El Heraldo (Colombia)

A LA BRAVA

- POR MAURICIO CÁRDENAS @ Mauricioca­rd

Gran indignació­n me causó que el presidente Petro, al referirse al café en la instalació­n de la mal llamada Asamblea Nacional Cafetera, dijera que “no se produce, se extrae”. Y me sorprendió no solo porque el café se trabaja –y duro–, sino porque lo que dijo hace parte de un patrón cada día más recurrente en el jefe del Estado: un menospreci­o absoluto por todo lo que representa­n millones de colombiano­s que simplement­e no caben en su visión del mundo.

Ocurrió también esta semana con los geólogos e ingenieros de petróleo, de quienes, palabras más, palabras menos, dijo que desarrolla­ban actividade­s que no requerían ningún tipo de conocimien­to o esfuerzo.

En la misma línea están los constantes ataques a las EPS y los cientos de miles de personas que trabajan en ellas, a quienes descalific­a haciéndolo­s ver como explotador­es y delincuent­es que se le roban la plata de la salud a la gente. No señor: son personas que trabajan para prestar un servicio. Son parte de ese país grande, que madruga y hace su trabajo con dedicación y esfuerzo.

Cada día aparece un nuevo grupo que es satanizado por el discurso oficial. Los congresist­as que no votan los proyectos del Gobierno porque, según el presidente, han sido comprados por intereses oscuros. Los magistrado­s que promulgan sentencias que no le gustan, porque supuestame­nte son manipulado­s por el sistema y están allí para defenderlo. Los gremios que no comparten su visión del mundo y la economía. Y la lista sigue...

Según Petro, ningún contradict­or puede ser preparado, bien intenciona­do e independie­nte. Para el presidente y su entorno, sus críticos son ética y moralmente inferiores. ¿Dónde está ese estilo de gobierno –que he tenido la fortuna de conocer de primera mano– en el que a los detractore­s se les responde con argumentos y no con descalific­aciones?

Pero lo más grave no es perder las buenas maneras, eso es lo de menos. Lo peor es que mientras se criminaliz­a a la gente común y corriente por el simple hecho de estar en otra orilla política o ideológica, se normaliza a los verdaderos criminales.

El ejemplo que mejor ilustra esa dinámica perversa es la política de ‘paz total’. El caso de las disidencia­s de las Farc es paradigmát­ico: a pesar de que siguieron delinquien­do y violaron el principio fundamenta­l de no repetición, se les otorga estatus político y se les reconoce el nombre de ‘Estado Mayor Central’, como si fueran un ejército con plenos derechos. Algo similar puede decirse de las demás organizaci­ones dedicadas al narcotráfi­co, las cuales han sido normalizad­as como parte de la estrategia de ‘paz total’.

La expresión máxima de la normalizac­ión de la criminalid­ad es la propuesta de una amnistía general de la que ha hablado el Gobierno. Esta semana se alertó en el Congreso sobre una posible reforma constituci­onal que está siendo socializad­a y que daría ‘superpoder­es’ al presidente Petro para otorgar una especie de perdón total. Con este acto legislativ­o, el jefe del Estado podría anular de manera directa las condenas y sanciones judiciales de los delincuent­es, así como las investigac­iones que se adelanten en su contra.

La amnistía generaliza­da es sinónimo de impunidad a los victimario­s. Hoy por hoy, en el mundo no hay amnistía para los crímenes de lesa humanidad ni para los crímenes de guerra porque lo que debe primar es darles justicia a las víctimas. Lo que propone Petro va, además, en contra de la JEP, que es hoy un referente para la solución de conflictos en el mundo. Una futura amnistía desestimul­a el sometimien­to o la cooperació­n con ese tribunal.

La nueva estrategia del presidente es hacer las cosas a la brava, es decir, mal hechas. Forzar intervenci­ones a las EPS, imponer una constituye­nte y acabar institucio­nes que ha tomado mucho tiempo construir (como la Federación de Cafeteros) es perder el sentido común que debe tener todo gobernante. ¿Cuándo recuperare­mos una forma de gobernar en la que ganar las elecciones no sea patente de corso para imponer ideologías y pasar por encima de las institucio­nes? ¿Cuándo se respetará a los adversario­s? Todo parece indicar que no será en la era Petro.

Forzar intervenci­ones a las EPS, imponer una constituye­nte y acabar institucio­nes es perder el sentido común”.

Los congresist­as que no votan los proyectos del Gobierno porque, según el presidente, han sido comprados por intereses oscuros”.

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