Un pedazo de sus 102 años de vida
Crónica de sus inicios en el periodismo, de los episodios que marcaron su existencia y del reconocimiento que se ganó con su coloquial estilo y combativas críticas durante 75 calendarios.
La sala de redacción de EL HERALDO quedaba en silencio. La vieja Remington dejaba de sonar tras dos minutos. Mientras la señora del aseo le daba los últimos retoques a cada escritorio, Don Chelo hacía lo propio con la hoja tamaño oficio en la que acababa de escribir.
Releía imperturbable con su mirada dócil. Eran las 8:15 de la mañana y el epicentro de la información estaba casi desierto. “¡Buenos días don Chelo!”, lo interrumpían con un saludo. “Buenos días mi hijito”, respondía con amabilidad y la sonrisa a flor de piel.
Cinco minutos, seis correcciones y 10 saludos después, don Chelo entregaba la hoja a una de las transcriptoras (que pasaba sus palabras al computador) y se sacudía las manos. Misión cumplida. Entre 8:30 y 8:45 de la mañana, mientras la gran mayoría de redactores apenas llegaban, don Chelo había concluido su trabajo.
Limpio y ordenado como llegaba, con su pantalón clásico y camisa por dentro, le echaba un vistazo a los periódicos y accedía a una que otra charla mañanera que le planteaban. Luego, sin aspavientos, con el sigilo de un detective privado, se marchaba raudo sobre una alfombra de respeto y admiración que le tendían en los pasillos de cada lugar que visitaba, en las calles, en los buses, en los taxis, en cada rincón de su amada y defendida Barranquilla.
Nos era para menos. Se trataba de José Víctor De Castro Carroll, el veterano de orejas y nariz puntiagudas, ampliamente conocido como Chelo De Castro C, que ayer en la madrugada, a sus 102 años de edad, de forma natural, en la cama de su casa en el barrio El Prado, se fue de este mundo.
Es el hombre que en los primeros días de cada mes de junio (no precisaba exactamente cuándo) acumulaba un nuevo año ejerciendo su labor. Lo hizo hasta 2020. Redondeó la bobadita de 75 años en el periodismo deportivo, ¡75 años en el periodismo deportivo! “¡Agárrame es trompo en una uña!”, diría don Chelo.
“¡Wao!”. “¡Uffff!”. “¡Nojodaaa!”. Cualquier señal de asombro es válida, siete décadas y media en esta profesión no las que completa cualquier microfonero, plumífero o embadurnador de cuartillas, como don Chelo se acostumbró a calificar a los comunicadores mediocres.
Tanto tiempo ejerciendo el periodismo, con su tradicional columna en el periódico y su programa radial Desfile Deportivo, requiere de una persona brillante, seria, disciplinada, original, combativa, con sentido de pertenencia, incorruptible y entretenida para el público, como fue don Chelo a lo largo de todos estos años.
“Yo observé desde un principio el desprestigio personal de muchos periodistas deportivos de aquí, la gente hablaba: no si ese tipo recibe plata, la Liga tal le da dinero, no que en La Prensa botaron al director de las páginas deportivas porque le comprobaron que recibió plata de la Liga de Béisbol, en fin, una cantidad de vainas. Yo decía: no hombre, a mí no me puede pasar eso, a mí no me va a venir a decir un pendejo: usted recibió tal vaina, ¡vaya usted al carajo! Soy combatiente porque no recibo plata, es una vaina lógica”, dijo don Chelo en 2005, con la gran energía que mostraba en ese entonces, a sus 85 años de edad.
SUS INICIOS
Uno de los primeros días de junio de 1945, Chelo, un joven barranquillero de 25 años de edad que laboraba en la Alcaldía como Jefe de Espectáculos Públicos (“Era un puesto de gran responsabilidad”, decía), aceptó el reto que le planteó un amigo.
- Tú todos los días criticas lo que escriben los periodistas deportivos, tú sabes de esa vaina, por qué no escribes una columna- le sugirió Germán Núñez.
- A mí no me conoce nadie, quién me va a publicar algorespondió negativo aquel comentarista anónimo.
- Escríbela, escríbela, yo hago que te la publiquen insistióNúñez.
