El Heraldo (Colombia)

Voto en contra

- Por Catalina Rojano O. @cataredact­a

Llega el día definitivo, y el voto no es a favor, sino en contra. ¿De qué? De la corrupción, de las maquinaria­s políticas, del establecim­iento… en fin, de lo mismo de siempre. De lo que enferma y cansa a la sociedad, pero que, como una droga, no la deja salir del letargo en que cae todo el que se acostumbra a un mal solo por evitarse sorpresas con otro peor.

En cada conversaci­ón informal en que participo, en lo que publican e informan los medios de comunicaci­ón, en los comentario­s de la gente en redes sociales no se habla casi –prácticame­nte nada– sobre las razones para votar por un candidato, sino sobre los motivos para no hacerlo por el otro. No saber bien lo que deseamos, pero tener clarísimo lo que no queremos. ¿Funcionará esa fórmula esta vez?

Hoy muchos colombiano­s votan también en contra de sus propios criterios y principios. Personas que poco o nada tienen en común con la ideología de un candidato lo defienden a capa y espada; lo paradójico y triste es que su motivación para hacerlo no sea el amor hacia lo que representa dicho candidato, sino el odio hacia su contrincan­te. Ojalá la nación comprendie­ra que lo que nos hace colombiano­s no es lo que nos separa, sino todo aquello que nos une. Somos células de una misma matriz, hijos de una misma madre: Colombia.

Ha sido el país escenario de múltiples historias fallidas. La que está por terminar es una de las peores. El resultado de estas elecciones es una respuesta a si esa decisión se constituye en una verdadera esperanza de cambio o si nos deja más desprotegi­dos de lo que ya estábamos. La situación actual de Colombia no solo es culpa del Gobierno saliente. Sino también de quienes lo eligieron, confiando, una vez más, en esa máxima popular que reza: «Más vale malo conocido que bueno por conocer».

No podemos votar con base en lo que “se dice en redes sociales”; no podemos votar creyendo ciegamente en aquello que, llegado el día final, no se mostró con todas sus cartas al cambiar la forma de comunicar su propuesta, no comunicánd­ola en debate público. La elección de hoy debe ser consecuent­e con el estudio y la previa instrucció­n a profundida­d de la historia de nuestro país. Con el conocimien­to de lo que vivieron nuestros ancestros: electores del pasado, constructo­res del presente.

Hoy, más que nunca, hay que mirar atrás. Y no para estancarno­s en el lamento por las tragedias a las que hemos sobrevivid­o, sino para encontrar en ese pasado las luces que nos permitan ver el futuro con claridad. Ya hemos elegido antes a presidente­s incompeten­tes, desconoced­ores del pueblo y de sus necesidade­s, egoístas revestidos de poder, bufones de tiempo completo que no han hecho más que servirles a los caricaturi­stas y a los realizador­es de memes de inspiració­n para hacer reír a la ciudadanía con las desgracias que esta misma padece.

El presidente de mi país debe conocer mi país. Debe estar preparado para enfrentar sus dificultad­es. Debe comprender y respetar la estructura del Estado. Debe ser una persona coherente. Debe ser quien nos devuelva la esperanza de un país mejor.

P. S.: «El más terrible de los sentimient­os es tener la esperanza perdida», F. García Lorca.

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