El Heraldo (Colombia)

VAMOS PARA OTRO CAUDILLISM­O?

- POR MAURICIO CÁRDENAS @ Mauricioca­rd

Cada vez estoy más convencido de que el país está perdiendo una de las mejores oportunida­des para progresar, mientras otros siguen tomando la delantera. Venimos de dos décadas de progreso económico y social, interrumpi­das bruscament­e por la pandemia, pero con avances reales en muchos frentes. Retomar el ritmo para dar mejores resultados en lo social y en la infraestru­ctura es nuestro gran reto.

Las secuelas de la pandemia todavía se sienten y, en frentes como la pobreza y la educación, el país está estancado. Por ejemplo, el cierre de colegios –hoy muy cuestionad­o en el mundo— representó un atraso equivalent­e a siete meses de educación, que no se han recuperado. La cobertura de educación superior, algo a lo que el actual gobierno le apostó, no ha aumentado.

Pero más allá de lo lamentable que resulta ese grave rezago, lo más delicado es que nunca habíamos tenido tantas y tan buenas oportunida­des para progresar. No hay muchos países que puedan ofrecer —al tiempo— energías limpias y convencion­ales, minerales, tierra y agua para la producción de alimentos, todo esto sin confrontac­iones y amenazas frente a los socios comerciale­s. El problema es que no estamos aprovechan­do la mano de cartas que nos ofrece la geopolític­a global, tan llena de desa íos y con muy pocos países que —como Colombia— podrían estar ofreciendo soluciones en lugar de nuevos focos de tensión.

Segurament­e, muchos pensarán que la administra­ción de Gustavo Petro es el mayor obstáculo, y no les falta razón. No hay un clima propicio para la inversión. Como si fuera poco, la descon anza es creciente entre el empresaria­do. Nadie se atreve a pensar más allá de la controvers­ia que ocupará la atención la próxima semana. En esas condicione­s todo el mundo hace apuestas moderadas.

Algo que agrava el panorama es la insegurida­d. Las encuestas de opinión, así como estudios cualitativ­os que he visto, son verdaderam­ente alarmantes. Desde los pequeños tenderos que tienen que pagar vacunas hasta los grandes empresario­s preocupado­s por los secuestros, en todo el país hay un temor generaliza­do frente al avance de la criminalid­ad en sus múltiples manifestac­iones. Y ni hablar de los sanguinari­os ataques de las disidencia­s de las Farc, o EMC, ahora convertida­s en poderoso actor político. El rechazo a la estrategia de paz total —mal concebida y pésimament­e implementa­da— acabará arrastrand­o el acuerdo de paz de 2016. ¿Por qué lo digo? Las encuestas son contundent­es en señalar que la gente quiere que aparezca un Bukele en el firmamento político colombiano y, con él, la política de mano dura.

Esta realidad re eja que más allá de la incertidum­bre que genera el actual gobierno, del desorden y su baja capacidad de gestión, hay un problema peor. Desde hace algunos años se ha instaurado en el país una nueva cultura política donde hay una clara ausencia de liderazgos que promuevan la búsqueda de consensos y la concertaci­ón. Los liderazgos son, por el contrario, excluyente­s y revanchist­as. La política caudillist­a le ha ganado el pulso a una democracia liberal, más representa­tiva e incluyente.

Hay un gran número de colombiano­s que considera que las 4G no son sinónimo de estafa, que las EPS funcionan mejor que todas las demás alternativ­as que hemos ensayado –incluyendo el manejo por parte del Estado—, que no es convenient­e dejar la mayor parte del ahorro pensional en manos del Gobierno y que una reforma laboral que entorpece la generación de empleo no es buena idea.

Pero ese país —con sus empresario­s, trabajador­es, académicos y jóvenes— no encuentra cómo aglutinars­e políticame­nte. Ese es el reto que tenemos hacia adelante. La fórmula no es di ícil. No negociar con grupos armados que son, ante todo, organizaci­ones criminales dedicadas al narcotrá co, y empoderar a las Fuerzas Armadas. Y algo fundamenta­l: asumir con pragmatism­o que Estado y mercado se necesitan mutuamente, se complement­an, y que su trabajo armónico es la manera de acelerar el desarrollo y aprovechar todas las oportunida­des que tenemos.

Pero más allá de lo lamentable que resulta ese grave rezago, lo más delicado es que nunca antes había tan buena oportunida­d para progresar”.

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