Al día siguiente el funcionario público con alma de periodista, trajo el encargo en una hoja tamaño oficio y se le entregó a Núñez, éste, a su vez, movió sus palancas, y, 24 horas después, el escrito (“creo que era sobre béisbol aficionado”) fue publicado en las páginas deportivas de un diario de antaño, La Prensa, pero sin la firma de su verdadero autor.
“Yo no firmaba, salía publicado por Germán Núñez, je”, recordó sonriente don Chelo.
Sin embargo, su anonimato no duró mucho tiempo. “Germán Núñez era secretario de la Liga de Béisbol y el presidente de la Liga era Nicolás Rosanía, quien decía: yo encuentro esta vaina muy rara, las actas de la Liga están escritas en un idioma diferente al que aparece en el periódico, ¡qué es la vaina ah! Por eso se dio cuenta que no era Germán el que escribía las columnas”.
Por lo que salió en La Prensa, sin su firma, lo llamaron al Semanario La Unidad que dirigía Armando Zabaraín.
“Allí duré cuatro o cinco meses, luego, Jaime Rivera Abello, quien era el editor de las páginas deportivas, supo que quien escribía las crónicas no era Germán Núñez sino yo y me mando a llamar. Me dijo: yo quiero que tú te vincules al diario La Prensa. Me llevó donde el director Carlos Martínez Aparicio, me lo presentó, e ingresé”.
Desde entonces, este barranquillero de ‘racamandaca’ acumuló 75 carnavales ininterrumpidos mojando tinta, de los cuales, los últimos 43 fueron dedicados a su columna en la sección deportiva de EL HERALDO.
Desde aquellos tiempos, cuando era un jovencito impetuoso que disfrutaba su soltería, hasta sus últimos años como periodista, que ya había perdido la cuenta del número de nietos que tenía (“son 7 0 10, por ahí”), la columna de Chelo era una tradición para los barranquilleros y costeños en general, incluso para la gente del interiordel país que lo leía, a pesar de que siempre llevaban del bulto cada vez que desde allá se atacaba sin justificación a algo de la Costa.
“Yo sobresalí desde un principio, lo digo con toda franqueza. Al mes de ser periodista deportivo en La Prensa, ya estaba moviendo el chocolate, estaba sacudiendo a más de cuatro”, contaba Chelo modestia aparte.
“Tengo una raza de periodistas, en la familia han habido más de 20, entre ellos el más famoso de todos Aurelio De Castro, fue un personaje en Colombia”, decía.
El maestro no estudio periodismo en la universidad y por una calamidad familiar ni siquiera terminó el bachillerato, pero su amplio conocimiento en materia deportiva, su personalidad y talento innato, lo catapultaron hacia el éxito.
“Yo llegué a este mundo con una cultura deportiva de quien estaba leyendo prensa desde los 7 años, he estado en el deporte desde esa edad porque mi hermano mayor era promotor de boxeo y de béisbol, yo a esa edad iba al boxeo y al béisbol, mi papá lo obligaba a que me llevara porque él decía: yo quiero que aprenda a pelear. Así fue como vi pelear a Fernando Fiorillo en el Teatro Colombia”.
EL EPISODIO QUE LO MARCÓ
Cuando Chelo era un adolescente, vivía los afanes propios de los colegiales. No había preocupaciones de otra índole aparte de levantarse temprano, realizar sus tareas, hacerle caso a sus padres y cruzar los dedos para que Magdalena y Bolívar no le ganaran a Atlántico, en fútbol y béisbol, respectivamente.
Sin embargo, una tragedia familiar modificó totalmente la ruta de su tren de vida. Su padre falleció y frenó en seco el acostumbrado ritmo de Chelito. Quedó con el vagón estudiantil en la vera del camino y emprendió un largo y duro tránsito hacia la cúspide.
“Hubo un verdadero drama, mi padre murió cuando yo tenía 16 años y medio, entonces tuve que salir del Colegio Barranquilla para ponerme a trabajar de inmediato, ya había un problema en mi casa. Eso me fue madurando a mí como hombre”, expresó a EL HERALDO con la mirada triste.
“No terminé el bachillerato, llegué hasta cuarto año nada más. Me tocó trabajar en comisiones y vainas, no tenía estabilidad, pero luchaba, ganaba y sostenía la casa. Era comisionista hasta que por fin conseguí un empleo en la Alcaldía”, añadió.
