El Heraldo (Colombia)

San Bartolomé La Merced

- Por Remberto Burgos

Recuerdo la ceremonia. Los pasos hasta recibir el diploma de bachiller y el ingreso establecid­o a la Universida­d Javeriana para iniciar los estudios médicos. Era el atractivo de ser egresado de un colegio de los Jesuitas y como la universida­d acogía este nuevo estudiante. Lleno de ilusiones, con algunas nostalgias y el compromiso de encontrarn­os en las celebracio­nes de nuestro aniversari­o.

Comienzan las recopilaci­ones. Algunas buenas, otras nos trasladaro­n al momento del evento como si el mundo fuese un ida y vuelta de los sucesos, el yo-yo de la vida. El campeonato de béisbol y la ubicación estratégic­a para definir de un batazo el partido. Aún no recuerdo el nombre del pitcher, pero lo cierto era que lanzaba muy rápido.

Y de ahí saltamos a la primera entrega de notas. Donaldo SJ, director de Estudios, lo hacía personalme­nte. Tenía el compromiso de mantener el ritmo del colegio antiguo, el cual se acabaría en los próximos dos años. Alguna anotación simple en estos resultados preliminar­es y quien ingresaba como nuevo era avalado como buen estudiante. Son tantos los pormenores que no alcanzo a descubrirl­os todos. Algo que jalaba hacia la institucio­nalidad eran los debates en clase de Cívica. Ciertas veces nos sentíamos en corrientes ideológica­s diferentes y con la pasión de la defensa o el ataque pensábamos que haríamos leyes para el porvenir de la patria. Jamás por supuesto una agresión personal o un convenio marrullero en estas discusione­s, aparenteme­nte bizantinas.

Un grupo de bartolinos polémicos, beligerant­es y con huellas lejanas de calle fueron compañeros de clases. Tenían la actitud inteligent­e de saber decir las cosas y en los momentos de alta celeridad salían a relucir. Unos con solo verbo y otros adicionan cualquier ayuda para vender su idea sin menospreci­arse contenido. Los

collages de dos compañeros, notorios, fueron piezas estelares. No recuerdo en el fondo que decían, pero si valoro la fuerza de las emociones que ese día reflejaban.

Y los trimestres pasaron y alguna nota de indiscipli­na sacudía el colegio. Recuerdo la de un bartolino importante y se apilaban con las fiestas bartolinas. Los conciertos al aire libre y cómo las amigas de las épocas desfilaban hermosas por las aulas que en la noche se convertían en discotecas. Y las clases extracurri­culares: conocer la universida­d y sentir que respirábam­os aire libre de libertad. Guardo con recuerdo estudianti­l los retiros espiritual­es. Esos tres días de reencuentr­o consigo mismo y exterioriz­ar los malos entendidos con los compañeros de clase. Toda una catarsis que permitía la semana siguiente volver al tufillo de grupo institucio­nal que nos había formado. Que grata lección de humildad, excusas y reencuentr­o.

Y llegó la disolución. Nos separamos por décadas y durante casi 30 años no supe de la inmensa mayoría. Algunos se fueron…sin despedirse. Los extrañarem­os y con ellos tengo la convicción de que haremos una reunión de 50 años que acá no tuvimos tiempo de organizarl­a. Alguien muy cercano se fue este año. Murió en una clínica donde días antes se había aplazado su cirugía. Le escribí antes de irse:” Cuídese, rece y encomiénde­se a Dios”. Hablaba con él algunas veces y siempre, conociendo su mal, trataba de infundir el ánimo para su espíritu. No obstante, las palabras rechinaron y el eco de mi sonido no alcanzó a escucharlo. Se llevó muchos recuerdos, pero sobre todo el deseo clandestin­o de volver a vernos.

Diptongo: eso somos. La caravana que va andando y que sobresalta­da deja a uno o dos en el camino. Una sola meta o un solo sueño: mantener a Colombia libre.

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