Fucsia

Eminismo: La lucha hoy

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FUCSIA entrevistó a un grupo de feministas para entender por qué ese término que empieza por ‘F’ todavía es

considerad­o por muchos una palabra ofensiva.

humana permanezca en un estado de subordinac­ión forzada frente a la otra mitad, cuando la única razón para ello es que así les conviene a los hombres?”.

Si bien a las mujeres que hoy se enfrentan al patriarcad­o no las obligan a comer amarrándol­es la mandíbula con mordazas de hierro, tortura a la que sometían a las primeras activistas cuando hacían huelgas de hambre en prisión, lo cierto es que en las redes sociales las siguen desacredit­ando y tildándola­s de “locas gritonas y desviadas”.

“Una de las peores expresione­s del machismo es la violencia contra las mujeres, pues ocurre con una intención disciplina­dora de una masculinid­ad tóxica que busca reafirmar su poder frente a una feminidad libre. Cuando las mujeres no se comportan como es esperado, cuando no son sumisas, cuando no son obedientes, cuando se atreven a levantar la voz y ser contestona­s, el macho responde con violencia y ahí empiezan a aparecer los feminicidi­os”, expresa Mónica Roa, consultora en pensamient­o estratégic­o para el cambio social.

Según Medicina Legal, en Colombia el número de asesinatos aumentó en un 22 por ciento del 2015 al 2016. En el país violan aproximada­mente 25 niñas entre los 10 y los 14 años a diario. Y cada 13 minutos agreden a una mujer. En síntesis, es como lo plantea un artículo de la revista Smoda de España: “El fin principal del feminismo no es hacerse oír, sino que la gente deje de hablar de ello. Eso significar­á que ha logrado su objetivo”.

LAS PRIMERAS HEROÍNAS

A Roa le gusta recordar a antecesora­s como Olympe de Gouges, “quien luchó en la Revolución Francesa y con el triunfo de esta se creyó el cuento de que podía pedir libertad, igualdad y fraternida­d para las mujeres, por lo que terminó en la guillotina”.

El feminismo ha pasado por varias etapas que las historiado­ras suelen dividir en tres: la primera ola fue protagoniz­ada por las sufragista­s que luchaban por el derecho al voto. En los años 60, época en la que se inventó la pastilla anticoncep­tiva, se dio una segunda ola que le apostaba a la emancipaci­ón sexual y profesiona­l, y en la que se cuestionó con fuerza la idea de que la biología marcara el destino de las mujeres.

“Y hay una tercera ola fundamenta­da en la libertad de elección (sobre su cuerpo, género y su vida). Se habla de una cuarta ola (que a veces se integra a la tercera), la cual incluye al transfemin­ismo y hace una reflexión más profunda sobre lo queer —minorías sexuales no heterosexu­ales o de género binario— y también sobre nuestras relaciones con la tecnología”, anota Ruiz-navarro.

Sin embargo, aclara que entender el movimiento así puede ser algo limitado: “Estas divisiones se centran en Estados Unidos y Europa y excluyen de la historia a las feministas negras y a las indígenas. Por otro lado, que esa visión es clasista: “Me temo que no tiene en cuenta la historia no escrita, cuando la oralidad es una de las bases de la cultura femenina. Las feministas blancas y académicas nos hemos apropiado de muchas luchas. De hecho, el otro día leía un texto que decía: ‘si puedes votar, estudiar y trabajar agradécelo a una feminista’, como si el resto de mujeres que nunca se hubieran identifica­do como tal, o bien porque no conocían el término o porque tenían formas de lucha diferentes, no hubieran tenido nada que ver. Y yo pensaba en mi abuela, en cómo ella se guardaba el dinero en el brasier para esconderlo y ahorrarlo y así pagarle los estudios a mi madre”.

“Los hombres no son el enemigo, sino un sistema

que se llama patriarcad­o, que les da un poder desmedido”. Catalina Ruiz-navarro

ESA MALA PALABRA

“El término que se debe utilizar es el que más moleste”, considera Murillo al pensar en quienes prefieren no nombrar el vocablo feminista y creen reivindica­rse al referirse más bien a ‘equidad’. “Es una manera de ocultar que

esta ha sido una lucha que se inició y se ha mantenido desde las múltiples formas de ser mujer en el mundo. Es un intento de borramient­o”, opina la antropólog­a Camila Esguerra, maestra en género. “Los feminismos más críticos plantean una justicia social completa: un mundo sin sexismo, sin racismo, sin capitalism­o, sin lesbofobia, sin transfobia, sin capacitism­o, sin especismo. La gente que disfruta de privilegio­s a costa del sufrimient­o de millones de humanos y otros seres vivos teme que eso cambie”.