El gran maestro recordaba con lucidez el presentimiento que le dio aviso sobre el deceso de su progenitor.
“A mí no se me olvida una premonición. El Colegio Barranquilla, para imponer disciplina, trajo de Ibagué a un cachaco ‘superjodido’ que se llamaba Pompilio Lozada, ese hombre era una vaina jodida. Yo estaba en clase como a la 1:30 o 1:45 de la tarde, ese era el horario loco de antes, cuando de pronto me entró una vaina, como mi padre estaba enfermo, me entró una desazón, un deseo de irme de ese lugar, de irme para la casa, pero ese hombre le ponía candado en hora de clase a todas las puertas, nadie podía salir. Pero yo le dije al profesor del curso: permiso para salir al baño. Me he salido de clases y me fui para la paredilla que dividía al Colegio Barranquilla de lo que después fue Universidad del Atlántico, en ese entonces era un solar. Cuando voy llegando a la paredilla me pega un grito el viejo Pompilio. No joda, me las tiré de loco, brinqué, con la yema de los dedos me alcé, me tiré y me fui para la casa, cuando llegué, mi papá se acababa de morir...fue una premonición, no me he podido olvidar de ese detalle”.
Desde ese día Chelito dejó de ser un estudiante adolescente para convertirse en un hombre, en un ejemplo de vida, en todo un personaje.
“El viejo Pompilio se quedó con la resolución preparada para expulsarme del colegio, je”.
CAMBIO EN SU VIDA
Don Chelo era un madrugador empedernido y liberaba una energía admirable. Hasta que los achaques propios de la vejez se lo permitieron, estuvo activo en los medios. Se levantaba como a las 5 de la mañana, se bañaba, se cambiaba y caminaba algunas cuadras para tomar una buseta que lo dirigía rumbo a Uniautónoma Stereo, donde emitía su programa Desfile Deportivo, de 7:30 a 8 am.
Luego salía disparado, también en buseta, hacia EL HERALDO. Allí, durante sus mini charlas y mientras escribía, se podía apreciar su vitalidad y gran lucidez mental, aunque se le escapara el dato exacto sobre el número de sus nietos o el del día de junio en que se inició su carrera. Tampoco era un computador.
“Yo tengo un sentido de la disciplina, siempre la he tenido, y además llevo una vida austera, yo soy un tipo que me he quitado los vicios que siempre me cayeron, me los he quitado con voluntad de ‘racamandaca’”.
En sus años mozos, el licor y los cigarrillos eran acompañantes de las noches de Chelo, pero la responsabilidad con sus hijos sentenció la despedida de ambos.
“Yo mandé una hija mía que tenía 16 años para Bogotá, había terminado su bachillerato en el Colegio El Prado, la idea era buscar un cupo en una Universidad. Al otro día me llamó y me dijo: presenté examen en la Universidad y fui aprobada, voy a estudiar optometría. Apenas colgué me puse a pensar: a los 5 años esta niña necesita que yo le tenga montado su gabinete de óptica, y yo fumándome dos paquetes y medio de cigarrillos todos los días. No joda yo tengo que dejar este maldito vicio ya. Llegué a La Voz de la Patria por la mañana y le dije a los tipos que estaban ahí, sacándome los dos paquetes de cigarrillos y la caja de fósforos, ¡no fumo más! Y así fue. Con el trago, lo mismo, lo mandé pa’l carajo, ¡fuera con esa vaina!”.
Esa gran voluntad y firmeza de guayacán es la que tuvo a don Chelo mirando a todos desde arriba, con el orgullo y honor de tener encima 75 años en el periodismo deportivo, un logro sin par y difícil de igualar, que hizo que la Asociación Internacional de Prensa Deportiva (AIPS) lo reconociera como “el periodista deportivo más longevo del mundo” en 2017 y posteriormente le entregara el premió ‘una vida en el deporte’ en 2021.
Con su nombre fue bautizado el Polideportivo de la Universidad del Atlántico, merecidamente recibía el reconocimiento de la gente y en su vitrina no cabía una condecoración más. Sin duda deja una huella indeleble en sus 102 años de vida, de los cuales 75 dedicó al periodismo deportivo.
“El cigarrillo y el trago los mandé pa’l carajo por mis hijos”.