Español, apellidos
¿Es cierto que en Colombia se habla el mejor español del mundo? A. Angarita T., Santa Marta En los últimos tiempos eso se ha repetido tanto que ya luce trivial. No es cierto que en Colombia se hable el mejor español del mundo, y ningún país puede jactarse de hablar una lengua mejor que otros. El fin último de cualquier idioma es servir de instrumento de comunicación entre sus hablantes, y, por eso, si esos hablantes, al comunicarse, introducen en el lenguaje cambios o giros o podas o trueques de letras o de sílabas están generando nuevos usos que les facilitarán aún más la comunicación. La fama de que en nuestro país se habla muy buen español se debe a que desde el comienzo de su vida republicana la educación lingüística ha sido fundamental, y a que nuestros académicos, letrados, profesores y entes prestigiosos, como el Instituto Caro y Cuervo o la Academia Colombiana de la Lengua inalterablemente siguen ocupándose del manejo cuidadoso del idioma. Desde luego, en Colombia y en el resto de mundo hay personas que hablan con corrección una lengua gracias a su formación, a su culta identidad y a sus conocimientos de los recursos idiomáticos.
¿Por qué aún muchas mujeres adoptan el apellido de sus maridos, precedidos por ‘de’, preposición que indica pertenencia? Jorge Atanasio, B/quilla
España e Islandia son los únicos países de Europa occidental en los que las mujeres conservan sus apellidos de solteras. En Estados Unidos y en muchos países anglosajones las mujeres, al casarse, asumen el apellido de sus maridos en porcentajes que rondan el 80 por ciento. Pese a las ideas de género y a la asunción de la nueva individualidad que pregona el feminismo, se trata de un patrón cultural muy arraigado en los países occidentales, que deriva de una idea patriarcal, relacionada con la potestad del patriarca o de su gobierno, desde tiempos remotos, de determinar que una mujer casada se convertía en posesión de su marido. En Efesios 5, 22-24 (parte de una carta o texto patriarcal), así lo fija Pablo de Tarso: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer […]. Así que, como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo”. Hay mujeres que aceptan el cambio de su apellido por ser una tradición arraigada, que eterniza la idea de que el marido es autoridad, el rey del hogar, y otras lo hacen con gusto porque ello conlleva la idea de compromiso y unidad representada en un único apellido de los integrantes del clan, lo que proyecta una imagen de familia identificada como grupo y no como individuos. Otras muchas cambian su apellido para mostrar con su actitud el mucho amor que les tienen a sus maridos, a despecho de que ellos luzcan como emperadores y ellas como súbditas. Las mujeres cultas y con economía independiente son las que más mantienen su apellido de nacimiento, pues eso les prodiga una especie de “sello personal”, que puede ser exitoso.
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