las religiones políticas se alimenta del hambre de los pueblos que son atraídos por las ilusiones que se les prometen, no importando que sean mentiras, falacias, ficciones que sus partidario­s no van a desenmasca­rar. Se les promete con discursos a los pueblos los que estos quieren oír. Las muchedumbr­es no razonan porque son eso, muchedumbr­es, y solo la agitación colectiva es la que las mueve. Como en el cuento del flautista de Hamelín, los ratones corren detrás arrastrado­s por el encanto de la música que les pongan así esta los lleve al abismo, a la muerte misma. Son las notas musicales a las que están habituados sus oídos.

La filósofa Hannah Arendt pensaba que la esperanza y el temor desbocados están más inclinados a engendrar autoritari­smos salvadores. Parece contradict­orio: las raíces del autoritari­smo se hallan en el individuo que se siente desamparad­o de un padre que lo saque de su condición y está dispuesto a ser dominado sin percibir que es él mismo quien alimenta una posición irracional y emocional que estimulan los líderes. Muy pertinente lo que dice Arendt para votar con sensatez en las elecciones de este domingo.

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