Voto en contra
Llega el día definitivo, y el voto no es a favor, sino en contra. ¿De qué? De la corrupción, de las maquinarias políticas, del establecimiento… en fin, de lo mismo de siempre. De lo que enferma y cansa a la sociedad, pero que, como una droga, no la deja salir del letargo en que cae todo el que se acostumbra a un mal solo por evitarse sorpresas con otro peor.
En cada conversación informal en que participo, en lo que publican e informan los medios de comunicación, en los comentarios de la gente en redes sociales no se habla casi –prácticamente nada– sobre las razones para votar por un candidato, sino sobre los motivos para no hacerlo por el otro. No saber bien lo que deseamos, pero tener clarísimo lo que no queremos. ¿Funcionará esa fórmula esta vez?
Hoy muchos colombianos votan también en contra de sus propios criterios y principios. Personas que poco o nada tienen en común con la ideología de un candidato lo defienden a capa y espada; lo paradójico y triste es que su motivación para hacerlo no sea el amor hacia lo que representa dicho candidato, sino el odio hacia su contrincante. Ojalá la nación comprendiera que lo que nos hace colombianos no es lo que nos separa, sino todo aquello que nos une. Somos células de una misma matriz, hijos de una misma madre: Colombia.
Ha sido el país escenario de múltiples historias fallidas. La que está por terminar es una de las peores. El resultado de estas elecciones es una respuesta a si esa decisión se constituye en una verdadera esperanza de cambio o si nos deja más desprotegidos de lo que ya estábamos. La situación actual de Colombia no solo es culpa del Gobierno saliente. Sino también de quienes lo eligieron, confiando, una vez más, en esa máxima popular que reza: «Más vale malo conocido que bueno por conocer».
No podemos votar con base en lo que “se dice en redes sociales”; no podemos votar creyendo ciegamente en aquello que, llegado el día final, no se mostró con todas sus cartas al cambiar la forma de comunicar su propuesta, no comunicándola en debate público. La elección de hoy debe ser consecuente con el estudio y la previa instrucción a profundidad de la historia de nuestro país. Con el conocimiento de lo que vivieron nuestros ancestros: electores del pasado, constructores del presente.
Hoy, más que nunca, hay que mirar atrás. Y no para estancarnos en el lamento por las tragedias a las que hemos sobrevivido, sino para encontrar en ese pasado las luces que nos permitan ver el futuro con claridad. Ya hemos elegido antes a presidentes incompetentes, desconocedores del pueblo y de sus necesidades, egoístas revestidos de poder, bufones de tiempo completo que no han hecho más que servirles a los caricaturistas y a los realizadores de memes de inspiración para hacer reír a la ciudadanía con las desgracias que esta misma padece.
El presidente de mi país debe conocer mi país. Debe estar preparado para enfrentar sus dificultades. Debe comprender y respetar la estructura del Estado. Debe ser una persona coherente. Debe ser quien nos devuelva la esperanza de un país mejor.
P. S.: «El más terrible de los sentimientos es tener la esperanza perdida», F. García Lorca.