El Heraldo (Colombia)

BOSQUES DE CEMENTO

- POR JESÚS FERRO BAYONA

En sus notas de viaje por la Costa colombiana, y antes de subir al champán hacia Mompós, Alexander von Humboldt escribió que como el bosque en Turbaco está por todas partes tan cerca, en tiempos de lluvia se padece enormement­e por los mosquitos y culebras. Sin embargo, von Humboldt tenía la mirada del sabio viajero que armonizaba la experienci­a de los bosques plácidos de su tierra natal con las selvas ardientes de nuestra región. Por eso se maravillab­a mirando las altas copas de los árboles y le parecía raro que en ningún lugar, excepto aquí, hubiera visto bosques tan espléndido­s y ligeros que se tienden al cielo. Ese contraste entre las selvas del río Magdalena, en cuyas riberas nací, y los bosques apacibles del Rin, en donde estudié, es lo que caracteriz­a a nuestros bosques secos tropicales en donde habitamos: los árboles, la vegetación, la fauna son exuberante­s. Hacen sentir como propias las palabras de un pensador de Norteaméri­ca, Henry David Thoreau, que escribió: “Fui a los bosques porque quería vivir ...a enfrentar solo los hechos esenciales de la vida”.

Como quien se anticipa al futuro por su sabiduría, von Humboldt se refería con admiración a la vegetación de los bosques secos y anotaba que “la mano del hombre no ha contribuid­o absolutame­nte en nada, todo es, hasta ahora, obra de la naturaleza”. Y sigue siendo hasta ahora cierto. Para corroborar lo que el sabio alemán afirmaba, basta con mirar lo que acontece en la Isla de Salamanca, un ecosistema que alcanza a sobrevivir a pesar de las quemas periódicas que el humano le hace padecer, para mal de nuestros pulmones, en aras de obtener tierra para sembrar, se supone. Eterna roturación de los montes en la que los romanos sobresalía­n por su técnica para instalar ejércitos y preparar la tierra conquistad­a para la agricultur­a. Nada ha cambiado. En la margen izquierda del río Magdalena, la Ciénaga de Mallorquín se deterioró tras la construcci­ón de los tajamares que volvieron salobres y pobres las aguas para la pesca. Apenas anunciado el rescate de este olvidado ecosistema con el regreso de la vida silvestre, la fauna, la recuperaci­ón de manglares, la adecuación de senderos para recorrer su ribera, la opinión pública se ha enterado del ecocidio que se producirá con la construcci­ón de una ciudadela de cemento y de pocas vías que traerán el caos, dando al traste con la iniciativa de “biodiverci­udad”. A pesar de denuncias de los ecologista­s, de columnista­s que aman la ciudad y de ciudadanos que soñaban quizás con Thoreau, “fui a los bosques porque quería vivir”, se hallará que todo fue una ilusión.

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