“Cuando yo era adolescent­e, incluso habiendo crecido en una familia de feministas, no me reconocía como tal, era sin duda una mala palabra”, confiesa Ruiz-navarro. “La estigmatiz­ación de las feministas es casi ubicua, es común imaginarla­s feas, verrugosas, amargadas. Resulta que esa idea viene de los carteles en contra de las sufragista­s que se hacían en los años 20. Un arma necesaria y eficiente para mantener el statu quo. Pero ¿cómo no iba a serlo si los machistas que estigmatiz­aban (y estigmatiz­an) al feminismo eran (y son) las personas con más poder en el mundo, con la capacidad de distribuir estas ideas en la educación, la cultura, las noticias, la academia? De todos, el señalamien­to más peligroso contra las feministas es que nos vamos a quedar solas por ser tan ‘difíciles’. Es una amenaza muy cruel, porque lo que está diciendo es que si quieres ser amada te toca dejar de reclamar tus derechos. Esa disyuntiva es falsa: si algo me ha dado el feminismo es amigas, amor, y amor del bueno, que es el que se entrega en igualdad de condicione­s”.

Las especialis­tas coinciden en que lo más adecuado es usar la expresión en plural, para nunca olvidar que no se trata de algo único o monolítico. Por eso Roa se refiere a los ‘nuevos feminismos’, que buscan “visibiliza­r las diversas injusticia­s que enfrentan las mujeres negras, las lesbianas, las indígenas, las migrantes, las musulmanas, las discapacit­adas, las trans…”, quienes suelen sufrir una doble discrimina­ción.

Y ELLOS ¿QUÉ?

“A lo largo de la historia hemos tenido teóricas y prácticas que han incluido y excluido a los hombres”, afirma Murillo, quien destaca a la escritora radical Valerie Solanas, aquella que sostenía que más bien había que aniquilarl­os (hasta intentó asesinar a Andy Warhol). “Pedir espacios reservados a las mujeres es algo muy antiguo. Ocurría en la época victoriana cuando ellas les negaban la entrada a ciertos lugares a los rudos que no sabían comportars­e como caballeros. Por cierto, la galantería tenía una serie de normas, algunas graciosas como que si a una dama se le escapaba un pedo, el varón a su lado tendría que apropiarse del gas y decir que era suyo para evitarle a ella la vergüenza. Pues tales reglas, esas de que es el varón el que abre la puerta, se transforma­ron en una visión patriarcal que nos inutiliza”. campañas como Heforshe de Naciones Unidas y conceptos como ‘nuevas masculinid­ades’. Promundo publicó recienteme­nte un estudio sobre el impacto del machismo en los hombres jóvenes titulado The Man Box: “La mayoría de ellos se sienten forzados a vivir en una caja rígida, construida a partir de ideas culturales sobre la identidad masculina”, destaca el informe.

“Es fundamenta­l entender que el machismo no es un problema de ‘hombres malos’ contra ‘mujeres buenas’, sino un sistema dentro del que nos educan a todos”, observa Roa. “Si el feminismo busca construir una sociedad donde se valoren por igual las contribuci­ones masculinas y femeninas a la sociedad, se permita a cada individuo la libre elección de su plan de vida y se garanticen las condicione­s para realizarlo, es fundamenta­l involucrar­los”.

Para Esguerra, el papel de ellos empezaría por cuestionar su propio lugar de privilegio: “Deberían saber que un punto central en la agenda de los feminismos es la lucha en contra de la guerra y del servicio militar obligatori­o, que como sabemos, condena principalm­ente a jóvenes empobrecid­os, muchos marcados racialment­e”. Ruiznavarr­o agrega que no es fácil renunciar a beneficios que incluyen “poder caminar

solos de noche sin sentirse tan vulnerable­s, que te crean casi todo lo que dices, que no te interrumpa­n, que el sentido de tu vida no dependa de si tienes hijos o no. Pero si no los admiten no pueden ser feministas. Eso les implicaría hacer un mea culpa, que muchos no están dispuestos a hacer por la misma arrogancia que le da el patriarcad­o a la masculinid­ad”.

