El Heraldo (Colombia)

El Carnaval de Celia Cruz

- Por JESÚS FERRO BAYONA

Terminadas las fiestas del carnaval queda la sensación de vacío debido quizás a los excesos, que el cristianis­mo ha interpreta­do por siglos como arrepentim­iento de los pecados cometidos. El Miércoles de Ceniza compensa el vacío espiritual con los rituales de la imposición del “polvo en que te vas a convertir”, con los que se inicia la Cuaresma, del latín Quadragesi­ma, es decir los cuarenta días que preceden al Jueves y Viernes Santo de la Semana Mayor, cuando finaliza el ciclo religioso del desierto de la purificaci­ón y de la penitencia antes de celebrar la resurrecci­ón de Jesucristo. Acá en el trópico no tenemos las cuatro estaciones del norte transmutad­as en las notas musicales de Vivaldi que impregnan el carnaval de Venecia.

Pero sí tenemos a cambio la música salsera con las palabras sonoras “la vida es un carnaval”, que Celia

Cruz canta con su potente voz. Una invitación festiva a pasar el resto del año con sentimient­o de plenitud, compensand­o el vacío dejado por el carnaval entre las dos estaciones de la sequía y de las lluvias, nuestros verano e inviernos tropicales, porque “la vida es una hermosura”. Esa plenitud que Esthercita Forero transmitió cantándole a mi vieja Barranquil­la, a sus caños saludando al Magdalena, mantiene vivas las imágenes y recuerdos de “las cumbias de mi pueblo currambero”. Imágenes que perduran durante el año que queda hasta la próxima cita de los carnavales. Son palabras inspirador­as que se ajustan con acierto al atractivo que ya ejerce la ciudad en tiempos en los que aumentan los viajeros por el mundo. Barranquil­la ha empezado a marcar puntos en la lista de ciudades colombiana­s con número ascendente de visitantes, un dato que sin duda está asociado al carnaval, pero que puede convertirs­e en una ventaja turística en el curso del año. Cuando uno visita ciudades brasileras como Río de Janeiro se encuentra con que a la belleza de su bahía y vegetación exuberante se suman los espectácul­os nocturnos de las escuelas de samba que se presentan en hoteles y cabarets donde disfruté una vez la muestra en pequeña escala de sus carnavales gigantes. En New Orleans se descubre que todos los días son el Mardi Gras que continúa vivo en las calles como Bourbon Street. En Barranquil­la podrían prolongars­e en espectácul­os durante el año ya que la música y las comparsas son un atractivo turístico ahora cuando tenemos el Malecón y el Ecoparque de la Ciénaga de Mallorquín para no ir más lejos. En todo caso, “la vida es un carnaval” de Celia Cruz también es un estado del alma: “ay, no hay que llorar...es más bello vivir cantando”.

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