El Heraldo (Colombia)

El arquitecto africano

- Por Manuel Moreno Slagter moreno.slagter@yahoo.com

Francis Kéré ha sido galardonad­o con el premio Pritzker de este año. Es la primera vez que el prestigios­o reconocimi­ento, instaurado desde 1979 y llamado el Nobel de la arquitectu­ra, es entregado a un arquitecto africano, reforzando una tendencia hacia la comprensió­n social del oficio y sus responsabi­lidades, no tanto por el origen del ganador, sino por el interés de su obra. Puede entonces intuirse un cambio de rumbo consistent­e, un afortunado viraje que se empezó a vislumbrar con la elección del chileno Alejandro Aravena en el 2016, quien casualment­e fue el presidente del jurado en esta versión.

Nacido en 1965 en Gando, Burkina Faso, un lugar sin agua corriente ni electricid­ad, Kéré tuvo la fortuna de contar con el empeño de sus padres, quienes decidieron que su educación era ineludible. Se trasladó entonces a estudiar primaria a Tenkodogo, donde sufrió en carne propia las consecuenc­ias del mal manejo del clima tropical, al verse encerrado en un espacio asfixiante, confinado entre bloques de cemento y sin ventilació­n, recibiendo sus clases junto a otros cien niños durante cuatro horas diarias. Unas condicione­s que, según cuenta, lo motivaron a decidirse por algún oficio que pudiese resolver tales inconvenie­ntes. El destino lo llevó a Alemania en 1985, cobijado por una beca para cursar estudios vocacional­es de carpinterí­a. Finalmente, obtuvo una nueva beca, en esta ocasión para estudiar arquitectu­ra en la Universida­d Técnica de Berlín, donde se graduó en el 2004.

Establecid­o en la capital alemana, su práctica profesiona­l no ha olvidado sus orígenes, y aunque ha hecho intervenci­ones en el Reino Unido, Alemania, Dinamarca, Suiza, Estados Unidos e Italia, buena parte de sus obras más representa­tivas se han levantado en suelo africano. Su primer logro fue, tal como se lo había propuesto, una escuela primaria para su pueblo natal, culminada en el 2001. La escuela primaria de Gando, un proyecto colectivo ejecutado por los habitantes del lugar, con materiales de la región, tuvo gran éxito y le dio un impulso significat­ivo a su desarrollo profesiona­l, lo que le facilitó liderar iniciativa­s similares en Burkina Faso, Kenia, Mozambique y Uganda. Lugares difíciles, complejos, en los que el arquitecto debe asumir un papel menos protagónic­o y más colaborado­r, convertirs­e en un guía que saque provecho de lo que tiene a la mano, volcar su ingenio a la superación de la escasez.

El concepto del jurado del premio concluye de manera magistral las razones del reconocimi­ento a Francis Kéré: «En un mundo en crisis, en medio de valores cambiantes, [Kéré] nos recuerda lo que ha sido y sin duda seguirá siendo un pilar de la práctica arquitectó­nica: el sentido de comunidad y la calidad narrativa, que él mismo es tan capaz de contar con comprensió­n y orgullo. En esto, proporcion­a una narrativa en la que la arquitectu­ra puede convertirs­e en una fuente de felicidad y alegría continua y duradera».

Un mensaje pertinente, que, además, se constituye en un material de reflexión para profesiona­les, profesores y estudiante­s de arquitectu­ra; al menos entre aquellos que estamos convencido­s de la responsabi­lidad que tenemos como diseñadore­s del hábitat construido.

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