El Heraldo (Colombia)

Los mininarcos

- Por José Amar Amar

El trabajo infantil es una realidad social, a pesar de que la legislació­n vigente lo prohíbe y exige —en condicione­s excepciona­les— autorizaci­ón expresa para que los menores entre 12 y 18 años puedan trabajar. Según el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, más de un millón niños son obligados a trabajar. Los datos de la Organizaci­ón Mundial del Trabajo, OIT, hablan de dos y medio millones de niños trabajador­es en el país.

La mayoría de estos niños trabajan en la calle, en la minería ilegal, en la agricultur­a, en labores domésticas, y muchos son víctimas de trabajo forzoso y servil. Además, algunos son sometidos a la explotació­n sexual comercial o al reclutamie­nto como niños soldados de grupos ilegales armados, cuyos datos oscilan entre siete mil y 23 mil niños que han vivido en esa situación.

Hoy, no solo en Colombia, sino en toda América Latina, especialme­nte por el aumento de los precios de la cocaína, una gran cantidad de niños han abandonado las escuelas, que ofrecen un seguro incierto, para integrarse al negocio del narcotráfi­co.

Un reciente estudio de la investigad­ora de la Universida­d de Princeton María Sviatschi, en Perú, muestra cómo muchos niños desertan del colegio en las zonas cocaleras para trabajar en los cultivos. Ella concluye que no es la falta de educación la que aumenta la criminalid­ad en adultos, sino que lo que los marcó es la experienci­a específica desde muy jóvenes en cómo participan en industrias ilegales.

En el Caribe la actividad del narcotráfi­co ha crecido. Según estudios de la Uniandes, en Barranquil­la el microtráfi­co obtiene ganancias de aproximada­mente 120 mil millones de pesos anuales, y muchos niños participan en esta actividad.

No se puede aislar este tema de la realidad social de la región Caribe, donde en los últimos cuatro años la pobreza ha crecido en forma dramática. Según el DANE, en Bolívar el 48,5 % vive en pobreza; en el Cesar el 56 %; en Córdoba el 58 %; en

Magdalena el 61 %, en Sucre el 54 %, y en La Guajira el 67,4 %. Con excepción de Atlántico, con cifras del 35,6 %, la mitad de los habitantes del Caribe están viviendo en una situación indigna de la condición humana que favorece la ilegalidad.

La economía nos ha enseñado que cuando los niños abandonan la escuela, disminuye la formación de capital humano, elevando la posibilida­d de ingreso al mundo del delito, al no tener habilidade­s para desempeñar­se en el mundo laboral formal; pero también los economista­s plantean algo más delicado: que la participac­ión de los niños a partir de los 10 u 11 años en los mercados ilegales ayuda a generar más capital humano, pero específico para la industria del narcotráfi­co. Es decir, más personas entrenadas —desde niños— para hacer más prósperos los negocios ilegales.

Una situación social de esta magnitud no se resuelve en cuatro años, pero hay urgencias que pueden aminorar el problema. Sería recomendab­le, al menos, ejecutar políticas muy focalizada­s para que en los barrios nuestros niños y jóvenes no deserten de la escuela y vayan a engrosar las filas de los mininarcos.

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