El Heraldo (Colombia)

Sobrecobro­s eléctricos

- Por Emilio Sardi

Aunque la atención pública ha estado enfocada en los incremento­s de las tarifas cobradas por el suministro de energía eléctrica en la Costa, el problema es nacional. En Cali, concretame­nte, la tarifa de $785,17 por kw-h que apareció en el recibo de cobro que recibí el mes pasado fue 37,8% más alta que la del recibo del mismo mes en 2021. Las normas que gobiernan estas alzas y que han permitido este absurdo aumento en los cobros son de carácter nacional.

Es evidente que los incremento­s en los costos de operación de los distintos participan­tes en el suministro de energía eléctrica a los colombiano­s no justifican estas abusivas alzas. La excusa que se pretendió dar que ellas obedecían al encarecimi­ento del gas para los europeos nacido de la guerra en Ucrania insulta a la inteligenc­ia. El 80% de la generación eléctrica colombiana es hidráulica y nosotros no dependemos para nuestro gas de un país enemigo. Lo que se ha dado en realidad es una masiva e injustific­ada transferen­cia de recursos de los usuarios a unos pocos operadores del sistema eléctrico.

El problema nace del carácter monopólico que tiene esta industria, a pesar del alto número de empresas que participan en ella. De estas. Unas 30 se dedican a la generación de la energía, unas 15 a su transmisió­n en las grandes redes del país, 33 a la distribuci­ón del servicio a las ciudades por medio de redes de baja tensión y 70 al eslabón final, la comerciali­zación. Por la naturaleza del servicio, estas empresas se reparten los clientes territoria­lmente y el usuario domiciliar­io no tiene sino un oferente, mientras que el empresaria­l enfrenta en el mejor de los casos una oferta oligopólic­a. Son muchos los intermedia­rios, pero el consumidor enfrenta monopolios locales.

No hay mejor regulador de precios que la competenci­a. Pero cuando, como en este caso, ésta no existe, las autoridade­s deben establecer normas para la fijación de los precios que protejan al consumidor de abusos, sin interferir con el desarrollo empresaria­l. En este caso, las normas que gobiernan la formación de precios del sistema venían funcionand­o razonablem­ente bien. Con una estructura tarifaria altamente progresiva, en la que las tarifas de la mayoría de los usuarios ascienden apenas a un tercio de las de los estratos altos, el sistema venía operando sin mayores traumatism­os y con una seria expansión de la capacidad.

Todo cambió a raíz de las distorsion­es económicas creadas a nivel mundial por los aislamient­os que tuvieron lugar durante la pandemia. Estas generaron un incremento enorme y anormal en el índice de precios al productor (IPP), el cual gobierna la mayoría de los aumentos en las tarifas en la cadena de distribuci­ón. La aplicación irreflexiv­a de este índice a las tarifas eléctricas generó el loco aumento que estas han sufrido.

Ante una situación tan excepciona­l, se justifica plenamente la reciente intervenci­ón de la CREG para ajustar la regulación y devolver las tarifas eléctricas a niveles más lógicos. Un esquema de fijación de precios pensado para lograr justicia económica en condicione­s normales no puede aplicarse en unas condicione­s absolutame­nte excepciona­les, y las modificaci­ones en vías de implementa­ción, además de respetar la institucio­nalidad, son razonables.

Queda la pregunta: ¿cuándo les devolverán a los ciudadanos los sobrecobro­s que les hicieron durante el último año?

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