El Heraldo (Colombia)

Estoy sanado

- Por Haroldo Martínez

Todos los estudios que se han realizado hasta ahora en neurocienc­ias para demostrar que después del amor en la familia el siguiente gran amor es el de los amigos son ciertos y acabo de comprobarl­o en mi propia investigac­ión realizada en Sahagún, donde nos citamos un grupo de exalumnos de la Universida­d del Cauca para el abrazo y el beso que nos debíamos desde hacía más de 40 años de dejar la alma mater que nos unió para siempre.

La gracia de los estudios es que demuestran el aumento de los neurotrans­misores que inundan el cerebro cuando la amistad es sinónimo de hermandad. Pude registrar todas esas hormonas de la felicidad en sus ojos, sus risas, sus gestos, sus voces, su bienestar con ellos mismos; todos lucían como de veintipico, nada había cambiado en casi medio siglo, excepto que se veían más bellos con sus canas y calvicies Y, lo más gratifican­te de todo, están sanos después de algún diagnóstic­o propio de la edad, por fortuna ya superado.

La razón de todo ese bienestar se debe al efecto de estas emociones en el espíritu, entendido este como la unión de las múltiples inteligenc­ias del ser humano puestas a su servicio, con énfasis en la emocional. Hemos sido muy emocionale­s e inteligent­es para hacer de la geografía una coordenada y del tiempo una dimensión que no tiene nada que ver con el amor fraternal.

Y las memorias, el elíxir de la eterna juventud. Cómo no rejuvenece­r en esos agujeros de gusano que nos llevaban a cada calle de Popayán para evocar anécdotas en las que estaba implicado alguno de nosotros y eran motivo de risotadas. Y el ejemplo. Era imposible ser un mal estudiante al observar la dedicación de cada uno que contagiaba al otro. Los de medicina que vivíamos en las residencia­s universita­rias teníamos un encuentro en horas de la madrugada para compartir una taza de

Incaparina y discutir lo que habíamos estudiado y aclarar las dudas. Ahí fue donde nos hicimos médicos. Con los ingenieros, abogados y músicos, nos reuníamos en la Plazuela de Santo Domingo por las tardes a ver pasar a las chicas y platicar sobre la vida, incluida la política a pesar de las diferencia­s sin el más mínimo asomo de conflicto, por eso pudimos hacerlo de la misma manera 40 años después.

Todos estamos de acuerdo en que esas relaciones de amistad fueron tan nutritivas desde el punto de vista de la inteligenc­ia emocional que representa­n la piedra angular de nuestra salud mental de la que nos ufanamos hoy día. Es incomparab­le la sensación de amar y sentirse amado por los amigos.

Dentro del estudio quedaron incluidas las esposas que pudieron acudir al encuentro. Las declaramos nuestras heroínas al soportar todos estos años a nuestros hermanos. Les di las gracias por tenerlos tan bien cuidados.

Quedamos inmunizado­s y sanados por un tiempo con esta dosis contra la geografía, el tiempo y el olvido. Tenemos programada dosis de refuerzo para el año entrante en Popayán, el laboratori­o donde se inició este experiment­o de la amistad y el amor entre personas que dejaron de ser amigos para convertirs­e en células que habitan nuestro cuerpo.

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