San Bartolomé La Merced
Recuerdo la ceremonia. Los pasos hasta recibir el diploma de bachiller y el ingreso establecido a la Universidad Javeriana para iniciar los estudios médicos. Era el atractivo de ser egresado de un colegio de los Jesuitas y como la universidad acogía este nuevo estudiante. Lleno de ilusiones, con algunas nostalgias y el compromiso de encontrarnos en las celebraciones de nuestro aniversario.
Comienzan las recopilaciones. Algunas buenas, otras nos trasladaron al momento del evento como si el mundo fuese un ida y vuelta de los sucesos, el yo-yo de la vida. El campeonato de béisbol y la ubicación estratégica para definir de un batazo el partido. Aún no recuerdo el nombre del pitcher, pero lo cierto era que lanzaba muy rápido.
Y de ahí saltamos a la primera entrega de notas. Donaldo SJ, director de Estudios, lo hacía personalmente. Tenía el compromiso de mantener el ritmo del colegio antiguo, el cual se acabaría en los próximos dos años. Alguna anotación simple en estos resultados preliminares y quien ingresaba como nuevo era avalado como buen estudiante. Son tantos los pormenores que no alcanzo a descubrirlos todos. Algo que jalaba hacia la institucionalidad eran los debates en clase de Cívica. Ciertas veces nos sentíamos en corrientes ideológicas diferentes y con la pasión de la defensa o el ataque pensábamos que haríamos leyes para el porvenir de la patria. Jamás por supuesto una agresión personal o un convenio marrullero en estas discusiones, aparentemente bizantinas.
Un grupo de bartolinos polémicos, beligerantes y con huellas lejanas de calle fueron compañeros de clases. Tenían la actitud inteligente de saber decir las cosas y en los momentos de alta celeridad salían a relucir. Unos con solo verbo y otros adicionan cualquier ayuda para vender su idea sin menospreciarse contenido. Los
collages de dos compañeros, notorios, fueron piezas estelares. No recuerdo en el fondo que decían, pero si valoro la fuerza de las emociones que ese día reflejaban.
Y los trimestres pasaron y alguna nota de indisciplina sacudía el colegio. Recuerdo la de un bartolino importante y se apilaban con las fiestas bartolinas. Los conciertos al aire libre y cómo las amigas de las épocas desfilaban hermosas por las aulas que en la noche se convertían en discotecas. Y las clases extracurriculares: conocer la universidad y sentir que respirábamos aire libre de libertad. Guardo con recuerdo estudiantil los retiros espirituales. Esos tres días de reencuentro consigo mismo y exteriorizar los malos entendidos con los compañeros de clase. Toda una catarsis que permitía la semana siguiente volver al tufillo de grupo institucional que nos había formado. Que grata lección de humildad, excusas y reencuentro.
Y llegó la disolución. Nos separamos por décadas y durante casi 30 años no supe de la inmensa mayoría. Algunos se fueron…sin despedirse. Los extrañaremos y con ellos tengo la convicción de que haremos una reunión de 50 años que acá no tuvimos tiempo de organizarla. Alguien muy cercano se fue este año. Murió en una clínica donde días antes se había aplazado su cirugía. Le escribí antes de irse:” Cuídese, rece y encomiéndese a Dios”. Hablaba con él algunas veces y siempre, conociendo su mal, trataba de infundir el ánimo para su espíritu. No obstante, las palabras rechinaron y el eco de mi sonido no alcanzó a escucharlo. Se llevó muchos recuerdos, pero sobre todo el deseo clandestino de volver a vernos.
Diptongo: eso somos. La caravana que va andando y que sobresaltada deja a uno o dos en el camino. Una sola meta o un solo sueño: mantener a Colombia libre.