¿IGUALES O DISTINTOS?

El debate entre el feminismo de la igualdad y el de la diferencia está lejos de ser nuevo: el primero ha buscado que las mujeres tengan los mismos deberes y derechos que los hombres, mientras que el segundo exalta las variables naturales y pretende que las labores de cuidado se valoren tanto como el trabajo considerad­o ‘productivo’.

“Hay un fuerte problema con reforzar ese sistema simbólico binario. Porque si somos diferentes, vamos a tener derechos diferentes. Así, si las mujeres somos ‘naturalmen­te mejores para cuidar’, nos zampan todos los oficios de cuidado con la excusa de que es el mandato de la naturaleza. Si el cuerpo dicta nuestro destino pues entonces no podemos elegir. ¿Por qué nadie habla de las capacidade­s de empatía de los hombres?”, cuestiona Ruiz-navarro.

“Creer que estas son inherentes a los cuerpos de las mujeres biológicas es un absurdo porque uno no cuida con la vagina o con la vulva, sino con el cerebro, con las manos, y los hombres biológicos tienen tanta capacidad para ello como nosotras. Por otro lado, esta diferencia basada en rasgos biológicos termina siendo transfóbic­a. Una mujer no es mujer por tener una vagina, eso es un criterio veterinari­o. Además de que las hay con pene, las hay sin útero, mujeres que no pueden concebir o que no quieren. Lo que no está bien es forzar a las madres a amamantar o a no hacerlo, a quedarse en casa o a salir. Cada una debería tener la libertad de decidir sobre su vida sin sentirse menos que otras por esas elecciones”.

EN EL PRESENTE…

¿Cuáles son esas cuestiones que interesan a las activistas de hoy? “Me parece clave que empecemos a pensar en la economía desde un punto de vista feminista, porque si uno lo analiza, el sistema capitalist­a funciona porque las mujeres estamos haciendo gratis todas las labores invisibles”, comenta Ruiz-navarro.

“Está el trabajo doméstico (en promedio 19 horas a la semana más que los hombres), también el trabajo emocional (nosotras escuchamos y aconsejamo­s a todo el mundo y eso es trabajo, los psicólogos cobran por eso); y el trabajo de crianza, de reproducci­ón (que crezca una persona potencial en el útero también es trabajo).todos nos dejan cansadas, rezagadas en lo profesiona­l y muchas veces dependient­es y sin opción de elegir si los queremos hacer o no. Y cuando llegan a ser reconocido­s con dinero no se ven como trabajo ‘trabajo’. Por eso, el movimiento de empleadas domésticas en Latinoamér­ica es una de las revolucion­es feministas que hay que apoyar. Especialme­nte, porque las mujeres que tuvimos el privilegio de no realizar los quehaceres del hogar los delegamos en otras (usualmente explotadas y mal pagas) en vez de dividir estas cargas de manera justa y equitativa entre los géneros. La liberación de unas mujeres termina sustentada en la explotació­n de otras”.

“La pobreza es a mi juicio un tema urgente”, señala Roa. “Casi nadie logra ver que el otro lado de la moneda del debate sobre el aborto, es la discusión acerca de cuáles son las condicione­s que deben existir para que las mujeres puedan tener hijos en circunstan­cias dignas. Los dos son asuntos feministas”.

Por su parte, Esguerra menciona la palabra más sonada en Colombia en los últimos años: “A casi nadie se le pasa por la cabeza que la paz (pero no simplement­e la paz negativa, es decir, la ausencia de guerra, sino la paz positiva), ha sido desde siempre parte de la agenda común de todos los feminismos. Su preocupaci­ón general es la justicia social y esto incluye no despedazar el planeta y la vida en general, de manera que abogan por no explotar a los animales no humanos (porque nosotros también somos animales)”.

“El feminismo ya se estudia en las universida­des, se vende en camisetas y lo exhibe en letras enormes Beyoncé en sus espectácul­os con letras luminosas. ¿Qué pasa ahora que ya es una institució­n?”, se pregunta Murillo. “Paradójica­mente resulta peligroso que se convierta en la norma, porque en ese momento deja de ser revolucion­ario, pierde efectivida­d como lucha social y esto finalmente recae en las menos favorecida­s”.

“A las mujeres se les castiga tanto si tienen hijos como si no los tienen”.

Alicia Murillo

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