El Heraldo (Colombia)

REÍR PARA NO LLORAR

- POR MIGUEL VERGARA @Miguelverg­arac

Cada vez que pienso que hemos visto de todo en este gobierno, aparece un nuevo capítulo de telenovela. El de esta semana con el escándalo de los pasaportes nos trae un drama de héroes y traidores en el que no se sabe quién es quién, pero si es evidente que nadie se hace responsabl­e, nadie resuelve y que, como siempre, los perjudicad­os somos los colombiano­s, mientras se sigue el libreto que ordena Petro desde sus trinos.

Desde que empezó este episodio hace 6 meses, el secretario Salazar, camarada del canciller Leyva por más de 4 décadas, había sentado su posición frente al tema: el proceso era válido y transparen­te. Por eso, su jefe y amigo canciller, en solidarida­d, le quita la responsabi­lidad y se apersona del asunto para seguir las órdenes dadas desde Presidenci­a, lo cual eventualme­nte lo termina llevando a la suspensión por parte de la Procuradur­ía.

Avanza el tiempo y de manera sorprenden­te el exsecretar­io Salazar recupera sus facultades, y al tiempo que le avisan que trabaja hasta esa semana. Extrañamen­te, encuentra la oportunida­d de devolver el favor a su amigo, hace un retiro espiritual, consulta con su conciencia y esta lo guía a adjudicar la licitación original. El canciller suspendido es el más contento porque evita terminar su carrera con investigac­iones en su contra y una hoja de vida manchada. El único que no queda feliz es el presidente, quien no se demoró en acusar al secretario de “traición” y declararlo insubsiste­nte. ¿Pero quién será el verdadero traidor?

Porque por mucho que el secretario hubiese querido resolver, no lo hubiera logrado sin un protagonis­ta clave: el canciller (e) Murillo, quien, segurament­e también queriendo hacerle el quite al tema, le devolvió las funciones e incluso habría indicado que iba a sugerirle al presidente conciliar. Sin embargo, ante la ira del mandatario, sale a negar todo para ganar tiempo con la ayuda de voces como la del ministro de Hacienda, mientras mira cómo reorganiza y tumba, otra vez, el proceso adjudicado.

Creo que aparte de la improvisac­ión que los caracteriz­a, lo que queda en evidencia es que su propio equipo le tiene miedo a Petro. Tanto el canciller Leyva como el encargado Murillo, deciden devolverle el chicharrón al secretario Salazar para no enfrentars­e a la furia del presidente y de paso librarse de posibles problemas jurídicos. No queda otra conclusión que en esta tragicomed­ia nacional el gabinete no puede actuar en pro de resolver las verdaderas problemáti­cas del país, sino que se dedican a darles manejo a los caprichos del jefe de Estado, tenga o no argumentos. No nos queda más que reír para no llorar, mientras rezamos para que los 2 años que quedan pasen rápido.

Aparte de la improvisac­ión que los caracteriz­a, lo que queda en evidencia es que su propio equipo le tiene miedo a Petro”.

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