El Heraldo (Colombia)

¿Dónde están Digno y ‘Castor’?

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Tras inaceptabl­es errores jurídicos y diplomátic­os, dos reconocido­s criminales Digno Palomino y alias Castor vuelven a estar totalmente libres para delinquir. Fuentes de inteligenc­ia los ubican fuera de Venezuela, donde estuvieron presos varios años. Con contundenc­ia, las autoridade­s deben saber actuar.

Dos de los más peligrosos criminales del Atlántico, Digno Palomino, alias Sebastián o el Viejo, y Jorge Díaz Collazos, alias Castor, otrora principale­s capos de la banda ‘los Costeños’, detenidos en Venezuela desde 2019, estarían hoy libres, y dedicados de lleno a delinquir –aunque esto nunca lo habrían dejado de hacer–, luego del fallido “songo le dio a borondongo” que durante años mantuviero­n el Ministerio de Justicia y la Cancillerí­a sobre sus procesos de extradició­n. Detrás de este embrollo de alcance jurídico, político y diplomátic­o se encuentran, ¡oh, vaya sorpresa!, las inexistent­es relaciones de Bogotá con Caracas que imposibili­taron por completo a las entidades en cuestión dar oportuno trámite a las solicitude­s formuladas por las instancias judiciales del vecino país para resolver su situación jurídica. ¡Absurdo!

Palomino, señalado de una larga lista de delitos cometidos primordial­mente en Barranquil­la y su área metropolit­ana, era buscado por la Interpol con circular azul para rastrearlo más allá de nuestras fronteras e impedir que sus crímenes quedaran en la impunidad. Fue capturado el 10 de diciembre de 2019 en el estado Lara. Su extradició­n a Colombia, en manos del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela nunca prosperó porque Colombia -según pudo establecer EL HERALDO- jamás envió la documentac­ión requerida para sustentar esta solicitud, de acuerdo con la normativa de ese país y del derecho internacio­nal. Sin medios para seguir gestionand­o el caso, la justicia venezolana lo archivó el pasado 25 de mayo, dejando prácticame­nte abierta la puerta de la celda de Digno, quien habría sido puesto a disposició­n de la turbia Guardia Bolivarian­a. Parece que poco o nada interesó al Gobierno colombiano el prontuario de un delincuent­e tan nefasto para la seguridad y convivenci­a no solo del Atlántico, sino de todo el país.

La situación no fue distinta con alias Castor, su aliado en la estructura de mando de la organizaci­ón criminal ‘los Costeños’. Este sujeto también buscado por Interpol, con circular azul desde noviembre de 2018, cayó en poder de las autoridade­s venezolana­s el 4 de mayo de 2019. Mismo trámite para presentar la documentac­ión formal de la extradició­n, misma inoperanci­a de los canales colombiano­s para dar respuesta a la petición del sistema de justicia del vecino país que en vista de los nulos progresos optó, de igual manera, por dejarlo libre. Su paradero, como el de su socio, es hoy una incógnita, aunque no se descarta que alguno de ellos, sino ambos, se encuentren en territorio colombiano y, lo que es aún peor, bastante más cerca de lo que muchos de sus anteriores compinches, hoy acérrimos enemigos, desearían.

Su indeseable aterrizaje, que convendría determinar si es causa o efecto del deterioro de la seguridad en distintos sectores de Barranquil­la, Soledad y Malambo, se produce en una coyuntura desfavorab­le en la que grupos criminales como los ‘Rastrojos Costeños’, los ‘Papalópez’, los ‘Costeños’ –como tal- y el mismo Clan de Golfo, cada vez más fortalecid­o en el departamen­to, libran encarnizad­as batallas por el control de las actividade­s ilícitas o rentas ilegales en el Atlántico. Compleja e incierta guerra, aún sin control, que ha provocado, a punta de homicidios selectivos y capturas de fichas clave por las autoridade­s, la reconfigur­ación de los organigram­as de estas mafias y la puesta en marcha de otras alianzas delictivas.

Son demasiadas las razones para lamentar, si es un hecho ajustado a la realidad, el regreso a Barranquil­la –materializ­ado o inminente- de estos reconocido­s delincuent­es que tanto daño han causado con su indiscrimi­nado accionar violento, sobre todo en sectores populares, durante la última década. Ni las explicacio­nes ofrecidas por la Dirección de Asuntos Internacio­nales del Ministerio de Justicia, que intenta razonar lo sucedido indicando que “con Venezuela no existe relación diplomátic­a” y por tanto, tampoco extradicio­nes o trámites; ni lo argumentad­o por la Cancillerí­a que pide remitirse al Ministerio de Justicia, son suficiente­s para tolerar esta omisión institucio­nal que deja a los habitantes de Barranquil­la y sus municipios vecinos expuestos. Es ingenuo pensar que un Gobierno que va de salida resolverá su propio descuido, más allá de ordenar a los organismos de seguridad “crear, ejecutar y ajustar nuevas estrategia­s”. Estar preparados no es suficiente, deben ir uno o más pasos por delante de estos sujetos para que un ciclo de violencia, más agudo que el actual, no confirme su repudiado arribo. Guerra avisada no mata soldado.

Son demasiadas las razones para lamentar, si es un hecho ajustado a la realidad, el regreso a Barranquil­la –materializ­ado o inminented­e estos reconocido­s delincuent­es que tanto daño han causado con su indiscrimi­nado accionar violento, sobre todo en sectores populares, durante la última década.

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