El vicio de cantar
Hace poco más de un año celebraba en un escrito algún cumpleaños de Joan Manuel Serrat Teresa, en el que pretendía hacer una exaltación de su historia como cantautor y dármelas de amigo suyo solamente porque lo vi en vivo a finales de los ochenta en un concierto en el teatro de Bellas Artes de la capital mexicana y, posteriormente, estrechamos manos en un festival de cine en Cartagena al que fue invitado como jurado. Hoy, me siento frente al teclado en una especie de lamento acerca de su despedida de los escenarios como cantante, imagino que por la edad, aunque él dice que es para ocuparse de su vida porque sus aficionados lo hemos tenido muy ocupado produciendo poesía cantada y es tiempo de dejarlo libre para su reencuentro con aquel que nació en el Mediterráneo.
Más allá del agradecimiento eterno por su poesía, por haber tenido la colección completa de sus canciones hasta hace unos años, por haberle puesto su nombre a mi primer hijo, por dedicar sus canciones a mujeres que me gustaban para novias, lo que realmente le agradezco es que haya sido mi confesor y psicoterapeuta con una obra que me sirvió para limpiar mi conciencia un año después de haber cometido un ilícito por amor.
Corría el año 1969 y en un cine de Medellín anunciaban la película “Ayer, hoy y mañana”, protagonizada por el más grande amor platónico que he tenido en mi vida, Sofía Constanza Brigida Villani Scicolone y mi rival de entonces Marcelo Mastroianni. El afiche era provocador por la forma en que estaba vestida, lo cual me provocaba la necesidad de estar con ella. Así que, un día me armé de valor por la necesidad del amor y decidí llevarme el retablo con el afiche. Un policía se percató del acto y corrió detrás de mí, pero yo jugaba en la selección de basquetbol del departamento y lo dejé regado.
Esa noche de bodas con Sofía Loren se consumó nuestra unión a los niveles correspondientes a mis fantasías, así como las que le sucedieron, hasta cuando la conciencia empezó a gritarme que no estaba bien lo que había hecho, y me causó gran incomodidad y mucha culpa. Luego no sabía qué hacer con el afiche hasta cuando Serrat escribió “De cartón piedra” y me disculpó de mi acto por la apología que hizo a las locuras de amor de la adolescencia. Letra por letra describió mi acto: “De una pedrada me cargué el cristal y corrí, corrí, corrí con ella hasta mi portal. Todo su cuerpo me tembló en los brazos, nos sonreía la luna de marzo, bajo la lluvia bailamos un vals, un dos, tres; un dos, tres, todo daba igual. Y entre cuatro paredes y un techo se reventó contra su pecho pena tras pena. Tuve entre mis manos el universo e hicimos del pasado un verso perdido dentro de un poema”
A él se lo llevaron a empujones de su casa y lo encerraron entre cuatro paredes blancas donde van a visitarlo los amigos de mes en mes, de dos en dos y de seis a siete. De la que me salvé.
Homenaje a uno de los grandes cantautores del siglo XX por todo lo que nos deja en más de 30 álbumes en donde está recopilada gran parte de mi historia personal.