El Heraldo (Colombia)

A Javier Marías

- Por Manuel Moreno Slagter moreno.slagter@yahoo.com

«No debería uno contar nunca nada». Con esa frase, que enseguida se revela paradójica, comienza Tu rostro mañana, la novela más representa­tiva de Javier Marías, notable escritor español fallecido el pasado 11 de septiembre en Madrid.

Después de acuñar esa sentencia, Marías procede a desarrolla­r un libro de tres volúmenes y más de mil trescienta­s páginas en el que cuenta de todo, con gran detalle, perfeccion­ando el estilo que venía definiendo hacía un par de décadas y contradici­endo el postulado inicial. Pero claro, uno siempre cuenta, se pasa la vida en eso, así que no hay más remedio que hacerlo y hacerlo bien. A eso se dedicó con éxito, a contar, y por eso su partida enluta a cualquiera que tenga respeto y admiración por el manejo correcto del idioma, por sus magníficas complejida­des.

Tu rostro mañana fue la primera novela de Marías que leí. Tras terminarla fue inevitable indagar por más, así que al final terminé leyendo prácticame­nte toda su obra, con pocas excepcione­s que se justificar­on más por la dificultad de conseguirl­as, que por apatía o desinterés. También cumplí casi sin falta con la lectura de su columna en una de las revistas de El País, muchas veces polémicas, pero siempre bien escritas. Puede que esos ejercicios me hayan animado a escribir en este espacio semanal, en el que no descarto que se note alguna influencia de vez en cuando.

Es llamativo comprobar cómo la partida de personas que uno en realidad no conoce ni ha visto siquiera logra despertar congoja. Me enteré de la muerte de Marías cuando bajaba de un avión luego de un largo viaje, en un país ajeno, descolocad­o por el cambio de horario y ocupado con varios compromiso­s que matizaron la noticia. Pero cuando volví a mi casa unos días después y vi en la biblioteca el grueso lomo celeste de su novela imprescind­ible, la tristeza cayó de repente. No podía, por lo tanto, dejar de ofrecer unas palabras en su memoria, como lo he hecho con aquellos a quienes juzgo importante­s. Marías me llevó a explorar más a Shakespear­e, a leer a Pérez-reverte, a considerar a Proust, a valorar las buenas traduccion­es. Era un autor prolijo, con posturas transparen­tes y, sobre todo, ejerció siempre un respeto encomiable por el español. Un defensor del idioma que no se quedó en lo intangible: ocupaba el sillón R de la Real Academia Española, apoyando la causa desde la instancia más pertinente.

Su vida no se libró de peripecias. Fue rey del Reino de Redonda, un peñasco deshabitad­o en el Caribe, una posición desde la cual entregó varios ducados a una selección de destacados autores y cineastas. Se aventuró también a ejercer como editor al fundar la modesta editorial que lleva el nombre de su reino, publicando un catálogo breve pero valioso, de acaso un par de libros al año, pero siempre, según sus palabras, con prólogos de autores indiscutib­les. Y, como cereza del pastel, fue además un declarado seguidor del Real Madrid.

Me quedo corto, sin duda, pero el espacio se acabó. Termino con la repetición de la agridulce frase cervantina con la que Marías cierra una de sus novelas: «Adiós risas y adiós agravios. No os veré más, ni me veréis vosotros. Y adiós ardor, adiós recuerdos». Adiós Marías, gracias.

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